El mundo se divide entre la gente que tiene ganas de cháchara después de hacer el amor y la gente que queda extasiada y consumida después del fornicio. A veces estos dos mundos se encuentran en la misma cama, y mientras uno se queda en un estado plácidamente vegetativo como si un tren le hubiera pasado por encima, el otro tiene cuerda para rato y parece no ser capaz ni de callar bajo el agua. Asumámoslo, hay gente que tiene ganas de fumar después de un buen casquete y la hay que, en cambio, parece tener tantas ganas de palique que más bien lo que le sale de dentro después de orgasmar es casi hacer un maldito podcast comentando la jugada. Pero hacerlo, además, con el espíritu de un analista futbolístico de Twich para el cual ver los triángulos ofensivos del equipo juvenil del Ajax es mejor que el sexo. Salvando las distancias, eso es lo que hace Gabriel Ferrater en Kensington, donde el poeta más famoso de TwitterCatalunya a estas alturas describe detalladamente el momento posterior a un orgasmo hasta darse cuenta de lo que todos alguna vez hemos descubierto en carne propia: a veces, ni las palabras sirven para transmitir los sentimientos más íntimos.

"Kensington", de Gabriel Ferrater, publicado en Les dones i els dies (Edicions 62)

¿Cómo se puede describir un orgasmo en diez palabras? Así empieza el poema, con dos versos que hablan de una luz inmensa, dek "estío nórdico", y de unas tardes que "no mueren nunca". Leedlos en voz alta y notad el estallido de energía que provoca el acto sexual, la luz blanca del placer cuando este nos acerca casi al paraíso y la repetición de sonidos nasales como las M y las N (luz, nórdico, inmensa, mueren, nunca) creando un ruido intenso, pasional y carnal. Lo que históricamente se ha conocido como "ir como el motor de una Vespino", vaya. Y después, cuando llega la paz, afloran de repente las palabras donde predominan los sonidos fricativos con S o V (después, ellas, viejo, secreto, buscamos, siempre, caminos, nuevos), ya que se ha coronado la cima y lo único que existe es esta especie de petite mort. De momento todo va muy bien, pensaréis. Pues no. A partir de ahora la cosa se complica, ya que por fin deja de ser Ferrater quien nos mete la paliza sobre como ha sido el polvo y es la voz femenina del poema quien empieza a explicar cómo se siente: no sólo afirma saberse a veces desdoblada en ella misma, transformarse y convertirse en alguna cosa diferente de la que es, sino que, por si fuera poco, afirma haberse vuelto una flor amarilla. Además, dice que una vez fue Kensington, el barrio londinense donde Ferrater vivió con Helena Valentí.

¿Qué pensaríais si, después de follar, la persona de vuestro lado os dice que ha tenido un orgasmo tan agradable que ha sido, que sé yo, el Eixample?

Detengámonos aquí, sin embargo, y pongámonos todavía más en situación. ¿Os imagináis acabar de cardar y que la persona de vuestro lado os diga que ha tenido un orgasmo tan bien parido que ha sido, que sé yo, Hostafrancs o el Eixample? Inquietante, cuando menos. Todavía es más inquietante darse cuenta de que, a menudo, ni nuestra propia carne es capaz de comprender aquello que sentimos, como si cuerpo y alma jugaran por separado. Como en Lucía y el sexo, cuando ella no para de gritar "¡me muero, me muero"! mientras se corre y él, Lorenzo (Tristán Ulloa), la mira sonriente y le dice que no se está muriendo. Nunca nada es lo que parece, por eso parece más fácil comprender que un orgasmo nos puede hacer sentir como una "flor amarilla", afirmación que Ferrater parece conocer de maravilla. Sobradísimo, el tio. "Imágenes florales me son fáciles", afirma. Evidentemente, es un verso que hace un guiño a la reiterada comparación mujer/flor que hemos visto en varias ocasiones, por ejemplo en poemas como Primavera o Floral de los cuales ya hemos hablado anteriormente. Pero no se queda aquí. Se viene arriba y cree haber comprendido tan bien cómo se ha sentido ella que lanza un verso de Heine en alemán para darle a entender que incluso los clásicos contemporáneos germánicos ya decían aquello que ella ahora mismo le acaba de decir.

Helena Valentí y Gabriel Ferrater en el barrio londinense de Kensington. (Herederos de Gabriel Ferrater)

A partir de aquí se entra en la parte más hot del poema, donde se construye de manera un poco torpe la imagen que describe el momento máximo de la fusión de los dos cuerpos: a partir de su recuerdo en la mano, recrea el coito donde el órgano sexual de ella se convierte en una flor carnívora y él el insecto que entra. Por toda la escuadra. Pero ojo, no cantemos victoria tan pronto. Convencido plenamente del placer que ha sido capaz de producir y compartir con ella, se afirma que sí, que "te conviertes en flor,/
y hacia aquí todo el cuerpo te sube", pero en los versos posteriores, como si el V.A.R. hubiera invalidado el gol por fuera de juego, nuestro poeta afirma haberse equivocado, haber agotado todas las comparaciones —"todos los dibujos que sé calcar"— y ser capaz sólo de describir la anécdota, no de construir el sentido, dejándonos en bandeja un tema cien por cien ferrateriano: la construcción de la experiencia, no la descripción de ella misma. Los dos versos finales, en boca de ella, no hacen nada más que afirmarnos la tesis anterior: lo que es importante no es la flor, sino como es esta flor. El yo poético, pues, es capaz de ofrecer la información —la flor—, pero no es capaz de describir la emoción —el color, en este caso amarillo—.

Por lo tanto, nos encontramos ante la evidencia de que él nunca podrá llegar a entender aquello que ella ha sentido, ya que solamente puede imaginarse cómo es la flor, pero no cuál es el color. Donde ella habla de coles, él ve patatas, vaya. La fusión de los dos cuerpos, pues, no es en ningún caso sinónimo de la fusión de dos almas, ya que incluso en este momento, el momento máximo de comunicación carnal, las emociones de ambas personas son diferentes y variadas. En resumidas cuentas, no es demasiado diferente de lo que se esconde detrás de la recepción del arte, ya que un objeto artístico —un cuadro, un poema, una canción— puede significar emocionalmente dos cosas absolutamente diferentes para dos personas que se encuentren la una al lado de la otra en aquel preciso instante, y eso es lo que parece decirnos Ferrater en Kensington: no sólo nadie será nunca capaz de entender tus orgasmos, sino que posiblemente tampoco nadie comprenderá nunca a ciencia cierta cómo te sientes cuando le respondas después de uno "¿qué tal?. Así es. Aunque nos pese, nos encontramos solamente ante nuestras emociones.