Génova, 28 de noviembre de 1127. Hace 897 años. Época del gobierno del conde independiente Ramón Berenguer III. La unión dinástica con Aragón no se negociaría y formalizaría hasta pasadas unas décadas (1137-1150). Y un grupo de cancilleres de Barcelona y de Génova firmaban un tratado internacional de comercio que contemplaba, entre otras cosas, que en los puertos de la república ligur, los comerciantes catalanes serían tratados como naturales del país. Y a la inversa en los puertos de los dominios de Barcelona. Aquel tratado confirmaba los acuerdos de 1114, que habían impulsado la Cruzada Pisana, una gran expedición naval de castigo (participada por gran parte de las pequeñas potencias navales del Mediterráneo noroccidental) contra la piratería musulmana de Mallorca, que obstruía el pujante comercio marítimo cristiano.
La lejana asociación poder político-expansión comercial
Aquel tratado es una prueba evidente que, en aquella época iniciática (siglo XII) el poder catalán ya trabajaba como un todo y de forma indisociable los campos de la acción política, de la empresa militar y de la expansión comercial (dominación y colonización, dos de los tres componentes de la ideología imperial). Sin embargo, además, la Cruzada Pisana (1114) y el Tratado de Génova (1127) son las raíces más remotas del Consulado de Mar, una institución que nacería un siglo más tarde (1262) con el objetivo de legislar en materia de comercio marítimo, y de conciliar posturas o dirimir conflictos entre parçoners (sociedades de mercaderes catalanes) y sus competidores extranjeros. Pero que fue, también, un instrumento —una extensión a modo de tentáculos— del poder político catalán por todo el Mediterráneo.
Los Consulados catalanes
Los Defenedors del Consulado de Mar (los dirigentes de aquel organismo); impulsaron la creación de delegaciones en los principales puertos del Mediterráneo y, posteriormente, del Atlántico europeo; que serían denominadas Consulados catalanes, y que serían establecidas con un doble objetivo. El primero, la creación de espacios físicos propios destinados a la negociación y a la contratación mercantiles. Y el segundo, el establecimiento de tribunales propios para impartir el Ius Mercatorum (el código legal creado por el Consulado); y evitar que los armadores, mercaderes y parçoners catalanes y sus socios no catalanes se encontraran sujetos a jurisdicciones extranjeras y hostiles. Esta fórmula, que consistía en la creación y mantenimiento de enclaves, territorios y jurisdiccionales, revela que aquel proceso expansivo estaría pensado desde la estrategia de la ideología imperial.
El Ius Mercatorum
El Ius Mercatorum (el código legal creado por el Consulado) y las Salas de Tribunales de los Consulados; son la gran aportación de Catalunya al Derecho Internacional. El Ius Mercatorum nació durante aquel régimen feudal que permitía la convivencia de varias jurisdicciones (real, eclesiástica, nobiliaria) dentro de un mismo dominio; y fue creado para dotar la poderosa clase mercantil de Barcelona de una jurisdicción propia. Pero su verdadero éxito sería trascender los límites del barrio de la Ribera y que todos los armadores, mercaderes y parçoners del Mediterráneo —catalanes y no catalanes— lo abrazaran como su propio código legal, como el que mejor interpretaba su actividad y mejor dirimía sus conflictos. Una proyección internacional que se explica por la ideología imperial de la expansión catalana al mar.
El conjunto arquitectónico del Consulado de Mar
La profesora Dolors Pifarré (catedrática de instituto en Lleida) que es quien ha investigado con más profundidad el flujo comercial entre Catalunya y Flandes a caballo entre los siglos XIV y XV; pone énfasis en la particular composición del conjunto arquitectónico de los Consulados catalanes, especialmente del de Brujas. Pifarré explica que en todos los consulados catalanes había un pequeño templo religioso que, en el caso de Brujas, estaba dedicado a la Virgen del Carmen. A caballo entre los siglos XIV y XV, todavía no había estallado la Reforma Luterana; pero la iglesia del Carmen de Brujas sería el lugar de culto de la colonia catalana local y el elemento destinado a proyectar las particularidades de la liturgia catalana —de la cultura catalana, en definitiva— en aquella zona. Sería el elemento de colonización propio del componente cultural de la ideología imperial.
El sabir, la koiné marítima mediterránea
El profesor Carles Castellanos (de la UAB), que es quien ha investigado con más profundidad el fenómeno de la koiné (la lengua común) de la actividad marinera y comercial del Mediterráneo durante las edades media y moderna (siglos X en XVIII); explica que este sistema lingüístico, denominado sabir, surgió hacia el año 1000 como un sincretismo del catalanooccitano (la lengua, prácticamente común, del arco mediterráneo entre Barcelona y Niza), del ligurtoscano (la lengua de la cornisa tirrena, entre Génova y Pisa) y del amazigárabe (la lengua de la costa norteafricana entre Orán y Trípoli). Pero con el transcurso del tiempo y a medida que la marina catalana (la militar y la comercial) se convertía en el ama del Mediterráneo, el sabir se inspiró, cada vez más, en el catalán.
La influencia creciente del catalán sobre el sabir
A medida que avanzaba la Edad Media, el dominio militar y comercial catalán en el Mediterráneo sería, cada vez, más intenso (siglos XIII en XVI). Y esta intensificación —curiosa y reveladoramente— la vemos, también, claramente dibujada en la evolución del sabir. Fruto de esta presencia catalana dominante, muchas palabras de este revolucionario sistema lingüístico acabarían siendo idénticas al catalán de la época (incluso al actual). Por ejemplo: caserna, germana, mantega, riu o taca. Y de otros, evolucionarían formando terminaciones en -ato o -ir; características del catalanooccitano bajo-medieval. Por ejemplo, los sustantivos forato (agujero), deserto (desierto), joco (juego), olio (aceite), fuco (fuego); los adjetivos vergonyoso (vergonzoso); o los verbos mirar, prometir, tenir, cridar, consolar o impedir.
El sabir, el catalán del mar
El sabir tenía el propósito de facilitar la comunicación y evitaba la conjugación de los verbos y todas las acciones se expresaban en infinitivo. Y los infinitivos del sabir bajo-medieval, la de los siglos de oro catalanes (XIII-XVI) serían siempre acabados en -ar o en -ir, como en el catalán de la época. En el sabir bajo-medieval, un armador —de cualquier puerto del Mediterráneo— le preguntaría a un marinero que se quería enrolar, pero que tenía mal aspecto: ¿"ti estar bono?" (tú estar bueno?). O un criado de costa (un estibador portuario) —también de cualquier puerto del Mediterráneo— que metía a un pasajero en el bote de estiba le preguntaría: ¿"ti venir aquí"? (tú venir aquí?). El sabir fue una revolución lingüística y cultural que se nutrió de la lengua de la potencia dominante. La Catalunya que se había hecho al mar con una ideología imperial.