Londres, noche del 30 de abril al 1 de mayo de 1517. Hace 508 años. Una multitud asaltaba y saqueaba la casa de John Meutas, secretario real de Enrique VIII, situada en Leadenhall Street. Meutas, que en la documentación inglesa aparece, también, como Mewtis; era de ascendencia francesa y formaba parte del núcleo de cancilleres extranjeros que rodeaban al rey. Acto seguido, se produciría una brutal oleada de saqueos, incendios y asesinatos que afectaría, sobre todo, a los barrios de Saint-Martin-le-Grand, Lombard Street y Blanchapletton (en torno a la catedral de San Pablo) y de Aldgate (en el otro extremo de la ciudad); ocupados, principalmente, por mercaderes y fabricantes extranjeros, originarios de Francia, de los Países Bajos, de las repúblicas italianas e, incluso, de Catalunya y del País Valencià.
Históricamente, la investigación inglesa había considerado aquel hecho como un episodio puntual de violencia contra los beneficiados por los privilegios —económicos y políticos— que la estirpe real Tudor había concedido a sus aliados establecidos en Londres: los mercaderes extranjeros. Pero la investigación moderna ha revelado que detrás de aquella masacre, que causó centenares de víctimas y la devastación de barrios enteros, había un colosal movimiento de protesta con muchísimos carices. Y el grave problema de la vivienda, que afectaba especialmente a las clases populares de Londres, tenía un peso muy destacado. Londres estaba expulsando a los vecinos que históricamente habían poblado sus barrios y el Evil May Day (el diabólico día de mayo) sería una consecuencia directa de aquel fenómeno de gentrificación
¿Cómo era Londres a la víspera del Evil May Day?
En 1517, la capital de Inglaterra era una ciudad de 50.000 habitantes. Para tener una idea de lo que eso significaba, diremos que, por ejemplo, en aquella misma época París y Constantinopla —que eran las ciudades más pobladas del continente— tenían 200.000; Nápoles, Milán, Venecia, Roma, València o Sevilla reunían a 100.000 habitantes y, en un estrato más bajo, Barcelona alojaba a unos 40.000 residentes. Y según la investigación moderna, el colectivo extranjero estaría formado por unas 3.000 personas; que representaban, solamente, a un 6% de la población, una tasa muy inferior al 20% de Sevilla o al 10% de París, pero que tenían una destacada presencia tanto en el aparato de gobierno —la cancillería real— como en el aparato económico —las élites mercantiles de la ciudad.
¿A qué se dedicaba el extranjero de Londres?
El Archivo Nacional de Inglaterra —a través de las Letters of Denization— (los documentos que listaban a todo extranjero que, de forma legal, aspiraba a obtener la naturalización inglesa) revela que este colectivo tenía una larga historia, que remontaba a los banqueros genoveses y venecianos establecidos a inicios del siglo XIII; pero que, al principio del siglo XVI, ya abarcaba todos los sectores de la sociedad. Desde cancilleres franceses —de la Normandía y de la Picardía— situados en la administración real, hasta pequeños fabricantes de zapatos noralemanes; pasando por banqueros toscanos; negociantes flamencos (exportadores de lana en bruto e importadores de manufactura textil); shipwrights (constructores navales) bretones, catalanes y venecianos; o armadores portugueses.
¿Por qué la sociedad inglesa estaba sumida en una crisis?
El ascenso al poder de los Tudor (tres décadas antes del pogromo, 1485), confirmaría la alianza, previamente negociada, entre los nuevos inquilinos del trono y las clases mercantiles de Londres y de Bristol. Y en virtud de este pacto, los monarcas Tudor (Enrique VII y Enrique VIII) invirtieron todos los recursos de la corona en la creación de una marina de guerra que tenía que pilotar la proyección mercantil inglesa hacia el mar. Entre 1485 y 1514, los dockyards (los astilleros) de Portsmouth, Woolwich y Depford botaron docenas de barcos, como Peter Pomegranate (1510), Mary Rose (1512) o Henry Grace-a-Dieu (1514); en aquel momento las mayores del mundo. Para hacer frente a esta colosal inversión, la corona había incrementado notablemente la presión tributaria sobre la sociedad inglesa.
Los privilegios de los extranjeros
Pero lo que realmente había sumido a aquella sociedad en una profunda crisis era toda la dinámica provocada por la presencia de aquella colonia extranjera. La corona los consideraba unos aliados imprescindibles y los protegía y privilegiaba. De esta forma, los ganaderos (productores de lana) y los pelaires (fabricantes de trapos) ingleses estaban totalmente sometidos al imperio de los importadores-exportadores flamencos. Los pellejeros locales (albarderos, zapateros) no podían competir con los noralemanes establecidos en la City que, gracias a los privilegios de los que disfrutaban, accedían a la materia prima en mejores condiciones económicas. Y los históricos astilleros del Támesis estaban totalmente controladas por los shipwrights extranjeros, que obtenían todos los pedidos de la corona.
La sustitución del paisaje social tradicional
Aquel paisaje de tensión se traduciría en un alza incontrolada de precios, tanto de los alimentos básicos como de la vivienda. En aquel momento, más del 90% de la población de Londres vivía en régimen de alquiler; y, tanto las fuentes coetáneas como una crónica posterior del abogado e historiador Edward Hall (1548) revelan que la crisis se intensificaría a partir de 1514 hasta desembocar con los pogromos de 1517. Los desahucios, por impago de la renta —a causa de la ruina de las clases populares— o para sustituir a los inquilinos —por interés económico de los propietarios— se habían convertido en un hecho habitual; y las tradicionales redes vecinales, fundamentadas en relaciones de parentesco o de profesión, eran destruidas y suplantadas por extranjeros con un nivel económico muy superior.
¿Cómo acabó aquel pogromo?
Según las mismas fuentes, cuando el sol despuntaba por levante, Thomas Howard, duque de Norfolk y muy próximo a Enrique VIII, entró en la ciudad con su ejército privado formado por unos 1.500 efectivos. Howard consiguió capturar al líder de la revuelta; el comerciante John Lincoln, que había encendido el pogromo a instancias de... ¡¡¡oh, sorpresa!!!, de Henry Howard, conde de Surrey, hijo del represor Norfolk y canciller de la empresa mercantil "Company of Merchant Adventurers of London", la misma que había acusado, repetidamente, a Meutas (el secretario real saqueado) de fabricar y comercializar "contra las leyes de Inglaterra". Las mismas fuentes revelan, que, durante aquella jornada de represión, a los secuaces de Howard-padre capturarían a más de 300 revolucionarios.
¿Qué pasó con los detenidos?
El desenlace de aquella revuelta es la parte más intrigante de esta historia. Incomprensiblemente, hasta pasados un par de días (3 de mayo) no aparecería el ejército real. Eso no impediría que, pasado un par de días más (5 de mayo) las prisiones de la ciudad estuvieran llenas a reventar. El rey Enrique VIII estaba dispuesto a ejecutar a todos los presos. Pero, sorprendentemente, la aristocracia terrateniente rural... y Caterina de Aragón (la reina que había promovido el arraigo de extranjeros en Inglaterra, sobre todo mercaderes y armadores ricos), forzarían el indulto de todos los detenidos. La excarcelación de los revolucionarios no resolvería el problema de los precios de alimentos y vivienda; pero la comunidad extranjera se dispersaría y desaparecería de la ciudad de Londres.