La historia de la Bodega Salvat, uno de los tabernáculos con barriles más sagrados del barrio de Sants, se remonta al año 1880. Ahí es nada. Sus legendarias anchoas eclipsan el resto de la carta, así que no tengo ni puñetera idea de si hacen tortilla de patatas. Toda una falta de premeditación por mi parte, puesto que aquí me he citado con el tortillófilo más célebre del underground barcelonés: Joan García “Panotxa”, un prolífico músico la historia del cual se remonta a casi un siglo después de que aen la Salvat sirvieran su primer vaso de Priorat. En 1980 Panotxa fue uno de los fundadores de Ultratruita, un grupo nuevaolero (ellos definían su música como “psico-pop”) con miembros procedentes de Basura y La Truita Perfecta. Con un poco de apoyo, quien sabe si su formación habría llegado a ser lo más equiparable a los Talking Heads que jamás hemos tenido por estos lares (de hecho, es posible que lo sean). Y antes de eso, si Loquillo le preguntara ¿Dónde estabas tú en el 77?, el Panotxa le contestaría que al frente de Marxa, una de las cinco bandas que tocaron en el Festival Punk Rock del casino de l’Aliança del Poblenou, el primero del género celebrado en el Estado español. Ahí es nada. Allí compartió escenario con Peligro, Mortimer, Ramoncín & WC (ojo) y, como rezaba el cartel, “otro sin confirmar”. Y es precisamente para hablar del recientemente fallecido cantante de este otro grupo que he quedado esta lluviosa tarde en este lugar tan propicio a la tertulia con el Panotxa, a quien, nada más entrar yo al bar, me lo encuentro sentado en una mesa de solera, bebiendo una Coca Cola entre toneles de vino y estantes con trofeos de tiempos de Maricastañas, quemándose las pestañas tras sus gafas de Buddy Holly al intentar descifrar en la pantalla del móvil las instrucciones de un nuevo sintetizador que el incombustible artista usará con su grupo actual: Pentina’t Lula.
En Cornellà no había bandas de rock ni de punk ni hostias, allí había bandas de gitanos: los tal y los cual
“Panotxa, me han pedido un artículo sobre Morfi Grei (Melilla, 14 de diciembre de 1959 – Barcelona, 5 de enero del 2024) —le cuento—, pero ya hace unos días que murió y no querría repetir lo que dicen todos los obituarios. Y como tu grupo tocó con La Banda Trapera del Río en el Festival Punk Rock del 77, he pensado que podías ayudarme. Quizás podría hablar del punk primitivo en Barcelona.” Sincronicidades de la vida, en este momento, en la tele del bar, en lo que parece un programa sobre los años 60, aparecen The Animals interpretando en directo The House of the Rising Sun. En su ensayo Protopunk: The Garage Bands (1981), el periodista musical Lester Bangs desenterraba los restos arqueológicos primigenios del punk en los grupos de garage-rock como los Animals, los Kinks o los Kingsmen's. “Yo conocí al Morfi cuando los de Cuc Sonat empezaron a tramar toda la movida (¿has hablado con Xavi Cot de Cuc Sonat? Es muy meticuloso y lo tiene todo muy bien archivado, luego te paso su contacto), durante las reuniones previas al festival. Pusieron un anuncio en Disco Expres y en las cuatro tiendas de discos de Barcelona que decía ‘buscamos grupos para tocar en festival de punk rock’, y nos apuntamos todos. Yo no conocía a nadie que fuera de punk… La primera vez que vi la palabra “punk” fue poco antes, en una revista. La peña aquí no teníamos nada que ver con Inglaterra… El Morfi y La Banda Trapera del Río eran de Cornellà, de San Ildefonso, la Ciudad Satélite, y yo pasé mi niñez allí hasta los 11 años, junto a la Torre de la Miranda, en la calle Miranda. En Cornellà no había bandas de rock ni de punk ni hostias, allí había bandas de gitanos: los tal y los cual. No había ningún tipo de infraestructura cívica en ninguna parte. Solo un vertedero incontrolado donde íbamos a jugar, y al lado las cuevas de los gitanos, y más allá acacias y algarrobos… Cuando vine a vivir a Barcelona era el final de la época hippy y aquí había mogollón de grupos de rock progresivo y los layetanos haciendo salsa, en Madrid los Ñu, los Coz y los Burning, y luego estábamos nosotros, chavales de 16 o 17 años haciendo rock fácil, raro y gritando mucho.”
El punk, llegado de las orillas del Támesis hasta el insalubre cauce del río Llobregat, conectó con una necesidad musical y vital
¿Dónde estabas tú en el 77?
