Dice la sabiduría popular que gritar más que el otro no te da la razón. Que Furiosa, la precuela del reboot, apueste por el ruido en medio de la desértica nada, no debería despistarnos. Y es que todo lo que Mad Max: Furia en la carretera tenía de reinvención, de novedad, de revolución, es aquí holgazanería, repetición, un dejarse ir, un repetir la fórmula con alguna que otra dosis de traición a sí misma. Si las películas originales de Mad Max, fundamentalmente las dos primeras, antes de que Mel Gibson fuera una estrella e incorporaran a Tina Turner a su imaginario, eran hijas de las necesidades de la serie B, Furia en la carretera ya vivió una innovadora y carísima transformación mezclando la esencia del cine —la fisicidad de los cuerpos, los camiones y la chatarra, y el olor a gasolina— con las cada vez más infinitas posibilidades de la tecnología.
George Miller, el ideólogo de la saga, fue inteligente a la hora de reformularla, dándole un inesperado giro feminista, atreviéndose a dejar en segundo plano al antihéroe (ahora interpretado por Tom Hardy) que daba nombre a la franquicia, el bueno de Max, y poniéndose en manos de un personaje nacido para ser icónico y destinado a seguir los pasos de la teniente Ripley o de Sarah Connor. La Imperator Furiosa de Charlize Theron levantaba la voz y reclamaba el protagonismo de una película que, entre otras osadías narrativas, reducía el argumento a una línea de guión: los protagonistas huyen y los malos los persiguen.
Mad Max: Furia en la carretera era puro cine de autor. Y pura acción, también, con una exuberancia visual abrumadora, rompedora. Mirando de reojo a la segunda entrega original (El guerrero de la carretera, 1981), éramos testigos durante dos trepidantes horas de una violenta y operística persecución de tres días y tres noches. Las taradas tropas motorizadas del dictador Immortan Joe siguen la pista de un camión conducido por una mujer valiente que busca redención ayudando a huir a cinco de las novias-esclavas del caudillo. Demos contexto a los despistados: las películas Mad Max nos presentan una distopía post-apocalíptica y un planeta convertido en un desierto, y la escasez de agua y combustible ha convertido a los supervivientes en máquinas de robar y matar. El tal Immortan Joe domina la Ciudadela como líder autoimpuesto rodeado de sicarios calvos sonados que sueñan con el Valhalla, esclavizando a la población y escogiendo a mujeres que rapta y con las que se casa para convertirlas en incubadoras humanas.
Furia en la carretera, en definitiva, era una alucinante oda al caos que dejaba ojiplático a un espectador que creía haberlo visto todo en el cine de acción. Ninguna sorpresa que George Miller, a quien nadie puede negarle el gigantesco mérito de haberse sacado de la chistera un universo original y un insólito mapa del infierno, quisiera seguir explorando sus posibilidades. Ahora lo hace mostrando los 15 años del viaje que hace la protagonista, desde que era una niña feliz en el oasis del Paraje Verde de las Mil Madres, donde las Vuvalini viven ajenas (e incluso comen melocotones bien jugosos) a la desértica carencia de recursos de unos kilómetros más allá. En Furia en la carretera ya nos contaron, y aquí veremos, cómo la raptan y cómo acaba con sus huesos en la Ciudadela. Lo que ocurre en medio es lo que da forma a Furiosa, la precuela del reboot. Sabremos cuándo pierde el brazo y qué papel juega en su vida otro personaje que se sitúa como una de las grandes atracciones del film.
Hablamos de Dementus, un Señor de la Guerra con aires de Ben-Hur al mando de una cuádriga tirada por tres motos, y que parece arrastrar un pasado traumático (¿quién no lo tiene, en esta saga?) simbolizado en un osito de peluche que lleva a todas partes. Lo interpreta un Chris Hemsworth desatado, que parece pasárselo tan bien como en Vengadores: Endgame, cuando Thor parecía El Gran Lebowski, gordo, dejado, engullendo una cerveza tras otra. Con una nariz postiza que recuerda a la de David Verdaguer en Saben aquell, Hemsworth se suelta y le da un toque festivo a toda la trascendente seriedad que le rodea.
Los verdaderos problemas de esa precuela del reboot se encuentran en su ritmo intermitente, en cierta confusión y en el tipo de impersonalidad en la que caen casi todas las franquicias
Porque al chifladísimo universo de Mad Max, de Furia en la carretera y de Furiosa, le va muy bien un sentido del humor que a ratos ha estado implícito, en la excentricidad de los personajes o en el tono pasado de vueltas. En el pirado Dementus de Chris Hemsworth se concentra gran parte del disfrute de una nueva entrega a la que le pesa la carencia absoluta de sorpresas: en la forma, porque aquí hay más de lo mismo, más persecuciones, más camiones asaltados, más accidentes, más explosiones, y todo nos suena a ya visto; y también en el argumento, porque ya sabemos cuál es el destino de la protagonista.
Tampoco ayuda la sustitución de Charlize Theron por una esforzada Anya Taylor-Joy, que se deja la piel, y la mirada, para construir a una Furiosa en transformación. Logra defenderla de forma notable, pero, más allá de las evidentes diferencias físicas, vive demasiado condicionada a lo que antes había desarrollado Theron, su sombra es demasiado alargada. En cualquier caso, los verdaderos problemas de esa precuela del reboot se encuentran en su ritmo intermitente, en cierta confusión y en el tipo de impersonalidad en la que caen casi todas las franquicias, con plus de gravedad siendo el propio George Miller quien dirige el cotarro.
Estructurada en cinco capítulos, Furiosa intenta tapar el agotamiento y las inercias con ruido, y con el afortunadamente inevitable olor a gasolina, que siempre marea un poco, de un puñado de escenas de acción que siguen impactando si se consigue no compararlas con las de Furia en la carretera. Indiscutiblemente entretenida, pura evasión, carretera y manta, pero también definitivamente anticlimática y perezosa, con un CGI descontrolado, y lejos, muy lejos, del brillo de la anterior entrega de una saga que, al parecer, seguirá estirándose como un chicle.