Escribir como narra Irene Solà es un superpoder. ¿En qué marmita literaria cayó esta mujer de niña? ¿Por qué cuando parecía que era imposible superar su Canto jo i la muntanya balla vuelve a reencarnarse en una soberbia generadora de imaginarios? La respuesta se encuentra en las 160 páginas de Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres (Anagrama), su nueva propuesta de libro que sale a la venta este miércoles con un título intuitivo que no puede más que convertirse en presagio, salvo que en lugar de (solo) tinieblas hay mucho destello y unas ganas rebosantes de contar aquello que la memoria ha olvidado.
En una masía escondida en algún lugar de les Guilleries, en los años turbios de grises y rojos y guerra, se refugian toda una retahíla de muchachas percibidas como brujas, herederas, feas, enfermizas, socarronas, bravas, pícaras o maleantas. Son, todas ellas de algún modo, mujeres, vivas y muertas, que han coexistido fuera de los márgenes y de los cánones sociales preestablecidos y que, por qué obviedad será, edifican su existencia entre las cuatro paredes de una casa. Relegadas, monitorizadas por el destino, y sin embargo libres a su manera, construidas a sí mismas e irreverentes al paso del tiempo y al abandono. Así es como Solà reinterpreta narraciones pasadas y les da una nueva razón de ser que huye de las verdades absolutas y apela a la subjetividad de la memoria, sobretodo la anciana, en un ejercicio mayúsculo de empatía: todos los personajes tienen razón en su vivencia y, sin embargo, ¿quién la tiene?
La autora de las 100.000 copias vendidas y las casi 30 traducciones en todo el mundo —y de la adaptación al teatro y de la obra sinfónica— ha vuelto a conjurar una simbiosis perfecta entre imaginación, tradición, lenguaje, visceralidad y poesía. No es tarea sencilla en un mundo dominado por castellanismos y algoritmos a punta de navaja en que cualquier pasado nunca fue mejor. Pero lo ha bordado. Ha huído de nuestra realidad asfixiante para sentarse en un comedor y verlas pasar. Y ha hecho de lo insignificante una estructura compleja con vida propia. Descripciones minuciosas, casi esqueléticas —hasta la novela huele a cabra—, folklore de nivel avanzado y una estirpe que se retuerce como una trenza a partir de un pacto con el diablo. Y todo sucede en una jornada: un velatorio encubierto por el que pasan todos los años que atesoran los recuerdos personales de Bernadeta, Margarida, Joana, Elisabet, Blanca, Àngela, Dolça, Marta o Alexandra.
Puede no emocionarte su manera de mirar campo a través, pero nadie puede negar que esta es una obra suprema de una delicadeza infernal
Es un libro mágico. Es una novela en la que hay mucha muerte, mucha luz, mucho sexo, mucho encantamiento y fabulación, muchas entrañas y más placentas desparramadas, líquido amniótico por doquier, pero sobretodo es una novela cíclica que reivindica y homenajea a todas las que un día fueron excluídas del sistema. Te puede gustar el estilo peculiar de Irene Solà o no, te puede aburrir su pretérito uso del lenguaje o puede no emocionarte su manera de mirar campo a través, pero nadie puede negar que Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres es una obra suprema de una delicadeza infernal. Para que no olviden que somos las hijas y las nietas de las brujas que no pudisteis quemar.