Más allá del cine de terror puiro y duro, la industria cultural ofrece una gran variedad de obras, en disciplinas y formados diversos, que abordan la cuestión del canibalismo. Algunas ‒la minoría, en realidad‒ están basadas en hechos reales, como la célebre peripecia de los supervivientes de un equipo chileno de rugby estrellado en los Andes ‒punto de partida de las películas Viven (1993) de Frank Marshall y La sociedad de la nieve (2023) de Juan Antonio Bayona‒, un caso de pura supervivencia en una situación de inanición extrema; o, en el polo diametralmente opuesto, un serial killer que descuartiza minuciosamente a las víctimas para devorarlas ‒Angélica Liddell recreó el placer caníbal en Qué haré yo con esta espada, dentro de su Trilogía del infinito (La Uña Rota, 2016)‒.
En el ámbito literario, es más que destacable el artículo Una proposta modesta per evitar que els fills de la gent pobra a Irlanda siguin una càrrega per als seus pares i el país, i aconseguir que esdevinguin un benefici per al públic en general, escrito el año 1729 por Jonathan Swift, que promovía en clave satírica un método "justo, barato y fácil" de hacer que los hijos de los pobres contribuyeran a alimentar con su carne muchos millares de personas. ¿El escrito, traducido por David Gálvez, aparece publicado junto con el falso opúsculo de Albert Pijuan Per què no repensem el canibalisme? (Medusa, 2023), que, concebido como un intento de "despellejar nuestra mirada", trae la cuestión al presente, desde la perspectiva de la ecoansiedad y a partir de la premisa ‒hábilmente defendida con argumentos-trampa y parafernalia técnica‒ que comer carne humana puede salvar nuestra especie.
Pero vamos ya a la obra que nos ocupa. Exquisit, espectáculo que se puede disfrutar en el Teatre Tantarantana hasta el 5 de mayo, es un texto teatral escrito a cuatro manos por Rubèn Montañá y Toni Sans ‒miembros fundadores de EGOS Teatre‒; el segundo, además, dirige la propuesta escénica. Bajo el nombre artístico de Els Marquesets, los creadores e intérpretes defienden en escena, junto con las actrices Montse Amat y Marta Rosell, este thriller cargado de crítica social y humor negro sobre la posibilidad de venderse la carne a rodajas a cambio de una cantidad indecente de dinero. La escenografía de Cesc Colomina hace aparecer delante de nuestros ojos una cocina profesional con pica, tubo extractor, ganchos de carnicería ‒¡para colgar las chaquetas!‒, una mesa central donde acaban convergiendo todas las acciones y una cortina termoplástica que marca la frontera con un espacio en segundo término, la sala del restaurante, en que una misteriosa comensal se entrega a una experiencia gastronómica de altos vuelos.
El comercio con carne humana se plantea como un lujo clandestino, reservado a un grupúsculo de hedonistas macabros
Lujo cruento en una sociedad deshumanizada
Dos hermanastros que han vivido realidades muy diferentes representan, polarizada, la desigualdad de clase, con todo el odio que lleva asociado; su resentimiento mutuo no admite conciliación. Mientras Marco ‒Toni Sans‒ exhibe un sarcasmo y un autoodio de perdedor, Víctor ‒Rubèn Montañá‒ busca sublimar a través de la cocina toda aquella carne muerta con que se lucró la empresa de su padre. Tanto el "plebeyo" sin dignidad ‒y con vocación de animal de granja‒ como el chef de élite sin escrúpulos ‒que busca reconocimiento a cualquier precio‒ hacen gala de una chocante mezquindad. Les hace de eficaz contrapunto Judith ‒Marta Rosell‒, un personaje luminoso y con ganas de vivir que valora lo que tiene y no se deja ganar por el victimismo.
Montse Amat interpreta a una mujer ostentosamente elitista que se deshace en epítetos suntuosos y habla de alimentar el espíritu a través de la gastronomía entendida como un arte total que implica los cinco sentidos. Parece una crítica especializada, pero no lo es: trabaja como intermediaria, en este caso entre el cocinero y un grupo de poderosos en la sombra ‒sibaritas que ella define como los "herederos ideológicos de Apici"‒, y ha acudido al restaurante de Víctor para proponerle un negocio escalofriante. Se trata de una transacción relativa en venta de carne humana que, lejos de orientarse a una finalidad superior como la que sostenía el orador demagógico de Pijuan ‒la salvación de la especie en un contexto de emergencia planetaria‒, está destinada al disfrute siniestro de unos pocos privilegiados. Y si aquel ensayo culminaba con una exhortación a la osadía y al canibalismo, aquí la ecuación se resuelve con una excavación en profundidad del boquete social. Va así la cosa: mientras los unos paladean sus presas con fruición, los otros son devorados.
El espectáculo nos reserva giros impensados y momentos de tensión extrema; en determinadas situaciones, sufrimos por cuál será la resolución escénica de una trama que, despreocupada por la verosimilitud, funciona muy bien como parábola de la desigualdad y la brecha social
El espectáculo nos reserva giros impensados y momentos de tensión extrema; en determinadas situaciones, sufrimos por cuál será la resolución escénica de una trama que, despreocupada por la verosimilitud, funciona muy bien como parábola de la desigualdad y la brecha social. El ritmo es ágil y la peripecia atrapa, defendida como está por cuatro sólidas interpretaciones. En Exquisit el comercio con carne humana no se hace servir como a metáfora para abordar en clave de denuncia cuestiones como el tráfico de personas y la gestación subrogada ‒cosa que sí hacía, por ejemplo, la madrileña Mar Gómez Glez en la micropieza Pechuga a la Villeroy, dentro de la obra Tetas (Fundación SGAE, 2019)‒, sino que se nos plantea como un lujo cruento y clandestino, reservado a un grupúsculo de hedonistas macabros en una sociedad deshumanizada. Parece que esta élite de potentados no tiene bastante de sustentar su poder sobre la miseria de los otros, sino que anhela entregarse a una liturgia bárbara y ‒literalmente‒ zampárselos.