Dirás el dibujo colgado en alguna aula de primaria con un animal herido y un caballero besando a una dama. Dirás los versos con rima A-B-B-A de unos juegos florales infantiles donde "Sant Jordi al drac va matar/ i a la princesa va salvar". Dirás el color del lomo de un libro que no llegaste a leerte nunca. Dirás a tus padres dándose más besos de lo que era habitual mientras paseáis por una rambla llena de gente. Dirás las mariposas en el estómago de la primera rosa que entregaste a la persona con quien creías haber descubierto la verdad del amor, aunque en realidad lo que estabas conociendo era el misterio del amor. Y dirás también el gol de vaselina de McManaman emmudeciendo el Camp Nou en unas semifinales de Champions League y el As titulando al día siguiente "San Jordi blanco". Incluso dirás la cazadora que te sacaste al mediodía porque tenías calor, dirás el paraguas que unos años después necesitaste por la noche por culpa de la lluvia, dirás comidas de las cuales recuerdas la compañía pero no el segundo plato de las cuales y dirás, también, aquel poema de Gabriel Ferrater titulado Al revés que descubriste un 23 de abril de hace dos años en un post de Instagram, la primavera que durante unos meses vivimos tan al revés de todo que incluso un caballero capaz de matar dragones sucumbió ante un coronavirus.
Dices que cuando me digas todo eso no dirás nada de ti, y es bien cierto. ¿Por qué? Porque si te pido cualquier recuerdo de algún día de Sant Jordi, quien me hable no serás tú, sino tu memoria, ya que son los recuerdos quienes nos dominan y no nosotros a ellos. Por eso te aparecen de la nada cuando menos lo esperas, se te plantan en frente a partir de un olor o un tacto particular y se te escapan velozmente cuando quieres retenerlos: los rememoras y crees reconstruir el pasado de manera narrativa, como en una novela con introducción-nudo-desenlace, pero de repente descubres que la nostalgia se construye de forma desfragmentada y con imágenes inconexas, como un calidoscopio que dispara secuencias a partir de las cuales somos capaces de estirar el hilo. Dices que crees ser una narración, sí, pero en realidad eres un verso libre. Y no sólo te pasa a ti, sino a todos: reconstruimos lo que fuimos a partir de un detalle, de un momento concreto o de un flash esporádico como bien "la lluvia frenética de agosto" o "el azul y el oro de las niñas en bici", y es a partir de aquello que después acabamos haciendo nuestra propia literatura. Por eso describir la imagen inicial y no la reconstrucción posterior de los hechos es hacer literatura al revés: decir el instante recordado, pero no decir nada de quién lo recuerda ni de qué significó aquel momento en la vida posterior. Eso es de lo que habla Gabriel Ferrater en Al revés, por eso Da nuces pueris es el libro perfecto que alguien tendría que regalar el día de Sant Jordi a Christopher Nolan, autor de la película Memento. Mirándolo bien, tanto él en el film como Ferrater en su poema asumen que por nada del mundo somos soberanos de nuestra memoria, sino esclavos de ella.
Ferrater construye el reverso exacto de la concepción de literatura que se tiene en el mundo a partir del romanticismo, prescindiendo en el poema de la exaltación suprema del yo poético y la subjectivació como bandera
Dijiste, cuando no ganaste aquellos juegos florales, que nunca tendrías interés por la poesía, pero lo que pasa es que Ferrater construye en un poema el reverso exacto de la concepción de literatura que se tiene en el mundo a partir del romanticismo, con la exaltación suprema del yo poético y la subjectivació como bandera, por eso Al revés no es un poema cualquiera y por eso en el libro aparece después del poema Literatura, talmente como si se tratara de un juego de espejos. Dijiste, también, que nunca más verías una película de Cristopher Nolan cuando saliste del cine después de ver Tenet y no haber entendido nada, quizás porque también es un filme con una narrativa al revés. Memento sí que te gustará, sin embargo, ya que es una peli protagonizada por alguien que no es nadie: un sujeto que es un objeto de la memoria, pero de la mala memoria, ya que un accidente le ha afectado al cerebro impidiéndole recordar cualquier cosa. Toda su memoria, que en realidad es su identidad, se construye a partir de fotografías colgadas en la pared, objetos que le recuerdan alguna cosa concreta y tatuajes que contienen información tan básica como "hombre", "blanco" o "Leonard", su nombre. Palabras clave extendidas por todo el cuerpo, como si la identidad de alguien pudiera ser un texto bien indexado por algún gurú del SEO. Tú, a pesar de no sufrir amnesia permanente, algún día también dijiste que nunca olvidarías los labios de aquella persona que un Sant Jordi te dio el beso más deseado, pero los has olvidado, como has olvidado tantas otras cosas, por eso tienes que mirar tu propio feed de Instagram, tus publicaciones en Facebook o tu historial de mensajes en WhatsApp para recordar las cosas, los momentos, las fechas e incluso las emociones que la memoria no retuvo. Así es la vida que vivimos, un poco al revés: miles de personas muertas y a quienes hemos enterrado todavía tienen activas sus cuentas en las redes sociales, talmente como si estuvieran vivas, y en cambio si tú mañana borras todo el contenido que tienes colgado en las redes sociales, tu usuario seguirá existiendo pero tú será como si no fueras. No sólo habrás huido, sino que sin decirlo, dirás lo que te huye. No dirás nada de ti.