Estoy convencido de que Eduard no se enfadará si empiezo este artículo diciendo que Gossos dempeus es una de las grandes novelas que se han publicado este año. Para quien no conozca a Eduard Olesti, se trata de un chico joven que aparenta unos pocos años más de los que realmente tiene. Resulta que era acomodador del Teatre Lliure y eso fue el motor de un espectáculo, que en términos periodísticos, lo marcó mucho. También pasó por el Institut del Teatre pero como los buenos, huyó. Probó de estudiar traducción, sin embargo, y eso me lo explicó un día, añadía frases al texto original, cambiaba algunos textos cuándo no le acababan de convencer, vaya, que como traductor de prospectos de medicamento hubiera tenido algún problema legal. Olesti ganó el premio Amadeu Oller 2022 con Sarcop y el Premio de poesía Ausiàs March de Gandía 2023 por Un cowboy crepuscular y ahora ha ganado el premio de ser publicado en Club Editor.

Gossos dempeus podría ser la película del Fellini de 2024, un esquema de teatro formalista (por formalista quiero decir que la forma contiene un significado per se, no que solo haya forma) o un poema largo. En la presentación en la Librería Finestres, Olesti afirmaba que el título era una provocación porque de pie, según algunos filólogos, es un calco del castellano, aunque está recogido en el DIEC. En cualquier caso, leyendo la novela ves claramente que, aunque las facultades caninas de los personajes (humanos) no afectan a la novela en los lectores, como yo, que no queremos a los perros.

La novela se pregunta, en la primera frase que por qué ladran los perros. Y me ha recordado a mi profesor de lingüística, que me pedía si cuando llamamos al perro, este lo percibe como su nombre o como la acción venir. Es decir, como con mi gato —ya os he dicho que yo no soy de perros y el ejemplo nos funciona— si le grito por Max: sabe que se llama Max y, por lo tanto, entiende qué quiere decir tener un nombre, o bien se piensa que Max quiere decir ven. Un amigo hace poquito me dijo que esta teoría no tenía ni pies ni cabeza porque un perro no puede asumir la complejidad de un verbo ni de una acción en el habla. Volviendo a Olesti, podríamos decir que el perro ladra porque expresa un sentimiento. La lógica expresiva del sentimiento es uno de los temas del libro. La relación, ya clásica para los wokes de cuntalunya, que quedan para discutir entre la diferencia entre significado y significante. En otras palabras, cuál es el sentido de toda expresión: el texto de Olesti viene precedido de unas palabras de Shakespeare, la amiga Maixa escribe en las paredes, los perros ladran y eso es motivo de duda, los camellos buscan la eficacia, Altort se revela desde el más allá, etc.

El mundo de Eduard es rico plásticamente, porque está codificado con una mitificación de su Barcelona y conecta perfectamente con todos aquellos que, en la idea de la ciudad, vemos el tren de la bruja

Otra cuestión es el juego permanente. Maixa, Olga e Irene son los nombres de las tres hermanas de la obra de teatro de Chéjov. El teatro está muy presente en la novela. Mucho quiere decir que los personajes representan cosas y acciones. Y el teatro es la tarea profesional de muchos de ellos. Roger Bernat, director de escena, en la presentación, diferenció dos tipologías de escritor: los que hacen novelas pero quieren hacer teatro y los que hacen teatro pero quieren hacer novelas. Y Eduard es de los primeros. El mundo de Eduard es rico plásticamente, porque está codificado con una mitificación de su Barcelona y conecta perfectamente con todos aquellos que, en la idea de la ciudad, vemos el tren de la bruja. Lo que es poco comprensible es, de alguien que claramente la pulsión estética la tiene haciendo teatro, ¿por qué no hace más? ¿O no solo hace teatro? Es una pregunta que quizás ahora ya no nos hacemos, porque todo el mundo hace de todo.

Habiendo estrenado obras con Nina Orsini, habiendo ganado premios de poesía y habiendo publicado esta novela parece que hablamos de alguien que quiere tocar todas las teclas. Yo lo pienso más bien al revés: toca pocas pero muy meditadas y pensadas y que suenan de muchas maneras diferentes. Por eso pueden parecer que son un libro de poesía, una novela o una obra de teatro. Lo que todavía es más sorprendente es como ha podido escribir todo eso en tan poco tiempo, y la respuesta es sencilla: porque Eduard hace años que trabaja, y de eso vamos faltos.

Eduard Olesti, a la derecha. / Foto: Carlos Baglietto

Es decir, Eduard ha formalizado su percepción de la ciudad. Ha visto un mundo. Y de vez en cuando, solitariamente, se cierra a escribir, solo así se explica la coherencia y el estilo. Pero solo en ella puede desplegar las grandes preguntas por las que se interroga, mediante, en este caso, una trama. Y en la poesía, mediante lengua. La novela Gossos dempeus, sin embargo, le ha permitido llevar al límite la narración. Hablando, me dijo que era un pequeño homenaje a Harry Potter: una historia que se narra hasta la mitad, y el resto son saltos temporales de una historia de la cual ya conocemos el final. Porque el final no trasciende, no hace falta. Escribiendo estas líneas pienso en varios versos publicados en el Cowboy como el siguiente: "te escribiría menos si no añorara Barcelona". Todo va de eso, de una meta-representación, de una autodescripción, de una añoranza, de un aliento codificado.

Eduard Olesti es un materialista, un minimalista y un seductor

Si leemos a Eduard como aquel que pinta una ciudad tenebrosa, nos equivocaremos. Si leemos a Eduard como un poeta de la destrucción o de la fealdad estética, también. Eduard Olesti es un materialista, un minimalista y un seductor. Comparte la pasión por los concretos: por las escenas, las miradas, por las respiraciones, por los coitos, por las expulsiones de todo tipo... Y nos hace mirar, con deseo, las fascinaciones más materiales posibles. La ciudad diseccionada son muchas vidas, gestos y concretos. Nunca abstractos. Porque en la abstracción, en la metafísica, en el absoluto, está el combate de los poderosos contra nosotros.