Lo mejor que se puede hacer en Berlín es ir a los bares. Son mucho mejores que los locales de tecno, están más limpios, se puede fumar y, además, hay individuos de todo tipo. Por haber, hay, incluso, estudiantes de psicoanálisis, especie que, a juzgar por los avances de la ciencia y la tecnología, se podría creer extinguida. Son gente interesante, bastantes más agradables de tratar que los recetadores de diazepam que rondan por nuestro mundo. El único problema llega a la hora de hablar de sus motivaciones que, a veces, cuestan un poco de entender. Si les preguntas cuál es el objetivo último de la práctica que ejercen te acostumbran a hablar de la forma en que lo hacen los niños que, en las tardes de verano, se dedican a excavar en las playas del Maresme. "Qué buscas exactamente?". No te lo saben decir. A Nueva Zelanda no llegarán, pero parece que lo intenten, hurgando tanto como puedan, sin otro límite que la extenuación absoluta.
Asumiendo que todos estamos un poco locos y que hasta el más bobo tiene traumas que se remontan a antes de su nacimiento, es lógico preguntarse si tiene algún sentido hacerlos aflorar y si eso, en última instancia, ofrece alguna solución. Quizás sí, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que esta misma operación tiene resultados todavía más dudosos si uno intenta aplicarla a las personas difuntas que, por definición, son bastante más complicadas de redimir. Lo he pensado leyendo El jove Gabriel Ferrater, la llegenda, un volumen publicado por Edicions 62 y que pretende "poner en duda" el relato que el poeta más conocido de Reus daba sobre sus años de juventud. El autor, Ramon Gomis, afirma que puede parecer un "ejercicio inútil", pero que "lo tiene presente" y que, al fin y al cabo, lo que busca es enmendar los errores, las mentiras y las medias verdades publicadas en Gabriel Ferrater de Reus, libro de 1998 que también estaba centrado en la biografía del autor de Les Dones i els Dies.
No seré yo quien le niegue el derecho a hacerlo —no me pagan por hacer estas cosas—, pero no tengo claro hasta qué punto esto puede justificar la publicación de un libro. Si fuera un escritor de contraportadas o ChatGPT —increíblemente útil para este tipo de labores— diría que la gracia de todo está en "desmitificar" al personaje, que es una cosa que está bastante de moda y que, por lo que me consta, Jordi Amat ya hizo en Vèncer la por, el libro que más veces cita Gomis a lo largo del texto. La biografía de Amat, sin embargo, recorre toda la vida de Ferrater, motivo por el cual debe eludir algunos detalles que en El jove Gabriel Ferrater toman un mayor protagonismo. Es el caso de la familia materna y, especialmente, de la figura de Víctor Josep Rosselló Martí, antepasado del poeta conocido por el poder más o menos tiránico que ejerció sobre Reus en los años anteriores a la Revolución de 1868 y de quien tanto Ferrater como sus hermanos siempre obviaron la existencia.
El autor, Ramon Gomis, afirma que puede parecer un "ejercicio inútil", pero que "lo tiene presente" y que lo que busca es enmendar los errores y las mentiras publicadas a Gabriel Ferrater de Reus
Sobre esto, que sirve para contradecir los supuestos orígenes franceses que todos ellos se atribuían en las entrevistas que les hicieron, el autor parece haber hecho una búsqueda exhaustiva, como sobre todo aquello que se nos explica en el poema In memoriam, que se ve que, mirado con lupa, no es más que una mentira colosal. Parece que, a los catorce años, Ferrater ni bebía ni iba de putas, cosa que sí que hizo después y que, sumado a su suicidio, acabó contribuyendo a su fama de poeta maldito. En eso de quitarse la vida parece que se inspiró en su padre, Ricard Ferrater, que se mató un día después de que se hiciera efectiva su póliza de vida, firmada un año antes. Ahora bien, habiendo escuchado la serie de pòdcasts que Marina Porras y Enric Vila han hecho sobre el poeta, no puedo evitar pensar que, de la relación entre padre e hijo se pueden extraer conclusiones más profundas o, cuando menos, más interesantes.
El rechazo que Ferrater mostró por su progenitor puede interpretarse (con algo de imaginación) como una metáfora de la ruptura entre la Catalunya soñadora de antes de la guerra y la patria desorientada que emerge después, convencida de las virtudes de sus vicios y de que todo aquello que pasó antes de 1936 era mejor enterrarlo en la buhardilla. Puede ser una lectura equivocada, pero tiene la virtud de trascender la anécdota o la cuestión puramente personal que es donde, según mi opinión, naufraga este libro. De tanto querer ejercer el fact-checking, distinguiendo cuáles de las cosas que explicaba el poeta en sus entrevistas eran ciertas y cuáles no, Gomis parece olvidarse de teorizar sobre la figura que analiza, de convertir los hechos de su vida (las anécdotas) en alguna idea (categoría). Hacerlo no es un crimen de guerra, pero nos deja un texto que, a pesar de su voluntad literaria, acaba pareciéndose más a una especie de papel con más interés académico que general.
Parece que, a los catorce años, Ferrater ni bebía ni iba de putas, cosa que sí que hizo después y que, sumado a su suicidio, acabó contribuyendo a su fama de poeta maldito
Es algo habitual, también en los bares de Berlín. Cuando la psicoanalista del otro día se me puso a hablar de hasta qué punto es difícil encontrar a alguien que te quiera de verdad en esta ciudad fría y sórdida, yo le pregunté si al fin y al cabo no podía tener que ver con las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial. Si la última vez que tus antepasados se comprometieron con una idea superior a ellos mismos (dile nación, ejército o matrimonio) acabaron enviando a seis millones de judíos a las cámaras de gas, quizás la idea de entregar tu individualidad a una pareja (sobre todo cuando tienes la opción de no hacerlo) se te hace un poco más complicada de asumir. La chica, que hasta el momento había sido muy simpática, se puso algo seria. "No me parece un argumento válido", dijo, y quizás tenía razón, sin embargo, enfocado así, todo me parece mucho menos entretenido. Si te pasas la vida excavando vale más que sea para poder acabar formulando alguna teoría, por absurda que esta pueda parecer. En caso contrario, mejor dejar que los agujeros los hagan, tan solo, los niños aburridos que rondan por las playas. Serviría para ahorrarnos quebraderos de cabeza.