“¿Tú crees que cuando estaba en la tripa de mamá algo salió mal?”. Lucía nació con genitales masculinos y sus padres le llaman Aitor. Tiene ocho años y, ante su hermano, verbaliza por primera vez una identidad distinta a la que le han adjudicado desde su nacimiento. Este momento, en medio de otros igualmente relevantes, refleja la sensibilidad y honestidad de 20.000 especies de abejas, la ópera prima de Estíbaliz Urresola (Llodio, Álava, 1984) y la más nominada en los Premios Goya de este año con 15 nominaciones.

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La película nos sitúa en un entorno rural en unas vacaciones de verano de descubrimientos y cambios, para contar un tránsito, no tanto el de Lucía como el de su familia. Es el tránsito de una madre (descomunal Patricia López Arnaiz) cuando ata cabos y abre los ojos y, sobre todo y por fin, los oídos. Y es el tránsito de un entorno en el que convergen miradas de todo tipo: más o menos intolerantes, más o menos beligerantes (ese uso del verbo ‘consentir’ en boca de la abuela y del padre), más o menos desconcertadas, más o menos pendientes del qué dirán. También esas miradas limpias (el hermano y la amiga de la protagonista) que interiorizan y normalizan el grito de Lucía en menos que canta un gallo. Urresola busca mostrar una reacción coral, y se sirve del tratamiento de las abejas en la cultura tradicional vasca para plasmar la metáfora de la colmena, con guiño involuntario al cine de Víctor Erice.

Las infancias trans en la ecuación mental

En su precioso retrato de las infancias trans, 20.000 especies de abejas lanza un mensaje de normalidad, abunda en la importancia del lenguaje (“lo que no se nombra no existe”) y subraya la necesidad de prestar atención y escuchar a los más pequeños. Hablamos con la cineasta sobre un film que llega a las salas de cine cuando el asunto que aborda está en pleno debate social, poco después de la aprobación de una ley que ha levantado polvareda. “Empecé a escribir el guion en 2018, cuando no estábamos para nada en el punto en el que estamos hoy. La película se solapa mucho y muy significativamente con lo que sucede a nivel político, pero entonces me parecía superurgente abordar este tema, abrirle un hueco en el imaginario del cuerpo social. Las infancias trans no formaban parte de nuestra ecuación mental”, recuerda Urresola.

Las infancias trans no formaban parte de nuestra ecuación mental

“Me parece fundamental garantizar un espacio de seguridad y de libertad a los distintos colectivos de identidades minorizadas. El hecho de que no se hable de algo, no se conozca, no se vea, es el primer bache, la primera opresión a superar. Y en ese sentido, el cine sí puede ser una herramienta de transformación social colectiva, igual que lo es a nivel personal: en el proceso de cinco años que me ha llevado hacer la película, siento que he crecido, que me ha transformado, mi mirada se ha amplificado y se ha enriquecido. Y creo que puede pasar lo mismo con los espectadores. Poner toda esa energía al servicio de un tema que me parece importante es la forma en la que quiero seguir haciendo cine”.

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Tu trabajo hasta tener lista la película ha sido paralelo a la evolución del asunto en la agenda política y el debate social. ¿Cómo has vivido el procés|proceso?He empezado a ser consciente del proceso paralelo en los últimos dos años. No me extraña esa evolución paralela, porque ya se estaban dando sucesos relevantes, como el que dio pie a la película (se refiere al suicidio en Ondarroa de Ekai, un adolescente trans), cada vez menos aislados, que señalaban una cuestión sin abordar, sin proteger jurídicamente, con cada vez más pasos al frente de adultos desde los colectivos trans y LGTBIQ+. Esa evolución era necesaria y urgente. Y con un gobierno más sensible a esas identidades y esas realidades, se daba la fórmula para que se produjera ese paso a nivel de protección jurídica.

