Fallout es un videojuego muy atractivo por el universo que presenta, con un escenario apocalíptico que conjuga los códigos de la Guerra Fría con una distopía basada en el hundimiento de la iconografía y los valores típicamente norteamericanos. No todas sus entregas tienen la misma calidad, pero comparten esta capacidad de mostrar un mundo alternativo que se parece mucho, demasiado, al nuestro. The Last Of Us rompió la vieja maldición de las adaptaciones de videojuegos al demostrar que se podía ser fiel a un (buen) material sin renunciar a tener una identidad propia. Y ahora Fallout, estrenada en Amazon, consigue exactamente lo mismo, pero yendo incluso más allá: más que una traducción televisiva al uso, sus responsables se dedican a hacer una versión libre que respeta las esencias de su referente, pero se dedica a explorar, con alma y originalidad, su imaginario.

Es una serie redonda en muchos aspectos, y el principal de todos ellos es que mezcla infinidad de estilos (ciencia ficción, drama, comedia, terror; thriller político y personajes irreverentes; western apocalíptico y monster movie) con idéntico entusiasmo, brillantez y sentido visual. Es seguramente la mejor expresión del talento de uno de sus creadores, Jonathan Nolan, guionista habitual de su hermano Christopher y creador de Westworld y la nunca suficientemente reivindicada Person of interest.

La trama de Fallout se puede resumir en unas pocas líneas, pero la gracia es dejarse llevar por cómo de imprevisible y extravagante es el itinerario de sus personajes. Tenemos, entre otros, a Lucy, que ha vivido recluida en un búnker de la alta sociedad y que se lanza a una temeraria operación de rescate de su padre sin saber casi nada del mundo exterior; su hermano Norm, que sospecha que en el mismo búnker se esconden unos secretos terribles relacionados con su misma fundación; Maximus, un escudero del ejército sin principios que suplanta a su superior para hacerse un nombre; y Cooper Howard, un antiguo actor de westerns a quien la radiación nuclear ha convertido en un cowboy desfigurado y moralmente ambiguo. Toda esta fauna se interrelaciona en un paisaje que guiña el ojo a los fans del videojuego pero a la vez está lo bastante bien descrito como para interesar al espectador no iniciado.

Un clásico instantáneo que demuestra que el videojuego es una fuente de inspiración extraordinaria que durante demasiado tiempo ha sido objeto de unos inexplicables prejuicios

Fallout es capaz de hacer un gag pasado de vueltas y acto seguido incluir una revelación muy dramática sin que la diferencia de tonos rompa la lógica narrativa de la serie. Consigue tensarte con las exploraciones del pasado de los personajes (atención, en este sentido, a la memorable interpretación de Walton Goggins) y, al mismo tiempo, introducir detalles que enriquecen sus conflictos con una loable sutileza. Se ríe en la cara de algunos clichés de los géneros y te hace apartar la mirada con unos impagables estallidos de violencia. Está llena de subtextos políticos, de insinuaciones sociológicas y sátiras muy desgarradoras, y sabe acompañarlo de una identidad visual absolutamente maravillosa en que conviven las diferentes formulaciones de lo fantástico de ayer y de hoy. Un clásico instantáneo que demuestra, además, que el videojuego es una fuente de inspiración extraordinaria que durante demasiado tiempo ha sido objeto de unos inexplicables prejuicios.