Ya es casualidad que la primera vez que miro El Foraster, el programa tenga como protagonista un lugar que me acogió cuando era un benjamín acnéico. Allí conocí el amor. Y el ajedrez: el abuelo de mi chica me enseñó a mover. La playa bonita de verdad. Y también la Renfe que nunca llega, los bares llenos de nanus idiotas, que daban miedo. Futuros fascistas. Las personas migradas que se buscaban la vida en primera línea de costa para vender a los guiris que empezaban a llegar y transformar las tiendas y subir los precios.

El Foraster construye realidades que no existen: planas, sin aristas, sin márgenes, sin disidencias. Sin problemas

Quim Masferrer, que este lunes estrenaba la décima temporada, no vio nada del Sant Pol de Mar que yo –o cualquiera que haga una vueltecita- viví. Porque El Foraster construye realidades que no existen: planas, sin aristas, sin márgenes, sin disidencias. Sin problemas. Los pueblos y villas que el actor visita solo tienen personas muy amables que viven la buena vida. "Sin prisas, no miro la hora; he venido a conocer a la gente de Sant Pol".

Una ilusión de cartón piedra

La primera persona que se encuentra es Joan. El mismo  señor que se encuentra en cada capítulo. Porque El Foraster vive de exotizar las historias de vida. Encorvado, el bueno de Joan, es un señor –adivina– mayor que no para, que no calla y que es simpatiquísimo. Quim Masferrer, entre las rimas más sencillas del mundo y los chistes menos ácidos, le pide que haga los "300 ejercicios que hace cada día". Es una pena, porque Joan es el abuelo que todos querríamos, provoca ternura. Pero en este panorama, con el teatro riendo como si les hubieran dado MDMA al entrar, cuesta. Cuesta entrar.

¿Soy un esnob de mierda incapaz de pasármelo bien con esta Catalunya en miniatura que presenta este tipo de programas?

"Sant Pol de Mar, vinga, som-hi! No penso dir-ho, pensàveu que ho diria? Sant Pol quina hora és?". Así arranca el programa, con exquisitez e ingenio. Cuesta entrar en un programa que vive de esta blanquitud. Es una forma de tratar al otro vista mil y una veces en la televisión. Pienso en los pobres de Una altra història, el programa que presentó Albert Om, y que se planteaba el reto de encontrar los cien objetos cotidianos que explicaran mejor la historia de Catalunya.

Ayer empezó una nueva temporada de El foraster con Quim Masferrer visitando Sant Pol de Mar

Todo es la misma ilusión de cartón piedra. Y al fin y al cabo, plantea una duda: ¿soy un esnob de mierda incapaz de pasármelo bien con esta Catalunya en miniatura que presenta este tipo de programas? ¿O realmente existen las tietes y els tiets por los cuales se hace –o por los cuales se hacía, que la cosa, por suerte, poco a poco, está cambiando– la mayoría de la programación de TV3?

El Foraster pasa de la vida real. Y se entiende que la gente quiera vivir, en este mundo sin discrepancia, de calçotada y risas

La respuesta no la encontraré yo. Pero está claro que El Foraster pasa de la vida real. Y se entiende que la gente quiera vivir, en este mundo sin discrepancia, de calçotada y risas. De muchísimo product placement, no podía faltar la cerveza en la ecuación, y muchísimo plano general, colores contrastados. Todo es mono en El Foraster. Y quién no quiere vivir en un mundo ideal. Aunque no exista.