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Estíbaliz Urresola, directora de 20.000 especies de abejas, con la protagonista del filme, Sofía Otero

La enorme polarización no lo pone fácil...
No, pero a mí me interesa mucho más poner el foco en el proceso de conversación que se ha generado durante todo este tiempo, porque sí hay mucha polarización y muchas opiniones, que forman parte de lo discursivo e ideológico, pero cuando uno vive una realidad así muy de cerca, ya no es tanto una cuestión de opinión como de aproximación. Y ahí cambia sensiblemente la forma de entender esta realidad. En mi propio tránsito durante el proceso de documentación, mi cuerpo ha sido atravesado por mucho aprendizaje y conocimiento, que te coloca en un lugar distinto: y eso era lo que quería que el espectador sintiera, invitarle a que haga una aproximación en primera persona, no desde los prejuicios.

Escribiendo el guion quería huir de retratos muy arquetípicos: no quería caer en lugares comunes, en la típica madre retrógrada, por ejemplo, si no que buscaba reflejar la complejidad de perfiles psicológicos involucrados

En esos cinco años de viaje con la película habría mucho tiempo destinado a documentarte bien.
En este proyecto era algo especialmente importante. No hubo una fase de documentación previa a la escritura, ambas fases se han ido solapando, porque iba viendo los progresos sociales que se iban dando. Me di cuenta que, a partir de un cierto momento, ya no se vivía igual entre las familias que integraban Naizen (Asociación de Familias de Menores Transexuales de Navarra y Euskadi), con la que trabajé mucho: a partir de 2020, la información o conocimiento de la realidad de las infancias trans que manejaban esos padres y madres ya no era la misma de quienes habían iniciado el tránsito un par de años antes. Eso me obligaba a estar muy atenta a cómo se estaba viviendo eso. Escribiendo el guion quería huir de retratos muy arquetípicos: no quería caer en lugares comunes, en la típica madre retrógrada, por ejemplo, si no que buscaba reflejar la complejidad de perfiles psicológicos involucrados.

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Hay dos frases que se dicen en la película que me parecen muy representativas. Una: “Lo que no se nombra no existe”.
Es una frase que en Euskadi tiene entidad propia, que viene de un proverbio antiguo. En la película tiene una acepción literal que tiene que ver con el nombre de la protagonista, pero también con esa idea de que lo que no podemos nombrar como sociedad no encuentra su espacio para que exista. Y se relaciona con cómo estamos viviendo un momento radicalmente distinto al de hace diez años.

Vivimos en una sociedad que infantiliza mucho a los niños y las niñas, por no querer entender que tienen unos aparatos psicológicos exactamente iguales que los de los adultos

Y la otra frase, que dice el padre de la niña protagonista: “Es muy pequeño para saber lo que quiere”.
Eso se repetía constantemente en mis charlas con padres y madres de niños y niñas trans. Creo que hay algo de no querer confrontar la situación, pero también de cuestionar la legitimidad del sentir de los niños solamente porque son niños. Vivimos en una sociedad que les infantiliza mucho, por no querer entender que tienen unos aparatos psicológicos exactamente iguales que los de los adultos, y que sus mecanismos de pensamiento, de elaboración de ideas, es igual de profundo y complejo. Obviamente no tienen algunas herramientas, como la del lenguaje para expresar algunas ideas con precisión. Pero ocurre que muchas veces, con su verdad aplastante, tienden a poner en cuestión los pilares sobre los que se construye nuestra sociedad. Entonces tratamos de deslegitimar esas opiniones...

Y de ganar tiempo...
Sí, pero creo que cuando una familia se encuentra a un niño o a una niña expresando algo así de forma honesta... Creo que solamente un padre o una madre puede entender cuando estamos hablando de un sentir profundo y no de un capricho, cuando hay un malestar expresado reiteradamente. No creo que nadie quiera ponerse la vida más difícil de lo que ya es por sí misma. Ante esos niños que no pueden expresarse ni realizarse como individuos como hacen el resto de los niños, hay que escuchar y atender. Y no hay una edad demasiado temprana para saber quién eres, igual que a ninguno de nosotros se nos ha cuestionado si éramos demasiado jóvenes cuando nos hemos identificado como hombre o como mujer, porque en ese caso sí hemos comulgado con lo que nos ha asignado.

