Pongámonos en situación. Hay dos amantes, abrazados y desnudos, encerrados dentro de un espacio pequeño del cual no sabemos mucha cosa, ya que lo que importa es la relación entre aquello que pasa dentro y lo que pasa a fuera. Y entre ellos dos, por descontado. No estamos hablando, sin embargo, de Rose y Jack de Titanic haciendo el amor dentro de aquel coche de época cinco minutos antes de que el barco se estampe contra un iceberg, sino de los dos protagonistas de un poema, aunque podrían ser Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, claro está. O cualquiera de nosotros, mirándolo bien. Estamos a finales de septiembre, o quizás principios de octubre; él, pensativo después de hacer el amor, se entretiene observando las rendijas de luz que entran por la persiana, todavía medio bajada porque toca el sol del mediodía. Es aquí, precisamente, a partir de esta persiana "no del todo cerrada", que el creador de todo, Gabriel Ferrater, empieza a construir Cambra de la tardor, uno de los poemas más conocidos de su obra y seguramente el poema erótico más elegante de la literatura catalana del sXX.

Poema "Cambra de la tardor" Gabriel Ferrater (Edicions 62)

Digámoslo claro, la pasión amorosa es inefable porque construye universos mágicos que nos aíslan del mundo, por eso hacer el amor es siempre entrar en una cámara en la cual no existe nada más que dos personas dispuestas a compartir su placer. A compartir la más suprema de las intimidades. A habitar el cuerpo del otro. En definitiva, a evadirse del exterior de forma sensual e inefable, sea en una habitación de hotel, en un coche antiguo aparcado en la bodega de un transatlántico o en el lavabo de una discoteca. Por eso podrías ser tú alguna de las dos personas del poema, porque todos hemos vivido, en algún momento u otro, una situación parecida: el cigarrillo después del fornicio, el silencio mientras se acarician unos cabellos y el lamento, queridamente disimulado, por la evidencia de que aquel instante precioso en algún momento u otro acabará. ¿Qué quedará, de todo aquello? ¿Cuánto tiempo persistirá en la memoria? ¿Y sobre todo, cuál es la fuerza de las cicatrices del amor? Estos son los interrogantes que el poeta de Reus explora en el poema, publicado el año 1962 dentro de Da nuces pueris.

Adentrémonos plenamente en él, pues. Volvamos donde estábamos. Decíamos que la persiana es la frontera entre el mundo interior, atemporal, y el mundo exterior, atado al presente. Por eso la persiana, "como un retenido espanto de caer hasta el suelo", no los separa del aire: los dos amantes saben que hay vida más allá de la ventana, pero se resisten a hacer caso de lo que pasa fuera, ya que el único otoño que sienten real es el que existe entre sus cuatro paredes. Ferrater construye a partir del otoño una metonímia que sirve a los dos enamorados para reflexionar sobre quienes son. O mejor dicho, sobre qué son, ya que si de alguna cosa habla el poema es de cómo el paso del tiempo también ha ido transformando la intensa relación de amor entre los protagonistas, dos personas a quien poco a poco se les va muriendo la luz, que era de color de miel, y ahora es de color de aroma de manzana." ¿De qué color es el aroma de manzana, sin embargo? En efecto: de ninguno, ya que no existe. Esta sinestesia, tan típica en la poesía de Charles Baudelaire, nos informa de lo que ya intuíamos: lo que pasa dentro de la cámara es un mundo inefable que tan sólo es real para ellos dos, ya que, evidentemente, la luz no puede oler nunca a un color.

El poema se entiende solo y todos sabemos cómo es de intenso y dulce entrar en este "modo avión" momentáneo que es la vida durante el antes, el durante y el después de un coito

Es por culpa de esta desconexión entre el exterior y el interior, también, que ella afirma que hoy no oye cantar a los albañiles que hacen una casa en la esquina. Como si la única cosa que se pudiera oír dentro de esta cámara fuera el silencio de ellos dos, de las lenguas mordidas y los labios cosidos. Así pues, si la figura de la manzana nos liga con Josep Carner, la de la cámara transformada en un mundo con entidad propia lo hace con Carles Riba y su libro Tres suites, en el que el abuelo de Pau Riba escribe una fumada interesantísima propia de las canciones de su nieto y poetiza el amor pasional dentro de una estancia cerrada con un hermetismo tan potente como el de la escena de Titanic. No nos flipemos, sin embargo: ni James Cameron leyó nunca aquellos versos de Un nu i uns ulls para decidir describir el orgasmo femenino con una sola mano resbalando en un vidrio empañado, ni nosotros necesitamos conocer al dedillo la historia de la literatura catalana precedente a Ferrater para sentirnos dentro de esta cámara, ya que el poema se entiende solo y todos sabemos cómo es de intenso y dulce entrar en el "modo avión" momentáneo que es la vida durante el antes, el durante y el después de un coito.

Para nosotros, humildes lectores que en este 2022 nos hemos puesto a leer poemas de Ferrater como si se tuviera que acabar el mundo, hay un momento de la lectura del texto en el que todo empieza a caer y hacerse lento y denso, exactamente como la miel. Sabemos que a fuera hay un mundo, sí, pero sin embargo asistimos a los últimos minutos de un instante amoroso del cual van cayendo poco a poco todas las hojas, como en aquella canción de Jacques Prevért llamada Las fuilles muertas y que, según Jaime Gil de Biedma, gustaba tanto a Ferrater. Es así como se llega al final del texto, donde si antes habíamos leído que "el corazón olvida", ahora leemos que "el cuerpo recuerda" y que ella todavía tiene "la piel mitad del sol, mitad de la luna", que es la forma más poética escrita nunca en catalán para definir una cosa tan simple como que después de un verano en Cadaqués -que es donde veraneaban Ferrater y su amante, Helena Valentí-, el cuerpo muestra la marca del bañador sobre el bronceado dorado de la piel.

Tuit de James Cameron sobre la mano de Titanic

Así, con esta imagen tan sencilla y a la vez tan metafórica, es como se cierra este monumental poema escrito con decasílabos: diciéndonos que el pasado es una cicatriz que siempre deja marca en el presente, al igual que lo hace el sol encima de la piel. Igual que la mano de Rose en el mítico coche de Titanic, que veinticinco años después, según James Cameron, todavía muestra la huella de la mano en un cristal lleno de polvo. Igual que los versos de Gabriel Ferrater, que cincuenta años después de su muerte siguen describiendo desde el pasado la pasión amorosa que nunca querríamos dejar de vivir en el futuro. Por eso no los olvidamos y por eso esta cambra ha sido parte esencial de la educación sexual de muchos catalanes desde hace medio siglo: porque Ferrater no sólo nos regaló la oportunidad de entrar siempre que queramos en ella, sino de hacérnosla nuestra y de edificar habitaciones de otoño donde sea donde sea y cuando sea. Sin poesía, quizás, pero con la poética de compartir el íntimo espacio con quien más deseamos, que es una cosa todavía más bonita que un poema.