El creador Eric Benzekri consiguió en Baron Noir ilustrar como pocas veces se ha hecho el juego de intereses, manipulaciones y enfrentamientos que articulan la construcción de un relato político. Hay bastante con una palabra dicha con toda la intención en un momento concreto para generar una reacción en cadena que condicione la opinión pública. Por su parte, el director Ziad Doueiri, proponía en la película El insulto un retrato de las consecuencias de un ataque verbal que acaba leyéndose en clave política y apela a las heridas que supuran a pesar del paso de los años. De la suma de ambos talentos nace la serie francesa La fiebre, estrenada en Movistar y que vendría a ser una excepcional síntesis de sus diagnosis de la realidad.

En este caso, todo empieza cuando se celebra la gran noche del fútbol francés y una de sus estrellas, el jugador negro Fodé Thiam, da un cabezazo a su entrenador en el momento de recoger el premio. Lo hace con un grito que apunta, además, a una cuestión racista. A partir de aquí, el protagonismo es de dos mujeres: a un lado, Sam Berger, una especialista en comunicación corporativa a quien el club encarga la dura misión de aplacar las consecuencias del episodio; en el otro, Marie Kinsky, humorista y polemista que aprovecha la agresión para agitar las tensiones sociales que están fracturando Francia.

Uno de los muchos méritos de La fiebre es que habla de absolutamente todo, y lo hace con la suficiente inteligencia como para no tener que pontificar en nada. Habla de racismo en el deporte, de política y fútbol, de los límites del humor, de la falta de ética de los medios y de prejuicios sociales. Aquí de lo que se trata es de ver los acontecimientos desde perspectivas diferentes y, más que adoptar un bando (no pretende adoctrinar ni sermonear, sino que los hechos hablen por ellos mismos), lo que propone es que veamos cómo se construye un discurso de odio en tiempo de redes. Es, al final, la captación de cómo un momento, un gesto, una simple chispa, puede generar oleadas de rabia, también de incomprensión y de ignorancia, invitándonos a ser cómplices de un problema por nuestra insistencia a creernos todo lo que se nos vende desde la inmediatez.

En este sentido, la serie resulta particularmente terrorífica cuando aborda la rapidez y frivolidad con que un hecho se hace viral, inhibe todo espíritu crítico y degenera en una confrontación (en el mundo real, ya) de consecuencias imprevisibles. Benzekri y Doueiri tienen el acierto de hacer que la forma, como el uso constante de pantallas, se ajuste perfectamente a las necesidades del fondo. La serie funciona muy bien porque nos interpela, nos remueve y nos hace conscientes de que depende de nosotros que el monstruo siga creciendo. También gracias a una excelente factura técnica y un muy notable reparto en que destacan dos actrices, Nina Meurisse y Ana Girardot.