En una interpretación tan redonda como la que hace la pequeña Sofía Otero hay una gran responsabilidad de quién dirige, pero también un talento innato.
Obviamente hay que tener un talento, una capacidad para poder entrar y salir del juego, para escuchar atentamente las indicaciones que te dan, para comprender qué significa actuar. Al final hay muchas formas de interpretar un guion, y ahí entra la mirada del director, para lograr los matices necesarios que hacen que cada línea de texto signifique lo que tiene que significar. Y para recoger esos matices hay que tener una inteligencia emocional y un mundo interior rico y accesible, y eso lo traía Sofía. Ahora ves la película y parece que eso estaba ahí de forma evidente, pero quizás no era tan evidente: cuando Sofía apareció en el casting, sí me di cuenta que era una niña con un talento destacadísimo para ponerse en las situaciones que le pedía durante la prueba, y para escuchar y vehicular los matices que le proponía.

Cuando Sofía apareció en el casting me di cuenta de que era una niña con un talento destacadísimo para ponerse en las situaciones que le pedía durante la prueba, y para escuchar y vehicular los matices que le proponía

Tuviste muy buen olfato eligiéndola...
Pero al seleccionarla tampoco tenía la certeza absoluta de que pudiera sostener el 90 por ciento de la película, ni de que fuera a trabajar de la forma en que yo quería trabajar con ella: no tenía que aprenderse no sé cuántas líneas de texto, si no que buscaba un abordaje distinto, que esas frases pudieran ser dichas pero no necesariamente de la misma forma, que fueran creciendo en cada toma... La única pista que podía tener para que todo eso funcionara era hablar mucho durante la parte inicial del proceso, con Sofía pero también con los adultos, para ver si la comunicación era efectiva.

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Sofia Otero ganó el Oso de Plata en Berlín por su papel en 20.000 especies de abejas

Con solo ocho años de edad, Sofía Otero se convirtió en la actriz más joven en ganar un premio de interpretación en la historia del Festival de Berlín.
Fue una sorpresa inmensa y mágica. Ya era complicado estar en el palmarés, con tanta competencia, pero si había un premio que nadie esperaba era precisamente este. En tantos meses de trabajo con ella, he desarrollado con Sofía un vínculo muy estrecho, muy fuerte. Y me parece tan fascinante lo que ha hecho en la película, tan increíble su madurez y su capacidad de afrontar un rodaje, de incorporar todo lo que ha incorporado... La miraba a veces y sentía una admiración tan grande, y un amor tan absoluto, que el premio me emocionó un montón. El Festival me invitó a subir con ella al escenario, a vivirlo a su lado, y fue muy especial verla tan emocionada. Aunque también es verdad que probablemente Sofía no sea consciente del todo de qué significa, no había hecho ninguna película antes, no es del todo consciente de la magnitud de ese reconocimiento. Y también es posible que, más allá del merecimiento, haya una voluntad de un certamen como Berlín de poner el foco y ampliar la visibilidad de la película, porque quizás comulguen con el mensaje y así llegue a mayores audiencias.

Miraba a veces a Sofía y sentía una admiración tan grande, y un amor tan absoluto, que el premio me emocionó muchísimo

¿Cómo se gestiona un reconocimiento como este cuando recae en una actriz tan joven?
Es verdad que tomamos medidas con la familia, con la productora y el gabinete de prensa: decidimos que Sofía no diera entrevistas porque, al margen de todo, queríamos que recuperara la normalidad lo antes posible. Por su bien y por el de la familia. Al final es importante el acompañamiento que se hace desde todos los rincones, también el de la prensa. Y a veces, aun con la mejor de las intenciones, se puede potenciar una sobredimensión de estas cuestiones que en el fondo puede trastocar a un niño. Me parece un tema complejo y polémico, pero que en el fondo responde a lo que hablábamos antes de infantilizar más de la cuenta. ¿Por qué un niño no va a poder ganar un premio? Es evidente que la interpretación de Sofía es muy delicada y detallista, no hace un viaje monocolor, transita una cantidad de estados, registros y connotaciones, y sostiene un peso muy fuerte... Todos los que hacemos cine sabemos que detrás hay mucho trabajo, también técnico, y pensar que un niño no merece un premio también refuerza esa idea de desdeñar todo el esfuerzo que ha podido poner ahí.