En La fi del progressisme il·lustrat (Pòrtic, 2024), Ferran Sáez argumenta en forma de ensayo que en determinadas inercias en la conjugación de los conceptos de naturaleza y artificio –en el contexto entre la modernidad y la posmodernidad—, se han generado turbulencias en forma de contradicciones. Es, para que nos entendamos, un ensayo que prueba desmontar la fraseología woke y un marco de corrección política que considera constriñente. De este ensayo se pueden decir muchas cosas, pero la que es más importante es que Ferran Sáez es un hombre documentado. La mayoría de argumentos que se presentan para sustentar la tesis del ensayo –siendo esta que el posmodernismo paródico es un fraude– siempre se presentan desde una base académica que, desgraciadamente, hoy es de agradecer. La fi del progressisme il·lustrat, sin embargo, deja un regusto de boca extraño.
Un ensayo que prueba desmontar la fraseología woke y un marco de corrección política que considera constriñendo
Buenas diagnosis y alguna estridencia
El ensayo es la herramienta con que Ferran Sáez intenta desbaratar, pieza por pieza, el corpus ideológico del posmodernismo paródico basado en la diferencia y contrapuesto al progresismo ilustrado, que se basa en la igualdad. Hasta aquí, todo es lo bastante diáfano. La lectura del ensayo, sin embargo, va acompañada siempre de una especie de contrariedad: Sáez se empeña en llegar hasta el núcleo de la contradicción para, desactivándola, desactivar los postulados políticos que se han construido encima. Y pese a ello, mientras lo hace, parece que el texto se obstaculice con el autor. La debilidad contra el postmodernismo paródico le lleva a mezclar anécdota personal y críticas poco útiles con respecto al sentido final del texto con los razonamientos que evidencian las contradicciones del postmodernismo paródico. A modo de ejemplo: se sirve de la manera como los jóvenes celebran los cumpleaños hoy para señalar un narcisismo generacional que, sin ir acompañado de ningún dato, solo sirve para revelarle al lector la tendencia al prejuicio generacional del autor. Para acabar ensartando una idea tan sólida para su tesis nuclear como "el sistema ha perdido representatividad justamente porque se le exige la asunción de motivaciones extrapolíticas, privadas, personales, emocionales", hablar de la manera como los jóvenes celebran los cumpleaños –repito, desde un tono de percepción personal más que de análisis– no solo se hace innecesario, sino que se hace contraproducente. Cuñadea, al fin y al cabo, porque permite reducir una crítica fundamentada y con consecuencias en el debate político en un clásico "es que la juventud sube fatal".
La debilidad contra el posmodernismo paródico le lleva a mezclar anécdota personal y críticas poco útiles
Que el ensayo está incubado desde un cierto resentimiento con el pensamiento posmoderno que se empezó a filtrar en las universidades a partir de los años setenta, lo evidencia la tendencia a hacer enmiendas a la totalidad sin acabar a apartar el grano de la paja. A modo de ejemplo: el autor hace cherry-picking con el caso de la actriz Asia d'Argento, pionero en el movimiento del #MeToo y posteriormente acusado de abusar de un chico menor de edad, para invalidar el resto de casos de denuncia que denomina "escándalos de aclamación popular". Dice Sáez, "a diferencia de otras denuncias por abusos, los que cometió ella podían ser corroborados perfectamente", haciendo planear la sombra de la duda sobre la oleada de mujeres que alzaron la voz y que, en determinados casos, consiguieron condenas para sus agresores. La condena a Harvey Weinstein, sin ir más lejos. Ferran Sáez utiliza esta consigna para hablar de la naturaleza del escándalo, pero me parece que habría que hacer un esfuerzo por pensar que el objeto que escoge para ejemplarizar el funcionamiento de este escándalo es inocente. Poniendo por caso que no sea inocente, en contra de hacer un desgranamiento de las incoherencias del postmodernismo paródico, Sáez también se estaría enfrentando al postmodernismo ilustrado: pedir que no te violen en el trabajo como tampoco, en la mayoría de los casos, violan los hombres, es una demanda hecha desde el afán de igualdad. Da la sensación, pues, que el autor a veces no sabe dónde apunta. Y da la sensación que no sabe donde apunta porque, como en este caso, enmienda a la totalidad aquello que le parece demasiado nuevo sin asegurarse si bebe de aquello que ya existió.
