Cuando ya nadie creía en Eurovisión y el vestido de flores de Massiel era un lejano patrimonio nacional, Rosa López y su Europe’s living a celebration tuvieron una audiencia media de 12,7 millones de espectadores con una cuota de pantalla del 84,5%: nunca jamás tantas personas han vuelto a concentrarse delante de la pantalla para seguir el concurso musical europeo. Corría 2002 y la de Granada lo tenía todo a su favor: un coro de compañeros con los que tenía feeling, una actitud de nuera simpática que le valió el apodo de Rosa de España y haber sido la ganadora del fenómeno televisivo más importante de la historia del país.
Solo unos meses antes del momentazo - el 22 de octubre de 2001 - Carlos Lozano presentó a los 16 concursantes de la primera edición de Operación Triunfo y el formato rompió todas las expectativas. Se forraban carpetas de adolescentes, las firmas de discos en centros comerciales abarrotados se pusieron a la orden del día y los lunes nadie se iba a la cama sin saber quién estaba nominado. Las madres querían a David Bustamante de yerno, las hijas soñaban con ser como Chenoa y los hijos copiaban la chulería de Alex Casademunt o Naïm Thomas. La fama fue tal que cada semana salía al mercado un disco a precio reducido con los temas de las galas, en un momento donde la piratería había consumido las ventas de las discográficas. Un milagro televisivo que pudo no haber sido: el proyecto estuvo más de dos años paseándose por manos ajenas sin acabar de convencer a ninguna cadena de televisión.
El boom de nuestra vida
¿Qué significó el programa de TVE para la generación que ensayaba las letras de las galas desde la habitación? Los que entonces teníamos entre 10 y 20 años le debemos a Operación Triunfo habernos enseñado canciones míticas como Vivo por ella, Escondidos, Lady Marmalade o Noches de bohemia, pero también habernos compuesto la batalla verbal oculta en Dos hombres y un destino o el himno inolvidable que es Mi Música es tu voz, dos hits que ya jamás han dejado de sonado en bodas y verbenas. El agradecimiento nostálgico es real y auténtico por habernos ayudado a construir recuerdos imborrables de nuestra infancia o adolescencia.
Me vienen a la mente los packs de fotos que comprábamos en el estanco y que intercambiábamos a la hora del patio. O los pósters tamaño dinA2 que se colaban en medio de la Super Pop o la Bravo y que enganchábamos en las paredes de gotelé. O las discusiones en clase sobre si era mejor David Bisbal o David Bustamante. Y en la mesa de casa. Porque OT también impactó fuerte en nuestros padres. Gracias a la madurez de Nina, Àngel Llàcer, Manu Guix o Noemí Galera, ellos vivían más tranquilos y nuestra ilusión se subía por las paredes. Nos dejaban irnos a dormir pasada la medianoche y algunos fuimos a nuestro primer concierto, de esos de tiendas de campaña, lágrimas histéricas y horas de cola.
Pero lo que de verdad consiguió OT fue plantar en nuestras cabezas la semilla de la suerte y del éxito. Daba igual si eras de un pequeño pueblo cántabro, si trabajabas en un tugurio sin expectativas o si venías de una familia humilde: nos hizo creer que las oportunidades llegan. Que con lucha todo se consigue. Que trabajar duro tenía una recompensa buena, positiva, enorme; y que podíamos permitirnos pensar en grande. Operación Triunfo nos vendió el engaño más grande del mundo: que basta con soñar para poder conseguir. Y teníamos unos 15 años, la crisis del 2008 quedaba lejos y la pandemia era cosa de películas. Caímos a pies juntillas.
Vender la fina línea entre lo personal y lo profesional
Esa idea nos caló fuerte, y no era para menos. En sus dos primeras galas, OT apenas llegó a 2,7 millones de personas. A partir de la tercera, el share subió como la espuma y en la última se alcanzaron casi los 13 millones de espectadores, siendo el concurso más visto de toda la historia de la televisión en España. Había hacia los concursantes un sentimiento que rozaba la locura. No existían entonces las plataformas en streaming, por lo que el vínculo entre triunfitos y espectadores era más exclusivo y selectivo, pero mucho más intenso y real. Se mezcló el talento musical y escénico de los concursantes con su intimidad emocional para empatizar con el público. El desparpajo de David Bisbal chocaba con sus lágrimas al recibir las llamadas de los familiares; la voz pulida de Rosa era la vía de escape de una superación personal; la juventud de Natalia explicaba su actitud escénica inmadura. OT difuminó la línea entre lo personal y lo profesional: superación, tristeza, pánico, nerviosismo, euforia… Un espejismo de nosotros mismos en cualquier situación del día a día.
