Reducir a las víctimas del franquismo a meros quejicas es deporte nacional. La hemeroteca habla por sí sola. “La memoria histórica sólo sirve para remover la mierda” es un eslogan inventado por una concejala granadina de UPyD, pero otras perlas políticas han cimentado el camino absurdo de lo que algunos creen una pérdida de tiempo y un impedimento del pasado para mirar al futuro. El olvido es el gran campo bélico de nuestros días. “Yo eliminaría todos los artículos de la ley de memoria histórica que hablan de dar dinero público para recuperar el pasado", eso lo comentó Mariano Rajoy en febrero de 2008, "no daría ni un solo euro público a esos efectos". Lo cumplió al llegar a la presidencia tres años después. Ahora PSOE y Unidas Podemos acaban de presentar una treintena de enmiendas a la futura ley de memoria democrática que abren la puerta a investigar los crímenes de la Guerra Civil y de la dictadura. Si la estrategia en la primera contienda mundial fueron las trincheras, ahora el recurso debe ser el recuerdo.
“Havies d’haver fet una altra fi; et mereixies, hipòcrita, un mur a un altre clos. La teva dictadura, la teva puta vida d’assassí”, decía el poeta Joan Brossa tras la muerte de Francisco Franco, el dictador más viejo de Europa. El Caudillo murió de enfermo, agonizante bajo cuidados médicos. Lo sabemos por los libros de historia o por Buen viaje, excelencia, una película de Els Joglars que ironiza sobre sus últimas horas. Podría haberlo hecho condenado por crímenes de lesa humanidad, pero lo hizo tapado con sábanas de franela y con un harén de velitas bendiciendo su labor. Mañana se cumplen 46 años de su partida y España todavía es el único país que no ha sido juzgado por este tipo de crímenes – que, además, no prescriben jamás.
Las reminiscencias del franquismo campan a sus anchas por la poca revisión de la historia y culturalmente, socialmente, el ambiente lleva desde entonces resentido. La inmunidad a que se han sometido el dolor y las atrocidades causadas por los grises beben de unas instituciones públicas anestesiadas más por la influencia del golpismo que por la vergüenza del pasado. El lavado de cara y el conformismo llegado con la Transición se fundó en el convencimiento del tener que perdonar todo a todo el mundo, y es evidente que existe una resaca histórica en ese sentido imposible de desmembrarse en tan poco tiempo: solo un año antes de la muerte de Franco, en 1974, se ejecutó al que sería el último ejecutado de la dictadura, Salvador Puig Antich - la película que firmó Manuel Huerga sobre él en 2006 es arrolladora.
Los documentales, la música, los textos periodísticos, el arte o cualquier expresión creativa han sido fundamentales para que el pasado ni muera ni se olvide; para señalar a los culpables y pedir justicia. La cultura es el arma de la calle para preservar la historia, difundirla en bares y sobremesas, y debatir de cuestiones sociales sobre las que hay que hablar, más aún ante la amenaza de la extrema derecha y su irrupción en las butacas públicas del Parlamento. El fascismo desdibuja el relato con leyendas urbanas – con potenciales fake news - para construir la memoria de los vencedores y mantener a la sociedad en un vaivén equidistante.
La cultura es el arma de la calle para preservar la historia; el fascismo desdibuja el relato con leyendas urbanas
A menudo se alimentan ideas disparatadas sobre lo que pasó entonces, como que la guerra estuvo equilibrada, que todos los bandos sufrieron por igual o que las fosas comunes son una exageración de los rojos. Pero sabemos que no fue una contienda entre iguales por canciones como L’estaca de Lluís Llach, films como La trinchera infinita, que explica el caso real de un topo, o libros como Incerta glòria (1956) de Joan Sales o La guerra civil española (1987) del historiador inglés Paul Preston, quien afirmó que las investigaciones llevadas a cabo permitían corroborar que la represión de los rebeldes fue tres veces superior a la de la zona republicana. Por el cine o la literatura conocemos a las Trece Rosas, todas ellas miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) que fueron fusiladas en 1939, a Lluís Companys, presidente de la Generalitat también fusilado, o a María la Jabalina, última mujer (también fusilada) ejecutada por el franquismo en 1942.
La vergüenza de las fosas comunes
“Yo tenía seis años cuando fueron a por mi madre. Gente del pueblo. Todos de blanco”. Con la voz de una anciana agotada de soportar la ignorancia de las instituciones empieza El silencio de otros (2018), el documental de Almudena Carracedo y Rober Bahar que narra la búsqueda de las personas desaparecidas durante la época de Franco y la lucha por enjuiciar a los responsables. Habla de los niños robados, de las torturas, de la Querella Argentina para investigar los crímenes franquistas o del drama de las fosas comunes, algo que consiguió algo más de eco mediático tras la exhumación del dictador de el Valle de los Caídos – la fosa común más grande de España, con casi 34.000 cadáveres, un tercio de ellos sin identificar y repleta de muertos republicanos. A día de hoy no existe un Censo Nacional de Víctimas del franquismo, pero se calcula que son más de 114.000 los desaparecidos forzados – y civiles – por la violencia de los golpistas. De todos ellos, se calcula que se podrá recuperar a un cuarto de ellos: solo unos 25.000.
Podría ser uno de los muchos maestros representados por Fernando Fernán Gómez en la Lengua de las mariposas (1999) o incluso el poeta Federico García Lorca, asesinado, desaparecido hace 85 años y jamás encontrado. Tantos anónimos que no lo son para sus famílias. Se continuará haciendo contenido para recordar, para apretar a las instituciones y buscar respuestas sólidas – cada vez más tentadas de desaparecer para siempre. Suele decirse que añorar el pasado es correr tras el viento. Para las víctimas de la barbarie de la Guerra Civil y de la dictadura, para los que perdieron a sus padres, a sus abuelas, a sus hermanos y ya no los vieron nunca más, añorar el pasado es necesitar cerrarlo, paliar la impotencia y hacer apología de la memoria. Con la cultura en la retaguarda, empujando a la justicia. Para hacer más fuerza.