Diría que el regusto de boca extraño se explica porque, en algunos momentos, pese a la lucidez con que expone la diagnosis y prueba de desarmar el postmodernismo paródico, parece que Sáez no es capaz de resistir la tentación reaccionaria. No es capaz cuando habla de la cultura de la cancelación, por ejemplo, una llorera habitual en quien tiene la misma voluntad de silenciar a los que cancelan que los que cancelan. O al hablar de las normas del juego de la corrección política, o al revestir los propósitos de la fraseología woke de un cierto talante conspiranoico. Aunque Ferran Sáez aprovecha las primeras páginas de La fi del progressisme il·lustrat para marcar distancia y dejar claro que no comulga ideológicamente con personajes como Donald Trump o Javier Milei, en algún momento los argumentos se enmarcan bastante dentro la dialéctica reaccionaria. Todo queda en el plano de la sospecha, como si el autor se olvidara de zurcir algunos hilos. Como si Sáez diera un fuerte golpe de martillo en el corpus ideológico del posmodernismo paródico y, como que no encuentra ningún otro corpus entre medio que pudiera ofrecer resistencia, el rebote del brazo condujera cualquiera que lo lee a los puntos comunes de la extrema derecha global. Como no ofrece ninguna contrapropuesta ideológica más allá de la posibilidad de retorno al progresismo ilustrado –que, de facto, tendría que comportar el retorno al mundo de entonces–, como no ofrece ningún contrapeso más allá de la crítica –bien argumentada–, un análisis complejo como el del ensayo puede acabar reducido a los lemas más simplistas.
Aunque Ferran Sáez aprovecha las primeras páginas de La fi del progressisme il·lustrat para marcar distancia y dejar claro que no comulga ideológicamente con personajes como Donald Trump o Javier Milei, en algún momento los argumentos se enmarcan dentro la dialéctica reaccionaria
Para acortar el margen en que se podrían producir malentendidos, al libro de Sáez le hace falta otro libro. No es un libro inacabado en el hilo conductor: Sáez aguanta la tesis y la rellena argumentalmente hasta el final. En la parte más académica y menos personal del ensayo cuesta entrever ninguna incoherencia y eso, en un libro como este, es de agradecer. Pero hay que dar continuidad a la crítica más allá del rebote y hay que poder hacerlo desde un punto de vista –a pesar de citar de Tocqueville- que acuñe tesis más conservadoras que reaccionarias, por ejemplo. Digo "hace" falta, porque uno de los lugares en que el posmodernismo paródico sobre el cual escribe Ferran Sáez ha arraigado con más fuerza está en Catalunya, un país con un espíritu conservador casi olvidado. En este sentido, quizás el libro es poco autocentrado. Es cierto que, en más de un punto, el autor menciona que está tratando debates y marcos ideológicos que aquí son importados. Pero más allá de eso, quizás también sería de interés abrir nuevas vías de investigación con respecto al impacto que esta ideología ha tenido en la izquierda y a la sociedad catalana en general, a veces hasta el punto de negar el conflicto nacional y no entender las dinámicas de poder que atraviesan el país. O en cómo el discurso de la nación dominante se sirve del concepto de naturaleza y artificio. La fi del progressisme il·lustrat es un libro de buenas diagnosis con alguna estridencia, algún despropósito innecesario y molesto –para mi gusto– y algún rechinamiento que, mal resuelto, le juega a la contra a Ferran Sáez porque corre el peligro de parecer un hombre que, sencillamente, se ha hecho mayor. En el trabajo de averiguar cuál es esta contrariedad de fondo, procurando hacerse un esquema mental nítido de las ideas del autor mientras el autor, a su vez, expone el esquema del posmodernismo paródico, el lector se entretendrá de lo lindo.