Madrid, 18 de junio de 1869. Hace 156 años. La Revolución Gloriosa (1868) había triunfado y la reina Isabel II había sido destronada y expatriada. El general Joan Prim i Prats (Reus, 1814), autor de la cita "los Borbones son el mayor impedimento para la modernización y la democratización de España" se había convertido en el hombre fuerte del poder español. En ese momento histórico, las Cortes y la sociedad estaban sumidas en un acalorado debate y discutían el nuevo modelo de Estado: una monarquía (y, por lo tanto, había que buscar a un nuevo rey, inteligente y moderno, en las antípodas de lo que habían sido los Borbones) o una república. Pero lo que realmente amenazaba la consolidación de esa revolución no era dicha confrontación, sino una gravísima crisis económica que afectaba al Estado (con un déficit público monstruoso) y a los principales sectores productivos de la sociedad.
¿Qué se encontró Prim cuando llegó al poder?
Según los profesores Josep Fontana (Universitat Pompeu Fabra) y Fabià Estapé (Universitat de Barcelona), el Estado español estaba en situación de quiebra, prácticamente, desde mediados del siglo XVIII, debido a la desastrosa política económica de los ministros ilustrados del régimen borbónico (Ensenada, Floridablanca, Aranda, Godoy). Según los mismos profesores, en el transcurso del siglo XIX, aquella situación no tan solo no mejoró, sino que empeoró notablemente. España, que acababa de perder la práctica totalidad de su imperio colonial (1810-1826), presentaría suspensión de pagos en varias ocasiones. Y Fontana y Estapé ponen el foco en los gobiernos liberales del reinado de Isabel II (1833-1868) y, especialmente, en los ministros de Economía de la época (Garay, Mon, Bravo Murillo), como los responsables directos de aquella situación.
Un paisaje de crisis profunda y escasas expectativas
A todo ello, se sumó una crisis económica global de gran alcance, que estalló a inicios de la década de 1860, y que afectó, especialmente, a tres de los sectores más estratégicos de la economía española del momento: la banca (contagiada por la crisis financiera mundial de 1866), los ferrocarriles y la industria textil (arrastrados por la crisis bancaria española). En 1868, cuando los generales Prim, Serrano y Topete derrocan el régimen borbónico, la situación económica española era insostenible, en contraste con las arcas privadas de los Borbones y de su camarilla, el "bolsillo secreto", un colosal fondo opaco que utilizaban para sus propios excesos y para negocios turbios e ilegales: tráfico de esclavos (retengamos, también, este concepto) y financiación de golpes de Estado reaccionarios en las jóvenes repúblicas americanas.
La larga sombra de la revolución
El profesor Vicens Vives (Universitat de Barcelona) ve una motivación económica en la Revolución Gloriosa que destrona a Isabel II y expatria a los Borbones. La alta burguesía española, que desde la muerte de Fernando VII (1833) había fomentado y sostenido el régimen borbónico constitucional, retira su confianza a Isabel II. La corrupción moral y política de la familia real, pero sobre todo la necesidad de encontrar grandes soluciones a los problemas endémicos de la política española, explicarían este cambio de postura. La cita de Prim "los Borbones son el mayor impedimento para la modernización y la democratización de España" no es gratuita. Como tampoco es gratuito el interés del general Serrano (examante de Isabel II, y a quien la reina llamaba "el general bonito"), que por aquel entonces es presidente de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España.
Prim en México
Con este paisaje y con la urgencia del momento, el general Prim recupera un antiguo proyecto que no había visto la luz. Siete años antes (1862), con Isabel II todavía sentada en el trono español, Francia, Gran Bretaña y España habían declarado la guerra a México, porque el presidente mexicano, Benito Juárez, aplicaba políticas contrarias a los intereses comerciales de estos tres países europeos. El presidente del Gobierno del momento, el general O'Donnell (de la moderada Unión Liberal), mandó un contingente militar —que se sumó al de Francia y Gran Bretaña—, comandado por el general Prim, en ese momento el militar más prestigioso de España. Poco después, Juárez se doblegaba a las presiones europeas y Prim concluía su misión. Pero, sorprendentemente, en vez de volver a Madrid, viajó a Washington sin informar a O'Donnell.
