Paso cada día por delante de este edificio y hasta hace pocos días no me había dado cuenta de ello. Como todas los de la calle Doctor Dou, esta calle afrancesada del renombre Eixample del Raval, la Casa Ramon Mumbrú es una elegante construcción de cinco plantas (entresuelo y cuatro plantas con bajos comerciales). No destaca especialmente sobre sus vecinas, construidas a la década de los setenta de 1800 sobre los restos de los antiguos conventos de Carme y Elisabets, todavía no llegado el futuro esplendor modernista.
Sin embargo, si entramos en el Restaurante En Ville que ocupa sus bajos quizás podremos encontrar una pista. Sí, me tendría que haber dado cuenta de ello antes. La bóveda de ladrillo es la clave. La bóveda catalana que el autor del edificio hizo célebre y lo hizo rico. La bóveda que hermana este bloque de pisos de 1877 con el Oyster Bar de Gran Central de Nueva York, donde uno puede comerse un bocadillo de ostras que lo deje aturdido. Los dos edificios, tan lejos y tan cerca, son obra del valenciano Rafael Guastavino Moreno, el hombre que construyó Manhattan con bóveda catalana y que cuando murió fue despedido como "el arquitecto de Nueva York".
La bóveda catalana que triunfó en los Estados Unidos
La genialidad de Guastavino no proviene de una imaginación desbordante como Antoni Gaudí, también discípulo de Elies Rogent, o el poso historicista de Josep Puig y Cadafalch o Lluís Domènech i Muntaner. Mayor que todos ellos, su inmortalidad se debe al hecho de haber usado la bóveda catalana –la misma que le había permitido construir el teatro la Masa de Vilassar de Dalt– para construir edificios amplios y resistentes al fuego y dejar boquiabiertos a los ciudadanos de la ciudad más moderna del planeta, Nueva York. . Y, además, haber conseguido patentar una técnica ancestral con la cual construyó algunos de los símbolos de la Gran Manzana, la impresionante estación central, el puente de Queensboro, Saint John The Divine, el Carniege Hall o el Museo de Historia Natural.
Guastavino fue un arquitecto y industrial espabilado de vida turbulenta. Nacido en Valencia el año 1842, se trasladó a Barcelona donde había hecho fortuna su tío, para estudiar de maestro de obras. Antes de acabar los estudios, gracias a los cuales descubrió la vuelta que lo daría rico y célebre, ya firmaba proyectos y dejaba embarazada a su prima Pilar, con quién se casó con diecisiete años. Un matrimonio fallido del cual nacerá su hijo y heredero Rafael Guastavino Expósito –la madre era una huérfano ahijada por el empresario valenciano–, mientras gracias a los contactos de su tío-suegro levantaba la fábrica de Can Batlló, donde pondrá en práctica por primera vez su combinación de un conocimiento de siglos con un nuevo material, el cemento Porland, que Eusebi Güell producirá en la fábrica Asland. Asesorada por Guastavino, obviamente.
Una vida de novela
Guastavino se marchó de Barcelona a finales de 1880, perseguido por un rastro de deudas y asuntos de faldas, acompañado de Paulina Roig, la niñera de su hijo y el amante del padre, y las hijas de esta. Sin conocer el idioma, sin trabajo ni recomendaciones, la situación de los dos Guastavino –a quienes el escritor Andrés Barba dedica su libro Vida de Guastavino y Guastavino, publicado por Anagrama- es tan triste que Paulina y las chicas los abandonaron. Para sobrevivir, Guastavino se alquila como dibujante a la revista Decorator and Furnisher. Poco a poco irá ganando concursos y, Guastavino Fireproof Construction Company llenará los Estados Unidos de bóvedas. Bóvedas y más bóvedas. Bóvedas enladrilladas de bibliotecas, iglesias, estaciones de metro y de tren, museos y obras públicas hasta convertir su estilo en la imagen del modernismo –el movimiento que estalla en su Barcelona de adopción cuando él ya está en Nova York- en los Estados Unidos y su sello lo que dará genuinidad en la ciudad de Nueva York. A partir de entonces, Guastavino padre e hijo serán parte de la historia de los Estados Unidos. Una historia con acento valenciano. O catalán. Llamémonos como nos complazca.
Cuando ya ha construido la Biblioteca Pública de Boston y la plana mayor de la arquitectura americana lo ha reconocido como uno de los suyos haciéndolo hablar al Massachusetts Institut of Technology (MIT), en Guastavino le sale la vena más valenciana y hace una falla pasado Sant Josep. Para poner a prueba sus construcciones ignífugas, construye una bóveda en la calle 68 de Manhattan y el 2 de abril de 1897 le prende fuego después de avisar en la prensa y en el cuerpo de policía. La hace quemar durante cinco horas y, cuando se apaga el fuego, pone encima cincuenta toneladas para probar la resistencia. Se debe tener en cuenta que después del incendi de Chicago el pánico al fuego se había apoderado de los Estados Unidos.
Con el paso de los años, Rafael Guastavino hijo irá relevando a su padre y será él quien pondrá su sello en los edificios más conocidos de la compañía. Los que harán que Nueva York sea el Nueva York que conocemos. El aprendiz que ni siquiera tiene estudios de arquitectura, continúa un nombre mítico.
Como recordaba hace unos días el siempre recomendable perfil Efemérides de Arquitectura, Rafael Guastavino murió el 1 de febrero de 1908 en su finca de Black Mountain, en Asheville (Carolina del Norte). De aquella casa, llamada Spanish Castle por los vecinos, no queda más que una chimenea industrial, homenaje al hombre que trajo de Catalunya el sistema que lo hizo famoso y que le permitió construir bóvedas y cúpulas inimaginables. Como la de la iglesia de Saint Lawrence, donde está enterrado, en una de las paredes que soportan la mayor bóveda elíptica de los Estados Unidos.