De entre las casi 75.000 fotos que se presentaron en el concurso World Press Photo 2021, era algo iluso pensar que no lo ganaría alguna que demostrara el drama mundial de la pandemia: aún estamos sobreviviendo a la rojez de una bofetada con la mano abierta que empezó en marzo del año pasado. El afortunado, el danés Mads Nissen, fotografió el abrazo de una enfermera y una anciana en São Paulo (Brasil) con un plástico de por medio, una parafernalia sanitaria que ha salvado a muchos de no derrumbarse por inanición de amor. La llamaron la cortina de los abrazos. Aquel era el primero que Rosa, de 85 años, recibía en 5 meses.
¿El mundo se ha detenido con la llegada de la pandemia? Decir que sí es algo perverso y contestar que no es una verdad a medias que se entiende mejor en la sala oscura del CCCB donde a partir de hoy – y hasta el 12 de diciembre – ya puede verse la exposición anual del concurso. Un año da para mucho, para demasiado, para superlativamente más que solo un tema, por globalizado que esté. Ni las guerras se han parado ni las problemáticas sociales se han quedado sentadas en un rincón esperando para quejarse. Y si el ciudadano de a pie está hasta el moño de gel hidroalcohólico en los supermercados y de ficciones que recuerdan un momento histórico que aún no es pasado – véase la temporada 17 de Anatomía de Grey –, las fotografías también han buscado su plan alternativo ante el hartazgo de una situación que también ha superado a sus autores.
El ojo puesto en lo local
“Sin duda siempre tendremos y veremos fotos que tratan y denuncian los abusos de los recursos naturales, las consecuencias y los efectos del cambio climático o las protestas ciudadanas”, explica Silvia Omedes, presidenta de la fundación Photographic Social Vision, entidad que lleva 17 años consecutivos organizando la exposición del concurso. La crisis sanitaria ha sido transversal pero también ha minimizado la importancia y el impacto mediático de otras casuísticas globales. Fieles testigos de la realidad que no vemos, los fotoperiodistas son los ojos del pueblo allá donde no podemos llegar o en aquello que no queremos ver – o que no quieren enseñarnos. Su visión gráfica de la pandemia es un bien común, una reliquia social que ha permitido una concienciación popular activa de más de cuatro aplausos en los balcones; pero las dosis de agotamiento deben también ser proporcionales a la cantidad de instantáneas captadas, rodeadas de la congoja de retratar el dolor, la desesperanza y la muerte.
Los largos viajes a los confines de la tierra para captar esa foto única se han sustituido por miradas más cercanas e intimistas
El World Press Photo de este año está plenamente condicionado por el coronavirus, pero no tanto porque la recopilación de fotos sean un déjà vu constante de mascarillas y distancias de seguridad, sino porque el confinamiento ha reinventado la manera en la que los fotoperiodistas miran a través de sus cámaras. Los largos viajes a los confines de la tierra para captar esa foto única se han sustituido por miradas más cercanas, más intimistas – y con más contenido de fotógrafos freelance que de agencia. “Los fotógrafos han trabajado cerca de sus comunidades dando visibilidad a historias de resiliencia, de superación y de resistencia en ámbitos privados, y eso hace que sea una edición especial”, dice la presidenta, y también destaca que el fotoperiodismo es una gran herramienta veraz para la democracia, en plena era de las fake news y de las noticias poco contrastadas. En este sentido, apuestan por las visitas guiadas y los programas educativos para potenciar la educación visual en los más jóvenes.
De entre más de 4.000 profesionales presentados, este año ha habido más de 45 ganadores de 28 países. En ese sentido, Omedes aplaude que el fotoperiodismo nacional está en muy buen estado de salud, ya que cinco autores nacionales han sido premiados: Pablo Tosco, Aitor Garmendia, Jaime Culebras, Luis Tato y Claudia Reig. “La crisis del fotoperiodismo tiene más que ver con los medios y con sus intereses económicos y políticos, son más empresas de comunicación que medios de comunicación”, comenta. Quizás este es uno de los motivos por los que, a partir del año que viene, las condiciones y requisitos para presentarse al World Press Photo cambian para poder dar espacio a más voces. Según la comisaria jefe del concurso, Sanne Schim van der Loeff, se modifica la estrategia del concurso y se reenfoca para dar “una perspectiva regional que dividirá el mundo en seis zonas, dentro de las cuales se premiarán cuatro categorías: foto individual, largo recorrido, historias y proyectos en abierto.
Lo que pasó en 2020 sin mascarilla
¿Pero qué pasó el año pasado, más allá del coronavirus? Las fotografías expuestas, además de pertenecer a categorías distintas, muestran realidades muy actuales que la pandemia ha abandonado mediáticamente a la contraportada – o ni eso. La lucha contra el Estado Islámico, que continúa matando, las consecuencias del conflicto del Yemen, el movimiento Black Lives Matter, el apartheid palestino o la crisis migratoria que atrapa a miles de refugiados en Grecia. ¿Sabías que en verano del 2020, unas 20.000 personas vivían en un campamento construido para alojar únicamente a 3.000? ¿O que más de un millón de inmigrantes africanos residen oficialmente en Italia?
Algunas de las historias son conflictos que hace mucho que duran y que, poco o mucho, nos suenan. Otras están totalmente alejadas de nuestro día a día, y solo les podemos poner cara y apellidos gracias a proyectos periodísticos que huyen de las breaking news y de la competencia empresarial por sacar primicias informativas. Como el caso de los bebés reborn, unos muñecos hiperrealistas que se diseñan con todo tipo de detalles y que incluso están equipados con sistemas electrónicos capaces de simular los latidos del corazón, la respiración o la inercia de abrir la boca para mamar.
Captados por la cámara de la polaca Karolina Jonderko, la autora quería mostrar como estos bebés artificiales dan respuesta emocional a los adultos. Y es que aunque la mayoría de estos muñecos son para coleccionistas, algunas personas los compran tras haber padecido un trauma, como un aborto o la muerte de un hijo, y estos aparecen como sustitutos.
Otra de las casuísticas que aborda la exposición es el drama de la militarización de los niños en Polonia, donde estos son instruidos para ser soldados; también el estigma de la transexualidad en países como Rusia. O el hecho de que la posesión de armas en Estados Unidos esté garantizada por la Segunda Enmienda de la Constitución (1791). En el país, el número de armas de fuego supera la población del país: 393 millones de armas para 328 millones de personas. Según Small Arms Survey, la mitad de todas las armas de fuego propiedad de ciudadanos privados en el mundo, con fines no militares, se encuentran allí.