Superación, tristeza, euforia… un espejismo televisivo de nuestro día a día
Gran Hermano había triunfado en Telecinco un año antes y otros talent show se colocarían después en la parrilla. Las industrias musical y televisiva no tardaron en darse cuenta que comercializar los sentimientos de los concursantes vendía mucho. La explotación económica de los triunfitos– de unos jovencísimos triunfitos que rozaban la veintena – se materializaba con hechos: cientos de miles de fans en las colas de las firmas de discos, lloreras y gritos en las salidas de la Academia, vallas de seguridad para evitar el contacto directo, conciertos multitudinarios por 29 ciudades, la grabación de la canción oficial para la Copa Mundial de Fútbol 2002 o más de 600.000 copias vendidas en una semana tras la publicación del primer álbum de estudio de OT.
¿Fue sano – tanto para su carrera profesional como para el mundo de la música – tanto hype acumulado? Lo cierto es que el programa generó mucha controversia entre artistas y músicos en activo. Loquillo llegó a decir que Operación Triunfo era un ejemplo de estalinismo y que el dinero público no debía financiar una empresa privada. También Dani Martín, líder de El Canto del Loco, reivindicó que lo bonito de la música era empezar a tocar para poca gente y que “llenar dos Bernabéus el primer mes de tu carrera era un fracaso”.
Para algunos, l'etiqueta también fue complicada tras su paso por la Academia. Geno o Verónica reconocieron que se les habían cerrado puertas por ser triunfitas; Álex acusó de favoritismo a la Academia, llegando a decir que mientras a algunos compañeros llevaban tiempo creándoles un disco, a él le metieron en un grupo (Fórmula Abierta) con un estilo que no le gustaba; algo que también truncó la carrera de Juan Camus, quien ya ni participó en el concierto de reencuentro de OT en 2015. Para otros muchos, salir del programa sí fue la ventaja de su vida. David Bisbal se ha convertido en uno de los artistas nacionales con más proyección internacional, con Grammys Latinos, Billboard Latin Music Awards o Premios Ondas a sus espaldas. David Bustamante o Chenoa también se han hecho un hueco en el espectro musical, mientras que Gisela ha participado en musicales y ha sido la voz española de la BSO de Frozen II.
La evolución del formato: ¿se ha profesionalizado la música?
¿Se le ha dado al canto un valor demasiado añadido desde la aparición de Operación Triunfo? Algunos entendidos de la industria musical coinciden en decir que los primeros OT eran programas de cantantes y no de músicos, criticando que la capacidad para cantar ensalzada en el programa es solo una pequeña parte del artista. Quizás ese es el principal motivo para que, en los últimos años, el formato haya dado un paso más en la profesionalización de la música. Y es que mientras que en OT1 la mayoría tenía poca formación musical, las ediciones más recientes han destacado por tener a concursantes capaces de tocar algún o varios instrumentos o componer sus propias melodías.
Amaia, Alba Reche, Miki Núñez, Flavio o Natalia Lacunza son ejemplos de artistas que no solo han demostrado ser polifacéticos en el escenario y en los estudios de grabación, sino que han sabido crearse su propio estilo algo alejado de la música mainstream – aunque lo mainstream también aprende a succionar otras sonoridades disidentes o minoritarias para contentar al público. Y, pese a eso, se han hecho su hueco, cantando al lado de músicos alternativos como Alizzz o Guitarricadelafuente. Esta diferenciación choca con la primera edición, cuando el que más triunfaba era porque encajaba más en las leyes del mercado musical. Porque quién dominó más el panorama: ¿Manu Tenorio con su huella flamenca o el personaje latino de Bisbal? ¿Alejandro Parreño con su rock rebelde o las baladas amorosas de Bustamante?
Esa dualidad entre confiar en la propia singularidad y sumarse al carro de lo popular convive con aquellos que quieren vivir de la música. Aunque ahora las posibilidades son mayores, algunos continúan apostando por unos ritmos más comerciales que venden discos más fácilmente, como Aitana adoptando un estilo cercano al reggaetón que ha colocado en el top 10 algunos de sus temas o Lola Indigo colaborando con Raw Alejandro, Don Patricio o Morat. Y es que este es uno de los grandes estigmas con los que viven los ex triunfitos, sean de la edición que sean: sobrevivir al estereotipo de ser meros productos de marketing de un programa famoso.