Quien se haya contagiado alguna vez de cualquier subcultura juvenil sabrá bien de lo que hablo. Los primeros síntomas acostumbran a aparecer tras tocar la manecilla de la puerta que separa la candorosa infancia de la adolescencia más endocrina. De hecho, los gérmenes que propagan la infección forman sus colonias en aquel pomo. El patient zero, el caso índice, el primero que manoseó la manecilla con sus zarpas sucias y se dejó la puerta abierta, es, sin excepción, alguien mayor que tú que te fascina y te aterra a la vez. Quizás alguien del cole que va un par de cursos por delante, a octavo, o algún sujeto que ha comenzado a pasearse por el barrio y los salones recreativos con unas pintas jamás vistas, sobre quien circulan rumores y leyendas malfamantes que vuelan por los aires tu cráneo de niño con fontanelas. Casi simultáneamente te han ido llegando mensajes encriptados: algo ha llamado poderosamente tu atención en uno de esos programas raros que echan por la 2 o el canal 33, algún rollete de tu hermana mayor —con el único objetivo de distraerte y conseguir un momento a solas para el magreo subrepticio con ella— te ha pasado una revista o grabado una casete, has guardado espartanamente la paga semanal y las perrillas que de vez en cuando te afloja tu yayo para comprarte un disco solo por la portada… 

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Un joven Jordi Llansamà hecho skinhead el día siguiente a ver a los Decibelios / Foto: Jordi Llansamà

Y ya no hay vuelta atrás. La enfermedad desencadena una tormenta vital que te empujará a presentarte un buen día en la escuela con viejas prendas de tu padre pasadas por el bricolaje —con más voluntad que pericia—, cuatro chapas y la carpeta forrada de fotos de grupos recortadas, para pasar a ser (al menos durante los largos años de iniciación) el blanco del pitorreo a discreción —esto en el mejor de los casos; también lo serás de las piedras lanzadas por alborozados paletos cuando salgas de la ciudad—. Más secuelas: tus notas, la asistencia a clase misma, caerán en picado, porque ahora solo te importa una cosa: empaparte de todo y encontrar a otros enfermos como tú. Y por supuesto, olvídate de introducir la lengua en garganta ajena, salvo que la otra persona esté infectada del mismo virus que tú, que, en el caso de una chica, en aquel tiempo estaban casi todas inmunizadas. Pero todo esto —como explica, mucho mejor que yo, Kiko Amat en el prólogo de uno de los libros de los que hablaremos— te da igual, porque, quizás ahora, para el resto del mundo, podrás ser un apestado, pero para los tuyos has pasado a ser uno/a mod, rockero, sharp, heavy, rapper, gótico… o un punk. Y esto último es lo que fueron nuestros dos protagonistas de hoy: Joni D. y Jordi Llansamà, leyendas vivitas —y coleantes— del punk y el harcore condal y estatal.

Ambos libros son complementarios, pues que explican la misma historia (la de la consolidación del punk barcelonés tras la ola primigenia) de modo distinto

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Portada de la nueva edición de Que pagui Pujol! / Foto: Manifiesto Libros

Punk sincrónico

Joni y Jordi, dos nombres fonéticamente casi idénticos. Los dos de la misma quinta (o de un pelo: 1968 y 1967, respectivamente). Los dos empezaron a militar en las subculturas casi al mismo tiempo (algo más precoz fue el primero). Los dos eran los chinorris de la movida. Los dos llevan gafas, y a los dos se las rompieron en más de una trifulca. Los dos hacían fanzines (Niños Drogados por Frank Sinatra y Lo Kurkó de Las Korts). Los dos tuvieron programas en Ràdio Pica (Likuadora punk y Atac de Core). Los dos organizaron incontables conciertos y los dos han acabado regentando sus propios sellos discográficos (Kasba Music y Bcore Disc). Los dos fueron punks en la Barcelona de los 80 y los dos lo narraron en sendos libros, los títulos de los cuales hacen referencia a algún single (Que pagui Pujol! y Harto de todo). Además, los dos los publicaron casi simultáneamente, en 2011. Ambos libros son complementarios, pues explican la misma historia (la de la consolidación del punk barcelonés tras la ola primigenia) de modo distinto: uno más político, vivencial y visceral y el otro más musical, coral y enciclopédico (pese a que ninguno prescinde de estos ingredientes). Los dos son documentos necesarios para toda persona interesada en el peso y la significación que tuvieron —y quizás, en menor medida, aun conserven— las subculturas urbanas. Dos crónicas trufadas de referencias musicales y localizadas en espacios míticos de la capital catalana, muchos de ellos desaparecidos y borrados de la memoria oficial de una ciudad que pierde su identidad a pasos agigantados. Y ahora los dos, sin ponerse de acuerdo, los han reeditado a la vez… ¿Sincronía punk?

