Una de las principales virtudes del universo expandido de Marvel es que vas profundizando en personajes hasta dar la vuelta a la percepción que tienes. Eso se está haciendo particularmente palpable en las series. No tienen el mismo nivel ni el mismo tono, pero todas y cada una de ellas están sirviendo para que todo lo que has visto previamente coja un nuevo sentido y una nueva dimensión. De hecho, estas series nacen de un equilibrio que siempre es difícil de alcanzar: la necesidad de mantener viva la tensión dramática y argumental heredera de las películas y la de buscar una identidad propia que la haga funcionar sin rémoras.

No hay duda que Hawkeye (Ojo de Halcón), estrenada en Disney Plus, es de las que lo consigue, y con creces. Esta serie acierta en el tono, ligero pero sin olvidar ni uno de sus frentes; es tensa, pero sin ínfulas ni discursos revisionistas; pasan muchas cosas y hay muchos personajes, pero con la duración y la proporción justa; y está pendiente del universo expandido y su evolución, pero sin obsesionarse mucho. De hecho, su ambientación navideña le da incluso un aire de cuento que te atrapa desde la primera escena. Si eres conocedor del personaje, la disfrutas mucho porque está llena de pinceladas con conciencia de causa, pero si quieres entrar sin información funciona como un reloj. Una gran serie, pues, que te saca al niño que llevas dentro, porque en cada escena, en cada diálogo, apela a los motivos por los cuales lees cómics y entronizas a sus héroes.

Una travesía generacional

Hawkeye es la historia de Clint Barton, que se embarca en una misión para cerrar una de las heridas de su pasado, y de Kate Bishop, la chica que lo admira hasta el punto de convertirse en su relevo natural. Juntos, harán frente a mil amenazas (muy bien introducidas, a veces con una sutileza sólo al alcance de los fans) y convertirán la cuenta atrás hacia la Navidad en un maravilloso "mcguffin" que acaba prestándose a múltiples lecturas. Por una parte, porque en el fondo es la crónica del viaje de un héroe cansado hacia el reposo que anhela desde hace una década: por la otra, porque también es una travesía simbólica y generacional hacia el mismo futuro de Marvel. Es por eso que se permite guiños que tienen más contenido de lo que parece (el impagable musical Rogers con qué se abre el primer episodio) y juega constantemente con el metalenguaje, como cuándo el protagonista se tiene que dejar matar en un juego que no deja de recrear sus propias aventuras.

Como todo buen relato, la serie tiene muchas capas sin necesidad de subrayarlas y sabe describirte los personajes y sus motivaciones sin que las tengan que decir en voz alta. Tiene unas escenas de acción fantásticas, sobre todo porque son las de toda la vida pero sabiendo ser imaginativas; es divertida cuando menos te lo esperas (estos sicarios con problemas de pareja) y se sustenta en la incuestionable química entre Jeremy Renner y Hailee Steinfeld, que se lo pasan tan bien que nos lo llegan a pegar. Hawkeye es eso, diversión sin complejos que explica perfectamente porque Marvel es, guste o no, un espejo intergeneracional.