València capital, madrugada del lunes 14 de octubre de 1957. Hace 67 años. El río Túria, que entonces atravesaba la ciudad por el medio, se desbordaba e inundaba la trama urbana. Durante aquella trágica jornada el agua alcanzaría un nivel de tres metros sobre el pavimento de calles y plazas. Aquella catástrofe, que venía precedida de un episodio de fuertísimas lluvias que se habían producido durante el anochecer y la noche anteriores, se saldaría con la muerte de más de 300 personas y el derrumbe parcial o total de 5.800 edificios. La Gran Riuà de 1957 marcó profundamente a la sociedad Valenciana de la época. Pero no era ni la primera ni, desgraciadamente, sería la última. Las grandes riuaes, cuando el País Valencià se estremece bajo el agua.
La primera riuà documentada: la de 1358
Es del todo seguro de que durante la Edad Antigua el País Valencià ya sufrió varias inundaciones. Pero la primera riuà documentada la tenemos en el siglo XIV. Las fuentes documentales relatan que el jueves 17 de agosto de 1358, hace 666 años, el río Túria se desbordó e inundó València capital y los pueblos situados al oeste y al norte de la ciudad: Paterna, Quart, Mislata, Patraix, Campanari y la Saïdia. Según las mismas fuentes, aquel catastrófico episodio se saldó con la muerte de 400 personas y la destrucción de todo el aparato agrario de la cuenca baja del Túria. Pero los escasos recursos de la época para contabilizar, de una forma rigurosa, los daños provocados por estas catástrofes, apuntan que estos datos solo serían la punta del iceberg.
Esta primera riuà documentada se produjo en un contexto muy revelador. En 1358 hacía solo siete años que la Peste Negra (1348-1351) había asolado Europa. València capital censaba unos 40.000 habitantes (ya ostentaba el liderazgo demográfico en la Corona catalanoaragonesa) y se recuperaba a muy buen ritmo de los estragos de aquella terrible pandemia. Pero la Peste Negra había marcado un antes y un después. Y las condiciones de vida de los barrios más humildes, poblados por una oleada de supervivientes, desheredados y fugitivos; debieron ser malas o muy malas (escasa calidad constructiva, inexistencia de mecanismos de emergencia). Por lo tanto, es muy probable que el verdadero balance se elevara a la cifra de miles de muertos.
La gran riuà de 1517
Durante las décadas posteriores se produjeron sucesivos episodios de inundaciones. Pero la segunda gran riuà se produciría el domingo 27 de septiembre de 1517 (un siglo y medio después de la primera). Según las fuentes documentales, llegó precedida de un intenso episodio de tormentas (algunos textos, incluso, mencionan la cifra mágica de cuarenta días ininterrumpidos de lluvias); y fue la más destructiva y la más mortífera de todas de las que, hasta entonces, se tenía memoria o referencia escrita. Según estas mismas fuentes, a las tres de la tarde de aquel trágico domingo, una ola fluvial barrió València. Al cabo de una hora la corriente del agua había hundido más de doscientos edificios y había destruido, parcial o totalmente, cinco puentes.
Tampoco, en este caso, las fuentes son demasiado rigurosas a la hora de contabilizar las víctimas de aquella tragedia. Algunos relatos documentados unos años después, como los de Gaspar Joan Escolano —rector de la parroquia de San Esteban— describen que: "la furia del río fue tan temeraria, que la ciudad quedó hecha una Babilonia de lamentos y voces de los que morían ahogados bajo las aguas y bajo las casas que se hundían". Según Escolano, la zona más castigada fue el barrio del Carme: "se podía navegar en una barca grande entre los portales de los Tints y de las Blanqueries", especialmente a la calle de los Curtidores, donde se acumularon docenas de cadáveres. La investigación historiográfica estima que en aquella catástrofe perdieron la vida miles de personas.