Todo se ha ido de madre. Son cambios globales, pero ahora te das cuenta de que la ciudad, no es que nunca haya sido tuya, pero es que ya no es ni tu ciudad

"Ha sido casualidad", me explica Joni Destruye. "Tanto Jordi como yo trabajamos alrededor de la música. Somos entidades paralelas. Y yo escribí mi libro porque, cuando Jordi me entrevistó para el suyo, me picó el gusanillo. Sentí la necesidad de revivir todo aquello, y a medida que lo revivía dentro de mí lo iba escribiendo, y después decidí publicarlo. En aquel momento sentía la necesidad visceral de explicarlo, porque es una historia que no se había contado nunca y creo que es importante. Las cosas han cambiado mucho, y mucho de lo que vivimos nosotros es difícil de creer para los chavales de hoy en día. Y porque siempre he pensado que la historia —o la infrahistoria— la tienen que explicar los protagonistas, que en general son los perdedores, y no podemos permitir que la historia la expliquen siempre los vencedores. Este es el motivo que me llevó a escribir el libro hace 14 años. En cuanto a la reedición, hacía mucho que no se encontraba y ahora, por fin, he encontrado a los colaboradores para reeditarlo."

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Portada de la flamante edición de Harto de todo. Con prólogo de Kiko Amat y epílogo de Llansamà / Foto: Bcore Disc/Males Herbes

Algo parecido piensa también Llansamà: "Ha pasado tiempo suficiente para que haya nueva gente interesada. Me hace 'ilu' que alguien joven pille el libro y flipe con lo que hacía esta gente. Ha cambiado todo tanto, tanto a escala social como musical... En el epílogo explico que la mayoría de las cosas de las cuales se hablan en el libro pasaron 30 o 40 años antes de su publicación. Ahora han pasado solo 13 de la primera edición, y el mundo ha cambiado más que en las cuatro décadas anteriores. Es un cambio de paradigma total en muchas cosas. Todo se ha ido de madre. Son cambios globales, pero ahora te das cuenta que la ciudad, no es que nunca hubiera sido tuya, pero es que ya no es ni tu ciudad. Ahora todo está pensado para gente con poder adquisitivo que viaja, mientras la de aquí pringa de mala manera… También pasa que mucha gente que entrevisté para el libro ya no está, y ha sido la forma de dejar un legado de la gente que estuvo allí. Gente la historia personal de la cual mola, cada uno con su versión. "

Crónicas crestarras de la Barcelona preolímpica

Llegado de orillas del Támesis a los insalubres cauces del Llobregat y el Besòs, el punk conectó aquí con una necesidad musical y vital, un nihilismo burlón nacido de la podredumbre suburbana, de las ciudades satélite y la desconfianza en el futuro. En Barcelona (concretamente, en el Casino de l’Aliança del Poblenou) se celebró, en una efeméride tan fundacional como el 77, el primer festival de punk-rock de todo el estado español.A aquella escena proto-punk condal —reducida y poco autoconsciente, pero que despertó un gran interés— le sucedería un aluvión de formaciones (Decibelios, Último Resorte, Attak, L’Odi Social, Kangrena, Shit S.A, Frenopaticss, Anti/Dogmatikss, GRB, Subterranean Kids, etc.), pero lo arriesgado y minoritario de sus propuestas, el carácter hermético y autosuficiente de unas bandas que no perseguían el reconocimiento popular, el desinterés institucional y discográfico (y el desinterés de ellas hacia las instituciones y la industria musical), el reflejo en la tradición libertaria de la ciudad y sus maneras de hacer autogestionarias, la piqueta olímpica y la estrategia de amnesia de la larga Transición y lo que sea que vino después, condenaron a la marginalidad un periodo que continúa siendo ignorado por las crónicas oficiales a pesar de ser el más creativo, estimulante y transgresor de los acontecidos en el acervo cultural catalán reciente. O al menos así ha pasado hasta que los libros de Destruye y Llansamà (junto a La ciudad secreta, de Jaime Gonzalo) llegaron para ponerle remedio. Quien no atesore estas dos obras en su estantería, ya tarda en salir a comprarlas. Sumergiéndose en sus páginas y testimonios, el nuevo lectorado experimentará la misma emoción de un arqueólogo al descubrir una civilización ignota.