Las categorías son como las gorras, nunca terminan de ajustarse. La madrugada del domingo al lunes, la cosa hubiera podido cambiar si Flow hubiese alzado la estatuilla como 'Mejor película internacional', pese a ser un film de animación. Nunca antes ha pasado, excepto por premios especiales –no competitivos– como los otorgados en 1938 a Blancanieves y los siete enanitos y mucho después a ¿Quién engañó a Roger Rabbit? o Toy Story. Tampoco se dio en la gala de 2025 de la Academia. Se lo llevó la brasileña Aún estoy aquí. Pero nadie le quita a esta producción letona lo significante de su carrera por los Oscars. No se fue de vacío, ganó el de animación, claro (rotunda competencia con Robot salvaje o Inside out 2), pero así únicamente se premiaba la técnica y no el fondo.

Una película con diversos factores diferenciales
En esta película, el ordenador, es una anécdota. Como si la hubiesen vestido de acuarelas. Las andanzas de un gato, un perro, una capibara, un lemur, una ballena y un ave rara en un mundo postapocalíptico no valen por el detalle de los paisajes o la expresividad de los protagonistas, que también. Aquí el factor diferencial, como en la vencedora de Walter Salles, está en la historia, en cómo está narrada. En eso, le pega unas cuantas patadas a sus competidoras. Se trata de un grupo de animales que se comportan como animales y que, lógicamente, no hablan. La historia más antiespecista jamás contada, todo un hito para los humanos, tan dados a estar por encima del bien y del mal, y a adjetivar cualquier comportamiento animal. Aquí el Golden Retriever no es mejor amigo de nadie, ni audaz, ni valiente. Es un chucho, sin más, que quiere que le tiren objetos. A veces tierno, sí, casi siempre tremendamente bobo; lengua fuera, rabo incontrolado y cabeza ladeada como diciendo, '¿qué?'. Es ese gesto tan bien cincelado, sin heroísmo ni moralina, lo que hace de Flow algo único. Y así se ha reconocido mundialmente hasta ahora, galardón de la academia americana aparte.
Aquí el factor diferencial, como en la vencedora de Walter Salles, está en la historia, en cómo está narrada. En eso, le pega unas cuantas patadas a sus competidoras
Se estrenó en mayo en el Festival Internacional de Cannes y a los críticos se les cayó la baba, lo que la llevó a vencer en cuatro categorías en Annecy, así como en los BAFTA. Un par de meses atrás, misma suerte con el Globo de Oro como Mejor película animada, primera obra europea en conseguirlo. Todo un logro para una película con algo de aventura y mucha, pero que mucha compunción; al fin y al cabo, la trama apunta a que la tierra se ha vuelto loca definitivamente por culpa de los humanos y hay que sobrevivir en barcos destartalados, un Arca de Noé adaptada a este siglo de condiciones climáticas al extremo.
Flow es una rara avis en la carrera a los Oscar. Una historia con todos los mimbres y con incontables extras, film independiente, ridículo presupuesto
Más allá, también hay algo onírico, muchísimos símbolos, y una emoción muy palpable. Entre otros, por los fantásticos ángulos de cámara elegidos, siempre sorprendentes, y también por el ambient majestuoso de su banda sonora, compuesta por el mismo director de la cinta, hombre del renacimiento acabado de aterrizar en la treintena, Gints Zilbalodis. Flow es una rara avis en la carrera a los Oscar. Una historia con todos los mimbres y con incontables extras, film independiente, ridículo presupuesto, elaborada a partir de programario libre (Blender)... Una muy buena película que tiene que sucumbir a esa idea tan humana de categorizar de forma algo arbitraria. Qué se le va a hacer. No sean capibaras perezosas y vayan al menos al cine a hacer la justicia que la obra merece.