Tras un conflicto interior, en 1983 Fina Miralles (Sabadell, 1950) emprendió un viaje a América del Sur que le cambió la mirada artística. Su principal fuente de inspiración siempre ha sido la naturaleza; buena prueba son las acciones e instalaciones que realizó al inicio de su trayectoria. Ahora bien, adentrarse en las culturas indígenas sudamericanas provocó un cambio en su relación con la naturaleza. Después de aquel viaje, prosiguió con esta vida nómada en lugares como Normandía, París, Agramunt, Barcelona y Cadaqués. Esta experiencia fue, para Miralles, el inicio de un exilio interior. Así pues, su pintura construyó un universo personal arraigado en sus emociones más sinceras.

Actualmente —y hasta el 14 de enero—, Espais Volart expone parte de la obra de Miralles de los años ochenta y noventa a fin de que podamos ser partícipes de su imaginario. El discurso de estas obras no contiene ninguna denuncia ni ninguna reivindicación, como sí que hacían sus performances; cuando menos, es una invitación a vivir y a sentir la libertad inherente en la naturaleza. Acompañando dos retratos de Vincent van Gogh, titulados simplemente Vincent (1890), leemos una cita que dice "Pinto la mirada, porque en ella se hace visible el invisible y aquello invisible es el alma humana". La artista hace tangible un mundo no físico que llevamos dentro nuestro. "Que no nos dé miedo la palabra espíritu", dice; porque es la semilla de la vida, donde reside lo que somos. Todo lo que ella pinta surge de dentro suyo, de la verdad más pura, por eso remarca la importancia de ser fiel a una misma. Incluso, en algunos casos, vemos la evolución de un tema; cómo va depurando y sintetizando determinadas formas. Uno de los ejemplos más claros es la serie Suites de París (1987 - 1988).

La exposición Des de més enllà del temps, comisariada por Maya Cruces y Maria Lluïsa Faxedas, se desliga del orden cronológico. El recorrido está concebido en torno a textos de la misma Fina Miralles extraídos de Paraules fèrtils (1972 - 2017), cuatro volúmenes que recogen sus escritos. Palabra o pintura, todo germina de la misma semilla; "El artista es el médium, tiene que dejar todos los canales libres, abiertos. Tiene que ser paciente y dejar que la obra sea influida por las fuerzas que lo rodean".

De manera muy acertada, la exposición culmina con la exhibición del ciclo inédito de obras Memorial (1996). Una serie de dieciséis pinturas sobre tela que recogen lo más esencial de su imaginario. En el momento de su creación, Miralles no era consciente de que esta sería su última obra. Una vez finalizada, vio que aquello era el cierre de una etapa artística, personal y humana. Este último conjunto de obras reúne la expresión más simbólica del artista con formas tan emblemáticas como la flor de lotus, el ouroboros (la serpiente que se muerde su propia cola) o la figura materna —Mare (1988)—, algo trascendental para la artista. Según Miralles, lo primero que tenemos que hacer en esta vida es agradecer a nuestras madres habernos otorgado el regalo de vivir.