La gran riuà de 1776
El lunes 21 de octubre de 1776 el Túria se desbordaba, de nuevo, e inundaba València. Desde la gran y mortífera riuà de 1517 se habían producido varias inundaciones. Pero la de 1776 sería la primera que no se imputaría a la providencia. Se ordenó una investigación que culminaría con una inédita conclusión: se responsabilizaba el negociante Joaquín Jovellar, que tenía la concesión estatal de tala y transporte de la madera de los bosques valencianos hasta los astilleros militares de Cartagena. Jovellar sería acusado de llenar de troncos el Túria —fuera de la temporada autorizada para la "navata" (transporte fluvial de troncos)— Aquella investigación resolvería que los troncos de Jovellar impidieron el natural desagüe de aquella riuà y provocaron la tragedia.
No obstante, las mismas autoridades que pusieron a Jovellar en la picota no hicieron absolutamente nada para eliminar otros obstáculos artificiales que, con troncos o sin, impedían el desagüe en caso de riuà. Por ejemplo, el azud de Rovella (situado a la altura de la antigua villa de Campanari, a las puertas de la capital) estuvo operativo hasta casi dos siglos después y tendría que ser a causa de otra tragedia (la gran riuà de 1957, que impulsaría el desvío del trazado del río) que dejaría de ser un peligro. Tampoco en la gran riuà de 1776 se produjo una contabilización rigurosa de las víctimas mortales, pero el relato de las fuentes documentales apunta, claramente, hacia una tragedia de grandes dimensiones, con centenares o, probablemente, miles de muertos.
La gran riuà de 1957
Durante el siglo XX se produjeron dos grans riuaes: la de 1949 y la de 1957; y una pantanà: la de 1982, conocida también como la rotura de la presa de Tous. Estas tres catástrofes tuvieron una gran repercusión social y económica. Tanto por la cantidad de vidas que se cobraron como por los daños materiales que causaron. Pero la de 1957 pasaría a la historia como la peor inundación del siglo XX en el País Valencià. Aquella trágica catástrofe se gestó durante el anochecer del domingo 13 de octubre de 1957. Durante aquellas horas fatídicas, una "Gota Fría" provocó episodios de lluvias torrenciales en la cuenca media y baja del Túria y en pocas horas se registraron hasta 400 litros/m² en varios municipios de la parte central del País Valencià.
Durante la madrugada del lunes 14 de octubre llegó a València una primera ola que ya llenó el lecho del Túria e inundó los barrios del margen derecho del río (la Petxina, el Carme, la Seu y la Xerea). Pero lo peor todavía estaba por llegar. En torno a las dos del mediodía, una segunda ola, con un caudal muy superior a la primera, irrumpía en la ciudad y la inundaba totalmente. Esta segunda crecida se cuantificó en una avenida de 3.700 m³/segundo (seis veces el caudal medio del Ebro a su paso por Amposta), que avanzaba a una velocidad de 15 kilómetros/hora (suficiente para que una persona que se desplaza a pie no pueda escapar). El agua alcanzaría un nivel de tres metros por encima del pavimento de las calles y plazas.
¿Cuál es el problema?
La gran riuà de 1957, en plena posguerra, se saldó con la muerte de un mínimo de 300 personas, una cifra dantesca pero muy lejana de los trágicos balances anteriores. Ahora bien, por primera vez en la historia, las autoridades del momento tomaban conciencia de que hacían falta grandes decisiones para impedir la repetición de aquellas tragedias. Por una parte, se desvió el caudal del río y, por otra, se impuso, arbitrariamente, el coste de aquella construcción a la sociedad valenciana. Pasadas seis décadas, y con una larga y documentada experiencia histórica y con unos recursos científicos muy superiores a los de, sin ir más lejos, 1957, nos encontramos con la paradoja de que los gobernantes que habrían podido evitar la tragedia del 2024 no tienen, ni siquiera, la ínfima categoría política ni la escasa capacidad de gestión de aquellos cabecillas franquistas de "faria" y "carajillo".