Cuando un prólogo comienza con Tu calorro es muy difícil definir lo que vendrá sin caer en el halago soberbio del fan hiperactivo. Cuando el segundo paso es Vino tinto, ya el caviar está vendido. Pero es que ellos ya lo dijeron en su primer disco, como una especie de credo premonitorio: que les saldrían las canciones que a mí más me molan y las musiquillas que a mí más me motivan. Porque ayer Estopa invocó al fantasma de la adolescencia: ese volver constante a esos casetes de gasolinera que nos aprendimos de memoria y que cantábamos a viva voz en el coche de nuestros padres en verano, con la ventanilla bajada, despeinándonos el flequillo y la inocencia. Algunos aprendimos lo que era un canuto porque David y José nos contaban que se los fumaban, porro a porro, y nos vimos obligados a sacudirnos las primeras bofetadas de esa realidad que ya había exiliado a muchos en el lavabo antes de nosotros y que después exiliaría a muchos más. Estopa fue nuestra revolución, nuestra calle, nuestro barrio: los tipos malos que, contra todo pronóstico, nos empujaron a madurar.
Ayer el proceso se invirtió: decidimos no seguir creciendo. El Fòrum lleno hasta el sold out — 25.000 personas, la primera vez en Barcelona que los Muñoz reúnen a tantas y al aire libre— , se convirtió en la esquina, los arcos, las escaleras o las plazas particulares donde algún día aprendimos el noble arte del canallismo. Olvidamos la dignidad y hasta la vergüenza: solo éramos una marea de rumberos liberados, destartalados y borrachuzos quisiendo creer que sin responsabilidades ni leyes se vive mejor. La culpa fue de todas las canciones de nuestra vida resumidas en un par de horas de jolgorio y despiporre: es tan corto el recuerdo y tan larga la nostalgia.
Olvidamos la dignidad y hasta la vergüenza: solo éramos una marea de rumberos liberados quisiendo creer que sin responsabilidades ni leyes se vive mejor
Hacía dos años que la pandemia no nos dejaba disfrutar de una celebración así, y eso, sumado a nuestros años de madurez impuesta, es demasiado tiempo. Estopa desató la euforia quinqui y celebró la normalidad, el barrio, la clase obrera, su último disco Fuego —parido en 2019 y obligado al sueño pandémico inducido— y hasta sus 20 años subidos al carro escénico. Y lo hizo con un repertorio de una treintena de canciones dignas de museo y ese deje coloquial de los Muñoz que no cambia, siempre tan presuntamente cercanos, genuinos y auténticos, referentes absolutos, tanto para cuarentañeros como para aquellos herederos novatos que todavía continúan bebiendo de la esencia más pura de los de Cornellà: tanto para pijos repeinados con camisa como para tribus urbanas vestidas con eyeliner y chándal de Adidas.
Ni José ni David se podían creer lo que veían: su Primavera Sound particular —como dijeron en una entrevista en El Periódico— se hizo realidad en su noche más grande en Barcelona. “Esta cosa tan grande se nos ha ido de las manos”, dijo el mayor de los hermanos, viendo con privilegiada perspectiva la locura desatada tras cantar Partiendo la pana, El del medio de los Chichos o La raja de tu falda. Un concierto dedicado a “la gente que nos ha dejado en el camino” por culpa de la pandemia con el que volvieron a demostrar que la calle es suya y la rumba también. “Nosotros no tenemos teloneros, ni invitados, ni pollas en vinagre”, chulearon, y tampoco los necesitan —pese a ser ellos el plato fuerte del que C. Tangana presumió en su concierto—. Porque estos hermanos solos, con su gente, sus camaradas de pista, su complicidad palpable y su jeta de barrio se bastan y se sobran, y a nosotros lo que no nos sobra nunca es el tiempo para verlos montados encima de un tablao.
Sonó Cuando cae la luna, Tan solo, Ya no me acuerdo, Tragicomedia, Me falta el aliento, Demonios, Ojitos rojos y hasta Escúchame princesa, canción de amor de su primera maqueta, un hito tan raro como melancólico para el núcleo duro de sus seguidores. También volvimos a las andadas y salimos de la cárcel y no pudimos evitar recurrir a la comparación: un total de 7 canciones de su primer disco contra 3 del último. Y cómo saltaba la Barcelona inmadura con Como Camarón, el gran epílogo final. Ya con los focos encendidos, la realidad otra vez de frente y la moraleja de esta historia: David y José volvieron a poner su grano de arena en nuestras primeras canas, como en su momento Joaquín Sabina y Pancho Varona lo pusieron en las suyas, y matamos al canalla, y a seguir. Si es que la vida es la hostia, yo no sé porque estoy triste.