Reescribir es útil. Creo que lo sabe todo el mundo. Por más que dé pereza, acostumbra a mejorar los libros, hacerles envejecer con mayor dignidad. El dia de l'escórpora es un buen ejemplo. Si Miquel Bonet no se hubiera molestado a reescribirla, su primera novela sería poco más que una anécdota simpática, un producto exótico, similar a los cortometrajes olvidados que aparecen en las filmografías de los reyes del cine yanqui, como el My Best Friend's Birthday de Tarantino, como el The Big Shave de Scorsese. Aunque Jordi Graupera la reseñara en La Vanguardia (cosa que no acostumbra a pasar con las ganadoras del Premi de Narrativa Marítima Vila de Cambrils Josep Lluís Savall), la única ficción literaria de Bonet, descatalogada tiempo acá, no trascendía, hasta ahora, la categoría del sainete provincial con resonancias moralistas.

Más allá del divertimento estilístico

En sus páginas, inspiradas por el Tiburón de Steven Spielberg, una bestia emergida de las profundidades marinas se dedicaba a ajusticiar, por vía oral, a todas las piezas infectas del ecosistema político y empresarial de la Costa Dorada. Constructores, hoteleros y concejales de dudosa calidad moral eran asediados por una escórpora mutante en la que algún lector espabilado podría haber visto la personificación del cambio climático, de los efectos nocivos de la petroquímica local o de las consecuencias catastróficas del turismo descontrolado. El estruendo, producido en plena temporada estival, nos era narrado por un pringado alcoholizado y frívolo que podría entenderse como una mezcla entre el Meursault de L'Étranger y el personaje que Pablo Carbonell interpreta en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán.

Los ataques de la escórpora intentan hacer traquetear el meninfotisme cínico de una villa que parece representar Catalunya entera

Todo eso pasaba el año 2015, momento en el que, abducidos como estábamos por la mandanga del Procés, nada podía hacernos imaginar que el debut literario de Bonet tuviera una lectura aplicable al conjunto de Catalunya. Ahora, gracias a la reedición de La Segona Perifèria, la cosa ha cambiado y por mucho que los críticos que me han precedido hayan querido incidir en las virtudes de la prosa bonetiana (claramente reseñable) uno no puede estarse de ver, en El día de la escórpora, algo que va más allá del simple divertimento estilístico. Descripciones sardónicas aparte, los mejores fragmentos del libro son aquellos en qué el autor da voz al pez. Lo hace en una serie de capítulos breves, escritos con un lirismo obtuso que Bonet ha definido como paródico, pero que esconde algunas reflexiones ciertamente interesantes.

La Segona Perifèria reedita la novela de Miquel Bonet El dia de l'escórpora / Foto: Carlos Baglietto

En ellos, la escórpora se nos dibuja como una especie de fuerza telúrica que ha estado presente en el pueblo ficticio de Vilafarta desde tiempos inmemoriales. Su origen no queda claro, sin embargo, por sus declaraciones ("nuestros dioses, los que nacieron en este mar, eran gente disoluta, los últimos seres con poder y libertad"), es fácil pensar que, en ella, late el espíritu de un pasado salvaje, heroico, situado a las antípodas del mundo de chiringuito, eructo y piña colada que el poder pacificador del turismo ha impuesto al conjunto de la catalana terra. Al estilo de los hombres de Fidel Castro, que desde las profundidades de la jungla trataban de asaltar el Casino en que se había transformado su tierra, los ataques de la escórpora intentan hacer traquetear el meninfotisme cínico de una villa que parece representar Catalunya entera.

"Habéis podido ser libres y habéis elegido ser como sois", afirma la escórpora, retirándose de una sociedad a quien la libertad y el poder incomodan

Sanguinario e imprevisible, como todos los agentes revolucionarios, el pez de Vilafarta busca generar un caos que, en cuestión de semanas, es folkloritzado por los habitantes a quienes pretendía aterrorizar. Del monstruo se acaban haciendo peluches, libros, llaveros, llegando al punto de crear una mascota que lleva por nombre Scorpy y que no he podido evitar que me recuerde al infame Tarracus, protagonista de los Juegos del Mediterráneo que la capital tarraconense acogió en el 2018. La comparación con el separatismo catalán (que, de cosa presuntamente seria, pasó a ser una especie de obra magna del kitsch donde quien salió más favorecido fueron los vendedores de souvenirs amarillos) se vuelve obligada y abre la puerta a preguntarnos cuál es el tipo de mensaje que Bonet busca darnos con la reedición de su libro.

"Las cosas más serias son las que empiezan en broma", nos dice el autor, y habiéndome zampado su novela en poco más de una tarde, no puedo evitar pensar que, entre broma y broma, el escritor reusense tiene que querernos decir alguna cosa relativamente seria. Ha sido así como, después de pensar mucho, se me ha ocurrido que, quizás, todo no es más que una simpática oda a la rendición nacional, una invitación distendida a enterrar los delirios heroicos para abrazar la paz del cementerio, la comodidad de la esclavitud, del bar, del rendismo improductivo. "Habéis podido ser libres y habéis elegido ser como sois", afirma la escórpora, retirándose de una sociedad a quien la libertad y el poder incomodan y que, puestos a escoger, prefiere deleitarse con los placeres que le ofrece su pequeñez. Puede parecer un poco cruda, pero me parece una propuesta honesta.