POEMES (ESP)

Al final, Emily Dickinson no era como nos habían asegurado, la extrañísima dama de Nueva Inglaterra que escribía poemas vehementes y sincopados después de cocer el pan y de doblar la colada, ni el mito, como la llamaban algunos vecinos para burlarse de ella en la parroquia, ni tampoco el cadáver exquisito que Marià Manent fue libando a cuentagotas y después cocinó y recocinó en almíbar hasta ofrecernos el prodigioso volumen Poemes d’Emily Dickinson (1979), una de las más diestras apropiaciones de la historia universal de la traducción engañosa. También es verdad que todo se explica porque Dickinson, por sistema, rechazaba explicarse demasiado. Escribe para sí misma y no para el público. Se había recluido en casa para siempre y no se dejaba ver casi por nadie, imagen fundida, tan inmóvil y silenciosa como podía, un fantasma, una intrusa. Al fin y al cabo, qué sabía Manent de lo que podían esconder esos poemas enigmáticos y contradictorios, tan intensos como desconcertantes, tan domésticos como generales. Tuvo que admitir que esa poesía incomprendida era la de una “extraña vida de mujer”, como quien habla de la criatura de otro planeta, de otra naturaleza, impenetrable.

Emily Dickinson no era como nos habían asegurado, la extrañísima dama de Nueva Inglaterra que escribía poemas vehementes y sincopados después de cocer el pan y de doblar la colada

Luego vino Harold Bloom y nos advirtió de que tuviéramos cuidado con Emily Dickinson, porque era uno de los grandes escritores de todos los tiempos, tan grande como Dante o como cualquier otro escritor bueno de verdad. Y que lo que no podíamos seguir haciendo era tenerla guardada en un cajón, cuando teníamos que mirarla más, más atentamente, debíamos lucirla en el escaparate. En todo el mundo se la está volviendo a editar, a repensar, a valorarla que es tratar de entenderla. A traducirla. Y en Valencia, tierra de salud, publicaron antes del verano la primera edición completa en catalán de toda la poesía de Dickinson, en una buena editorial universitaria, pero sin que esto trascendiera demasiado. Como si cualquier persona culta y catalanohablante pueda seguir leyendo lo que ahora quiera leer, sin más, sin disponer en casa de ese auténtico prodigio literario, de ese gigante del romanticismo más tardío, del que ya no se desbraba en expresión exaltada ni en el descubrimiento del horror, como Byron, como Mary Shelley y Percy Bysshe Shelley, como John William Polidori. Es la poesía de una náufraga de la historia, de una prisionera desengañada del mundo y al mismo tiempo impregnada de amor y entusiasmo vital, algo parecido a nuestro Verdaguer, también atrapado en su casa, también disidente contra el poder e igualmente fascinado por la verdad del mal.

Es la poesía de una náufraga de la historia, de una prisionera desengañada del mundo y al mismo tiempo impregnada de amor y entusiasmo vital

Y es que el mal nos despierta de repente, nos espabila para siempre. Quizás ésta es la gran aportación de los románticos. Y es que junto a los poetas malditos podemos encontrar a esta Emily Dickinson, recluida en casa, abandonando para siempre la iglesia, desafiando al padre y a la familia, a la comunidad puritana de provincias donde le tocó vivir. Cosida en la escritura cotidiana para combatir el nihilismo se alza Emily Dickinson. El mal es verdad, es la pedagogía suprema, cuando no es una máscara en un baile de máscaras en un baile de sociedad. El respetable padre, al que ama y reverencia, juez y después miembro de la Cámara de Representantes en Washington, cometió incesto con ella, de noche, descalzo y ridículo, en camisón, bajo el techo cotidiano. Lo mismo puede decirse de su hermano William Austin Dickinson, quien es señalado por su hermana a través de muchas imágenes y de muchos poemas. Austin, marido, por si fuera poco, de Susan Huntington Gilbert, la mejor amiga y, probablemente, como asegura casi toda la crítica, amante de Emily Dickinson, el gran amor de su vida. Quizás hay que añadir que la iniciativa erótica no fue escasa en la vida de Austin. Fue abiertamente amante de una señora ya casada, Mabel Loomis Todd, quien fue una de las primeras editoras y promotoras de la poesía de Emily Dickinson. Y es que los grandes dramas humanos se esconden a menudo dentro de las familias más respetables y son crudas tragedias familiares, cotidianas. Con todo, Emily Dickinson no es una escritora víctima, sino una escritora mucho más grande que su herida.