La primera negociación
El 5 de junio de 1862, el general Prim, el brigadier Milans del Bosch (antepasado del golpista del 23-F) y los coroneles Cortázar y Detendre se entrevistaban con Abraham Lincoln y William Seward, presidente y secretario de estado de guerra, respectivamente, de Estados Unidos. Aquella entrevista, lejos de ser una misión secreta, fue divulgada por la prensa de la capital estadounidense. Este hecho revela que Prim no tenía ningún interés en ocultar su presencia en Washington y su reunión con el presidente de Estados Unidos. Y que esta maniobra era un clarísimo desafío al presidente español. Según el profesor Pere Anguera (Universitat Rovira i Virgili), el motivo de aquella reunión era explorar y valorar la posibilidad de vender la colonia española de Cuba a Estados Unidos.
¿Por qué Prim se fue a Washington a negociar la venta de Cuba?
Cuando Prim se entrevista con Lincoln, Estados Unidos está inmerso en un paisaje convulso, provocado por la Guerra de Secesión (1861-1865). Pero la "Doctrina Monroe" (1823), que se resume con la cita "América para los americanos", y que consiste en promover la independencia de las colonias de los europeos para transformarlas en neocolonias norteamericanas, ha conducido al país al liderazgo continental. El general Prim se da cuenta de que Estados Unidos ya es un gigante. Lo ve en las reuniones políticas. Y lo ve, también, cuando es invitado por el general McClelland a presenciar la capacidad del ejército de la Unión en el desarrollo de una batalla de aquel conflicto civil. Prim y su séquito asumen que cuando Estados Unidos decida proyectarse —con el uso de la fuerza— hacia el Caribe, el ejército español no tendrá ninguna posibilidad.
La venta de Cuba
Finalizada la Guerra de Secesión norteamericana (1866), la administración estadounidense, presidida por Andrew Jackson, estaba dispuesta a negociar formalmente la compra de Cuba. El general Prim intentó, repetidamente, asaltar el poder, promoviendo varios "pronunciamientos" (Cuartel de San Gil) y conspiraciones (Pacto de Ostende), pero hasta después de la muerte de los principales obstáculos que lo separaban del poder (los generales O'Donnell, 1867, y Narváez, 1868) y hasta después de la Revolución Gloriosa (1868), no estaría en disposición de iniciar unas negociaciones formales. El 8 de octubre de 1868, era nombrado ministro de Guerra, y el 18 de junio de 1869, era nombrado presidente del gobierno de un país sin rey y sin presidente de la República. En aquel momento, tenía todo el poder en sus manos para resolver la cuestión cubana.
¿Por qué no se vendió Cuba?
Prim negociaría, secreta pero formalmente, la venta de Cuba, por 40 millones de dólares, el importe equivalente al déficit público del Estado español. Pero aquella venta no era solamente considerada un "deshonor para España", como proclamaría la expatriada Isabel II, sino que era la enajenación de la base territorial de una trama gigantesca de comercio ilegal de esclavos dirigida por la reina madre María Cristina de Borbón y participada por la "camarilla del bolsillo secreto" y por una turbia red formada por altos funcionarios civiles y militares y por potentes armadores catalanes, vascos y andaluces. Prim sufrió un sospechoso atentado el 28 de diciembre de 1870, y murió dos días más tarde. Oficialmente, debido a una infección por las heridas recibidas por arma de fuego, y según el investigador Pedrol Rius, asfixiado con una almohada por sus propios médicos.
Las consecuencias de la no venta de Cuba
Con Prim desaparecido, esa operación fue olvidada. El déficit público continuó su escalada imparable y las bancarrotas del Estado español se sucedieron inevitablemente. La prensa señalaría a Montpensier (el marido de María Luisa, hermana de Isabel II y, por lo tanto, cuñado de la reina y yerno de la reina madre) como el inductor del atentado contra Prim. Veintiocho años más tarde (1898), España perdería Cuba. En la Tercera Guerra (1895-1898), se perderían las vidas de 55.000 soldados de leva, chicos de familias humildes que no podían pagar la exención, más las de los millares de patriotas cubanos que murieron por la libertad de su pueblo. Y se perdieron los 40 millones de dólares que había negociado Prim, y otros 40 millones, que sería la indemnización de guerra que Estados Unidos le impondría en España a cambio de la paz.