L'Altra Editorial pone a la venta este miércoles 14 una reedición de la Història de La Vanguardia, de Agustí Calvet, Gaziel, director del diario entre 1919 y 1936, época en que el rotativo de los Godó saltó de 60.000 a más de 200.000 ejemplares de venta diaria y se convirtió en la cabecera de referencia de la prensa catalana y española. Al mismo tiempo, Gaziel se consolidaba, de largo, como el mejor periodista de su generación.
Para decirlo rápido: es un librito imprescindible y delicioso, de mucha actualidad si se descuentan las extravagancias del editor de la época, Ramón Godó, y las peculiaridades del periodo. Amargo pero no amargante, Gaziel lo compuso en su desierto, el periodo después de la Guerra Civil en que vivió en el exilio interior, primero en Madrid y después en Barcelona y Sant Feliu de Guíxols, donde había nacido en 1887.
Este es probablemente el último libro que escribió el autor, muerto en 1964, y permaneció inédito hasta que Josep Benet lo recuperó en 1971 en las Ediciones Catalanas de París. Manuel Llanas, el biógrafo de Gaziel, lo reeditó para Empúries en 1994. La novedad ahora es el prólogo de Antonio Baños, el periodista que encabezó la lista de la CUP a las elecciones al Parlamento del 27 de septiembre del 2015.
Más que de una historia de historiadores es una biografía de La Vanguardia, atravesada de la cabeza a los pies por la omnipresencia del editor, heredero de los fundadores del diario. Un hombre "inmensamente rico a la vez que inmensamente desdichado", según Gaziel. Es un retrato del alma del diario, de su carácter, que corre paralelo en el de Ramón Godó. Gaziel capta la actitud y el comportamiento de la cabecera con exactitud y lo sintetiza en tres leyes que formula así:
Máquinas modernas x Toneladas de papel impreso = Millones de pesetas
Acatamiento automático a las instituciones triunfantes
Defensa, sin discusión posible, del orden establecido
Es también una reivindicación del autor, una apologia pro vita sua. Por una parte, ajusta cuentas con los propietarios, que lo abandonaron al inicio de Guerra Civil, por siempre más, incluso cuando los tribunales de la dictadura lo procesaron en 1940 y se jugaba la vida. Salió adelante gracias a una audaz entrevista con el general Kindelán y a algunas amistades fieles. Pagó un alto precio, sin embargo, como él mismo explica: "Desde entonces, La Vanguardia me tiene borrado del registro civil. Para ella, sistemáticamente, yo no existo". Gaziel vuelve a existir para ese diario desde poco antes de su muerte, en 1964. La Vanguardia lo reivindica regularmente en sus suplementos históricos sobre el diario y lleva su nombre el premio de biografía anual que convoca con la editorial RBA.
Maltrato
Por otra parte, se afana por explicar por qué un catalanista de cuajo como él ([soy catalán] "sencillamente, como un albaricoque se siente albaricoque, y no melocotón") se mantuvo al frente de un diario que sistemáticamente ignoraba todo lo que tenía la más mínima relación con el catalanismo. El propietario, reitera Gaziel, era "rabiosamente anticatalanista".
Este es el motivo que le granjeó el maltrato del catalanismo de los años 30. También el conocimiento que el periodista, implacable, mostraba de la historia de fracasos de Catalunya ("un alma sin cuerpo") y del carácter catalán, que dibuja con precisión y crudeza. Gaziel retrata especialmente el género milhombres, que entonces, como ahora, era el tipo de político dominante.
Gaziel deseaba para Catalunya una prensa y una banca propias y potentes, una canción que después ha resonado tanto en este país. Respecto a la prensa, insiste, erre que erre, que si tenía que ser instrumento de catalanización debía hacerlo en castellano, porque era la lengua en que la mayoría de la gente del país se sentía cómoda. Ya llegaría la hora de la lengua catalana, una vez enderezada la escuela y "recatalanizada" la ciudadanía. Gaziel es aquí muy contundente, incluso obstinado. Esta tozudez hace comprensible la enemiga del catalanismo dominante a partir de 1931.
La editora de L'Altra, Eugènia Broggi, ha explicado a El Nacional que su idea "es llevar este libro a los lectores de ahora, acercarlo a las nuevas generaciones, porque tiene un punto de contemporaneidad. La elección de Antonio [Baños] me resultó evidente. Nos conocemos bastante, es un fan de Gaziel y lo ha leído mucho".
La reedición se justifica sola, ciertamente. "La gracia que tiene republicarlo ahora es justamente la crisis de los poderes fácticos en Catalunya, entre otros La Vanguardia, que es uno de esos poderes corporativos, como los bancos. Cualquier lector encontrará muchas referencias y reflexiones que se adaptan al acontecer actual".
El prólogo es irregular. Flojo con respecto a la parte estrictamente periodística del diario y el editor de aquella época, a quien compara inadecuadamente con Charles Foster Kane, el protagonista de Citizen Kane, la película de Orson Welles. Baños comete en esta parte algunos errores, como atribuir a La Vanguardia la iniciativa de poner esquelas en portada, cosa que era común a muchos diarios europeos y americanos desde el siglo XIX.
En la segunda parte, relativa a la política, se le ve más cómodo, menos rígido, y escribe un comentario más justo y oportuno, sin pirotecnia, de la condición de Catalunya que describe Gaziel. Baños sabe trasladarlo a la situación presente, sin aspavientos ni academicismos, añadiendo otras citas, bien traídas, del autor.
Esta reedición es una magnífica oportunidad de rescatar un gran clásico menor, que la editorial ha recuperado con cuidado, con el detalle de la fotografía de la cubierta, tomada por Josep Maria de Sagarra. La cuarta edición agradecería algunas notas a pie de página que ayudaran a los lectores más jóvenes a situar los hechos y personajes que aparecen.
Descárgate aquí la última parte del prólogo de Antonio Baños (PDF)
Esta versión del artículo corrige la afirmación errónea del original, en la que se decía que La Vanguardia no había vuelto a mencionar a Gaziel hasta 2002.