Esta es una historia que acaba el 27 de abril de 1972 en Sant Cugat del Vallès, cuando un hombre se quita la vida después de haber escrito una de las obras poéticas más breves pero geniales de la literatura catalana del siglo XX. A veces los finales sirven para llamar la curiosidad de los inicios, por eso esta historia empieza el día 20 de mayo de 1922 en Reus, cuando nace alguien a quien bautizan con el nombre de Gabriel. Sin embargo, el protagonista de la historia no se convierte en Historia, en mayúsculas, hasta que no decide ponerse a escribir con el apellido que él escoge, no el que tiene: Ferrater, con lo erre final que nunca sabrá pronunciar bien. De esta historia cuelga, también, la historia de esta humilde columna en la cual durante dos meses hemos leído y comentado ocho de los poemas más importantes de Las mujeres y los días, por eso hoy, para finalizarla como es debido el día del centenario de Gabriel Ferrater, no podíamos acabar de ninguna otra forma la serie que con Fin del mundo. La razón es bien sencilla: el poema no habla de un final, sino de un inicio. El poema, de hecho, no habla de Ferrater, sino de nosotros.
Para entenderlo bien, como hemos hecho cada semana, hablaremos de cine y diremos que Fin del mundo también habla de Spike Jonze y Soffia Coppola, que no saben que hoy Ferrater cumpliría cien años, pero que deberían saber que el reusense ya había escrito el año 1960 un poema que explicaba precisamente lo que los dos hicieron con sus dos películas más conocidas: crear, desde el dolor, una obra artística que sirviera para explicar el fin de un mundo. El de los dos cineastas, en común, se acabó en el 2003, cuando se divorciaron después de cuatro años de matrimonio y casi diez de relación amorosa. Pocos meses después, la directora estrenó Lost in translation, un film que evidencia dos versiones diferentes de la soledad y con Scarlett Johansson en el papel protagonista femenino. Diez años después, Jonze decidió escribir su particular carta de amor a su ex con Her, quizás por eso también escogió a Scarlett Johansson como protagonista femenina, pero con la diferencia que esta vez era invisible, al igual que lo era Coppola en su vida: en Her, un adorable escritor interpretado por Joachim Phoenix se enamora de su sistema operativo virtual, un tipo de Siri con voz de Johansson y que representa más que nunca la fina línea que separa el amor del desamor. El enamoramiento irreal del dolor real por la falta de amor. La ausencia de la presencia. El deseo del recuerdo de aquel deseo, vaya.
Fin del mundo no habla del desamor, sino de la experiencia de asumir el desamor, que no es lo mismo.
¿Qué hay después del amor, pues? Inevitablemente, dolor, seguramente por eso el romanticismo ha tratado siempre el desamor de manera lacrimógena, empalagosa y llena de patetismo. Si alguna cosa no es la poesía de Gabriel Ferrater, sin embargo, es eso, por este motivo Fino del mundo no habla del desamor, sino de la experiencia de asumir el desamor, que no es lo mismo. El texto se construye a partir de esta experiencia y la poesía le sirve a Ferrater para curar el dolor, al igual que el cine le sirve a Jonze para plasmar en una película la experiencia de una ruptura, no la ruptura en sí. Escribir, pues, se convierte en una forma de terapia personal en la cual las palabras son el agua para limpiar el pasado y purificarse, por eso son las palabras las que lo van ahogando todo, ya que la poesía se filtra en todos los instantes de la existencia. Y poco a poco, las lágrimas ya no hacen daño, el duro trayecto de la soledad por un camino enfangado ya no es costoso y el dolor, poco a poco, parece diluirse: "Todo cae/ con un fragor lento y blando, y flota/ sin imagen, o se hunde para siempre.".
"A menudo siento que ya he sentido todo lo que podré sentir nunca, y que de ahora en adelante ya no sentiré nunca más nada nuevo, sino simples versiones más pequeñas de aquello que ya he sentido", dice el personaje de Theodore en Her, pero su creador, Spike Jonze, está escribiendo sin darse cuenta las últimas versiones de aquello que ya ha sentido, al igual que Ferrater escribe en el segundo verso del poema "no sé nada de ti". Aquel mundo que antes era amor y ahora es lamento, su mundo, está a punto de acabar. Todo está a punto de caer, todo está a punto de desaparecer y todo está a punto de tomar simplemente sentido, ya que el significado de todo habrá vencido al significante inicial. Al final del poema, después de esta agua de palabras, todo ya se ha desvanecido e incluso se ha podido olvidar el recuerdo inicial que había provocado el dolor: "ya no sé nada de ti", dice el último verso, porque la experiencia ha acabado y la poesía lo ha sanado. Ya no sabe nada más. Todo todo sentido, sólo sentido, porque el fin del mundo estalla siempre con un desamor, pero acaba siempre cuando este desamor encuentra su propio fin del mundo.