Hay tres tipos de personas a quien la foto de este artículo puede provocar una profunda alteración. Por una parte, conviene afirmar que la avalancha de imágenes de pies fotografiados en la playa que inundan las redes sociales desde hace días son una estampa casi pornográfica para los fetichistas o una golosa oportunidad de negocio para los podólogos, de acuerdo. Más allá de causar placer, inspiración o curiosidad, sin embargo, estas fotos hacen sufrir de lo lindo a un sector muy concreto de la población: los tiquismiquis con cierto TOC, entre los cuales servidor de ustedes se incluye, como habrán podido adivinar. El motivo es bien sencillo: si alguna cosa da más pereza que una foto con dos pies feos llenos de callos delante del mar y un texto de acompañamiento con frases como "un día más en la oficina" o "aquí, sufriendo de lo lindo" es, sin duda, que la imagen en cuestión tenga el horizonte torcido.
El callo artístico que haría llorar a Fibonacci
La historia del arte está llena de ejemplos para entender que el horizonte geométrico no sólo es rectilíneo, sino que es el punto donde convergen todos los puntos de un plano horizontal. Desde los horizontes bucólicos de Friedrich hasta los horizontes surrealistas de Dalí pasando por los difuminados horizontes de Turner o a los austeros horizontes de Sean Scully, desde hace siglos cualquier ser humano con una mínima sensibilidad artística ha tenido claro lo que nuestros antepasados ya sabían cuando se inventaron el archipendulum: que la inclinación incorrecta de alguno de los elementos de una creación puede enviar al garete toda la obra entera. Pasaba con las pirámides de Egipto y paso hoy con las fotos de pies hechas en alguna playa de glamur discutible, pongamos por caso Miami Beach (la tarraconense, no la americana), ya que de nada sirve colgar en Instagram un post pretendidamente idílico, relajante e inspirador si la línea horizontal del mar que da equilibrio en la imagen está tan inclinada que recuerda a aquellos gráficos del Tour de Francia mostrando la pendiente de una etapa de montaña.
No se necesita ser Claude Monet ni Pietro Perugino para comprender que un horizonte geométrico estable favorece cualquier composición artística, ya que de forma natural nos provoca tranquilidad el orden, ni que sea el de una línea recta, por eso a casi todo el mundo le desagrada ver que un cuadro colgado en la pared está torcido, sea en su casa o sea en la sala de espera del dentista. Ahora que los maniáticos del estilo, la armonía y las proporciones respirábamos tranquilos después de que Gales cayera eliminada a la Eurocopa y no nos castigara más con las fotos sin sentido del once titular en cada partido, sin embargo, día tras día sufrimos la tortura de abrir grupos de WhatsApp o repasar Twitter y chocarnos con horizontes más alabeados que la Torre de Pisa.
La regla de los tercios: en verano, de rebajas
Mirándolo bien, nuestra relación con el horizonte entendido de manera geométrica es como una primera cita de Tinder: atractiva y cautivadora, pero terriblemente difícil de entender. Hay un día en la vida, de pequeños, que nuestro padre nos dice aquello de "mira, eso del fondo es Mallorca" desde la cima del Tibidabo, pero aunque en la escuela nos hayan explicado que la Tierra no es plana y que, por lo tanto, técnicamente el horizonte no es una línea real creada con escuadra y cartabón, nosotros vemos una línea rectísima y no entendemos nada. ¿Por qué la mirada humana percibe de esta manera una cosa que de natural es ovalada por narices? ¿Por qué, es más, tenemos que creer que detrás de aquella raya vive Tomeu Penya? Si de pequeños estos interrogantes se nos hacen pesados y nos asedian las dudas, de mayores la confusión todavía se hace más severa en nuestra relación con el horizonte, tal como demuestra la plaga de fotógrafos podològicos estivales que siguen preguntándose día tras día cómo se descifra la regla de los tercios que, por desgracia, casi nunca nos enseñaron en el cole.
La única cosa positiva de ver tantas imágenes dignas de la fotografía de piestureo© con una estructura y composición digna de un chimpancé con parkinson colocado de MDMA es que día tras día se pone de manifiesto una obviedad: tener una pequeña cámara fotográfica en nuestro bolsillo no nos convierte automáticamente en fotógrafos, evidentemente. Sin embardo, una cosa es no ser fotógrafo profesional y otra es ser un torturador del mal gusto, por eso pedí a Sergi Alcàzar, fotógrafo de ElNacional.cat, que me explicara en una nota de voz de menos de 30 según qué carajo tiene que hacer la gente para hacerse fotos de los pies en la playa y evitar que nos sangren los ojos, y la paciencia, al verlas. Su respuesta fue directa: "hay que pensar siempre en la regla de los tercios", me dijo. "Primero de todo, comprender que las imágenes también se leen y que la regla de los tercios es la explicación matemática de por qué una fotografía nos provoca placer visual." Como con esta explicación ya había gastado los treinta segundos, le otorgué treinta más de regalo.
"Cualquier imagen se puede dividir en nueve partes iguales. Después, estas partes se dividen en dos líneas horizontales y dos verticales. ¿Hasta aquí bien, no? Pues bien, a partir de aquí, cabe decidir dónde se coloca el horizonte: si lo haces en la línea horizontal de abajo, darás protagonismo al cielo; si lo haces en la línea de arriba, priorizarás la atención en el elemento inferior de la imagen, en este caso unos pies". "Amén", le respondí antes de confesarle que personalmente casi prefiero una foto de pies bonitos con el horizonte torcido que no una foto de composición perfecta con unos pies feísimos. "Pues yo prefiero unas uñas como mejillones de largas antes que ver una composición mal hecha", me dijo él, barriendo como buen fotógrafo hacia casa. Absolutamente catapultado por esta imagen mental de funesta digestión, sin embargo, cerré el WhatsApp, activé el modo avión y me puse a escribir este artículo, que oración tras oración -ola tas ola- se ha ido convirtiendo en un pequeño oasis de paz antes no llegue la hora de volver a encender el móvil, caer de nuevo en las redes sociales y chocarme calamitosamente con una nueva foto de piestureo© hecha sin tener en cuenta la proporción de Fibonacci, la regla de los tercios ni, principalmente, el buen gusto.