William Faulkner, el famoso escritor norteamericano galardonado con el Premio Nobel de Literatura y reconocido internacionalmente por sus novelas experimentales, afirmó en 1956 que "el objetivo de cualquier artista es parar el movimiento, que es vida, por medios artificiales y retenerlo a fin de que cien años después, cuando un extraño lo mire, vuelva a moverse, dado que es vida". Esta reflexión tan profunda y con tonos filosóficos enlaza perfectamente con la esencia de las fotografías a lo grande formado del artista Jeff Wall (Vancouver, 1946) y no es extraño que se encuentre impresa en una de las banderolas que abren la exposición que le dedica La Virreina Centre de la Imatge a Barcelona hasta el 13 de octubre de este año bajo el enigmático título de Contes Possibles.
Esta muestra, la más completa que se ha organizado hasta ahora sobre el artista canadiense en nuestro país, está compuesta por treinta y cinco tableaux fotográficos (de los doscientos que ha realizado desde 1978) y sumerge a los espectadores en una extraordinaria diversidad de temas, formatos, tonalidades y registros. Precisamente está en este cruce de caminos donde empiezan a romperse todos los estereotipos relacionados con las exposiciones de fotografía tradicionales porque la forma, el formato y la composición se convierten en los protagonistas absolutos y nos obligan a replantearnos la manera de mirar las fotos (como mínimo, en Occidente). En este contexto no es necesario acercarse a cada obra de manera obscena para apreciarla en detalle, como si lo ampliáramos en la pantalla del móvil buscando las costuras; sino que nos vemos apartados hasta los márgenes de la sala de exposiciones para observarlas en perspectiva y poder encajar inconscientemente las piezas de un rompecabezas calidoscópico que esconde más secretos de los que parece a simple vista.
Esta muestra, la más completa que se ha organizado hasta ahora sobre el artista canadiense en nuestro país, está compuesta por treinta y cinco tableaux fotográficos (de los doscientos que ha realizado desde 1978) y sumerge a los espectadores en una extraordinaria diversidad de temas, formatos, tonalidades y registros
Un complejo juego de ecos y analogías
Para entender la magnitud de esta exposición, tenemos que viajar en el tiempo. Desde los años ochenta del siglo pasado, el trabajo de Jeff Wall ha contribuido a definir o redefinir (según se trate) la fotografía como una parte fundamental del arte contemporáneo. No es casualidad que haya escogido como formato habitual el tableaux (cuadro fotográfico) porque hereda uno de los rasgos fundamentales de la historia del arte: la composición. Tal como se comenta en el programa de mano que acompaña la muestra, al contrario de la idea de que entiende la fotografía como un arte prolífico, Jeff Wall "solo" ha producido doscientas imágenes desde 1978, una media de cuatro o cinco por año. Siempre trabaja cada obra individualmente, enfatizando así la autonomía del cuadro. Cada nueva imagen aumenta y hace más compleja una red abierta de temas, motivos y figuras atravesados por un complejo juego de ecos y analogías.
La obra más antigua de esta exposición es un paisaje captado en 1980 que nos muestra un escenario semirrural en las afueras de Vancouver con una clara orientación documental. La obra más reciente es una composición de 2023 que nos introduce, a través de la alegoría, en este universo que el mismo artista califica de "cinematográfico", porque la imagen está escenificada con mucho cuidado, a menudo hasta el punto de producir un mundo alucinatorio o maravilloso que escapa de la realidad. Entre estos dos extremos temporales se encuentran otras imágenes igualmente sorprendentes y la mayoría encajan en la categoría que el artista denomina "casi documental".
Entre las obras más destacadas en la categoría "cinematográfico" encontramos El Pensador (1996), que es una meticulosa escenificación inspirada en un proyecto de monumento concebido y grabado por Alberto Durero en conmemoración de la Guerra de los Campesinos Alemanes de 1525, pero que en manos de Jeff Wall se convierte en un monumento al desencanto: el hombre, a quien han apuñalado por la espalda, es un trabajador anciano, pariente lejano de los campesinos alemanes alzados en revuelta al siglo XVI y sometidos de forma violenta. Otra obra impactante dentro de esta categoría es A partir de un Hombre Invisible de Ralph Ellison, Prólogo (1999 – 2000), formada por un decorado de proporciones épicas en el techo del cual cuelgan 1.369 bombillas de mil formas recogidas por el hombre invisible que protagoniza la novela que la inspira y que este ha cableado y enchufado de forma ilegal para crear su propio mundo subterráneo.
El proceso de representación, de hacer fotografías, es tan rico y expansivo. Casi de manera natural, te sugiere o te anima a fundir cualidades opuestas, contradictorias, de cualquier cosa en la que trabajes. Nunca es estático, a menos que se haga mal
En las antípodas de estas fotografías recreadas encontramos las que encajan en la etiqueta de "casi documental". La obra titulada En el club de veteranos (2022) nos muestra a un acróbata haciendo un salto mortal atrás en un club de veteranos de guerra, donde la gente lo observa con cierta desgana mientras apuran sus copas de cerveza en un momento indeterminado del día o de la noche. Esta falta de referencia temporal resulta inquietante porque el reloj de pared que vemos en el fondo del bar marca las 9:10 (o las 21:10) y no tenemos manera de contrastarlo. Finalmente, otra de las obras de carácter "casi documental" que más llama la atención nos traslada a un escenario emblemático de Barcelona y nos lo muestra de una manera que nunca aparece a las guías turísticas de la ciudad. Limpieza Matinal, Fundación Mies Van Der Rohe, Barcelona (1999) nos presenta un trabajador de la limpieza en su rutina matinal en este famoso edificio barcelonés. Tal como se comenta en el programa de mano, Jeff Wall no acostumbra a trabajar en serie y, cuando lo hace, es siempre sobre temas descriptivos. En este caso, los utensilios de limpieza impersonales (cubo y fregona) enlazan con el lavamanos sucio que vemos en otras obras menores de la exposición, como Composición Diagonal (1993).
Al llegar al final de la muestra, aturdidos por el impacto visual y emocional de unas imágenes que nunca caen en el vacío (a pesar de su frialdad), nos damos cuenta del diálogo interno que Jeff Wall mantiene con él mismo en cada fotografía y que se expande hacia toda su obra. Este es su gran éxito como artista. Por cada círculo que se cierra al alejarnos de alguna de las composiciones, siempre se abre uno nuevo con sus temas recurrentes cuando encaramos la siguiente obra. Aquí es donde encontramos el placer visual como espectadores porque no existe una única manera de observar. A diferencia de la inmediatez que nos dicta la sociedad actual, esta exposición nos obliga a transitar por la fina línea divisoria que existe entre aquello "cinematográfico" y aquello "casi documental", entre lo que construimos y lo que es real, entre lo que soñamos y lo que es terrenal. En palabras del propio Jeff Wall: "El proceso de representación, de hacer fotografías, es tan rico y expansivo. Casi de manera natural, te sugiere o te anima a fundir cualidades opuestas, contradictorias, de cualquier cosa en la que trabajes. Nunca es estático, a menos que se haga mal".