Cómo todos ustedes saben, el 77 del pasado siglo es la fraudulenta onomástica del punk. Y digo fraudulenta porque lo que la escandalizada prensa divulgó con tal nombre e indujo a los jóvenes del mundo más o menos desarrollado a teñirse el pelo de verde, colgarse un imperdible en la mejilla, esnifar pegamento y adoptar una rata de laboratorio como mascota fue la explotación comercial que los empresarios Malcolm McLaren y Vivienne Westwood hicieron de un fenómeno que llevaba años cociéndose en Nueva York y Detroit por vía, primero, de la Velvet Underground, The Stooges y MC5, y, después, por bandas como The New York Dolls, The Modern Lovers, Ramones, Television, Johnny Thunders and The Heartbreakers y demás. Pero es curioso que del chasquido de esa chispa engañosa prendiera aquí, un país recién salido de una agónica dictadura fascista y ya desencantado con la transición, un fuego real. El punk, llegado de las orillas del Támesis hasta el insalubre cauce del río Llobregat, conectó con una necesidad musical y vital, un nihilismo burlón nacido de la podredumbre suburbana, de los solares infestados de jeringuillas y las nulas perspectivas de futuro; y frente a ello, el impulso de subirse a un escenario, revolcarse en él, gritar y hacer el animal. En resumen, como decía Francisco Casavella en uno de sus artículos recogidos en Elevación, elegancia y entusiasmo (1984-2008), “si el punk londinense fue un montaje, fue un montaje necesario, porque la necesidad del punk era auténtica, no como otras que las multinacionales han ensayado desde siempre y hoy en día subliman para hacer fortunas innobles y organizar clubes de fans parafascistas integrados por los habituales genios que conforman ese entrañable sector de la población al cual se le cae la baba”.
De hecho, aquí hubo punks antes de que nadie hubiera oído a hablar de los Sex Pistols, y a pesar de que no se consideraran como tal, como Morfi Grei. “Mientras un par de años antes Jaume Sisa decía ‘qualsevol dia pot sortir el sol’, él decía ciutat podrida’: aquí estaba la diferencia de todo el asunto”, me explicará el día siguiente Xavi Cot, fundador, en 1976, tras vivir unos años en Londres, del colectivo Cuc Sonat, que organizaba proyecciones de películas, viajes iniciáticos por diferentes ciudades europeas y conciertos como el primer Festival de Punk Rock o las verbenas en el camping La Tortuga Ligera (en serio) de Gavà Mar, donde tocarían grupos como Kaka de Luxe o Els Masturbadors Mongolics. Pero, muy al contrario que Malcolm McLaren, Xavi Cot puso mucho énfasis en dejar clarito que no lo hacía por la pasta, llenando la sala de la Aliança de pancartas con las cuentas del sarao. “El Morfi contactó con nosotros para participar en el festival del 77. Ya teníamos cerrado el cartel, pero a última hora fuimos a una actuación de La Banda Trapera del Río. Enseguida vi que su música, como la de los demás grupos, no era exactamente punk, pero sí las letras y su actitud, sobre todo la suya. Hablé un rato con él y le expliqué cómo entendía yo el punk, y que para mí ellos lo eran, ya que, más que un estilo musical, el punk es una manera de entender la vida. Él lo captó rápidamente y los incluimos en el festival, por eso en el cartel salen los nombres de los otros grupos con un añadido que decía “y otro sin confirmar”, que pusimos mientras no asegurábamos su participación. En el concierto dieron todo lo que llevaban adentro, igual que el resto de grupos. Todos se contagiaron de la ilusión y eran conscientes de que aquel día sería histórico. Lástima que no se filmara...”
Al Morfi le tendrían que poner una estatua delante del ayuntamiento de Cornellà
En efecto, a juzgar por las palabras del Panotxa, no hubiera estado mal filmarlo: “De mi bolo te tengo que confesar que no recuerdo absolutamente nada… Me han explicado cosas después… Toda la peña íbamos puestísimos… Xavi consiguió dos fotos del concierto muy borrosas. Del de La Trapera recuerdo que el Morfi iba con unos pantalones blancos con todo de logos de Coca Cola, con el pecho enharinado y unas gafas negras. Tenían un sonido espectacular, crudo, y a mí me alucinaba la caña que tenía cantando, como se soltaba y la energía que transmitía. En aquella época nos hicimos muy colegas, siempre había muy buen rollo, aunque no nos viéramos muy a menudo. Cuando celebraron un aniversario de La Trapera hicieron una fiesta en Cornellà y nos invitaron a Ultratruita. Después ya no lo volví a ver hasta la reedición del festival punk, hace cuatro años, que montó Xavi de los Mortimer, y nuestra relación no había cambiado. Su muerte me ha sabido muy mal…”.
Y me continúa contando el exladrón de pastillas: “La Trapera hicieron mogollón de bolos, en mogollón de lugares, durante mogollón de tiempo, y funcionaron. Y aun así continúan siendo una banda underground. Al Morfi le tendrían que poner una estatua delante del ayuntamiento de Cornellà, pero la gente pasaría y diría ‘¿quién coño es este?’. No había repercusión más allá de la pequeña escena, colegas, fanzines… Las historias que se hacían aquí casi no llegaban a Madrid, Los Rebeldes y poco más”. Cuando abandonamos el calor uterino de la Bodega Salvat y salimos a la calle de Sagunt, donde la lluvia empieza a amainar y de los pútridos intestinos de la ciudad sube la pestilencia de las alcantarillas, el Panotxa me explica: “Aquí al lado, en la calle Jocs Florals, nació Basura. Y Silvia de Último Resorte, uno de los grupos de punk que se formó, como los Decibelios, después de que nos vieran tocar en el festival de la Aliança, también vive por aquí”. Y de golpe y porrazo aparece Boris Porter (saxofonista de Decibelios, Ultratruita, El Hombre de Pekín, La Truita Perfecta, El Grito Acusador…) paseando a su perrito, y nos explica que en las últimas semanas había estado ensayando un nuevo proyecto con el Morfi. Barcelona no es Londres ni Nueva York, pero es un pañuelo lleno de los mocos más ilustres.