Entras en Twitter y se habla de Heartstopper. Entras en TikTok, y el tema es viral. Entras en Youtube, y hay centenares de vídeos sobre la serie. Netflix —que se encuentra en un momento delicado después de las pérdidas económica y de suscriptores— ha encontrado lo que permanentemente busca: un fenómeno que traspase la pantalla para pasar a formar parte del imaginario cultural. Y no lo ha conseguido a través de un gran blockbuster ni de una secuela o reboot de algún fenómeno anterior, sino con una ficción realmente sencilla, pero que lo acierta de lleno: la historia de dos chicos monísimos que se enamoran en el instituto.
Decimos que lo acierta porque, a pesar de pisar un terreno perfectamente conocido para todo el mundo —podríamos decir que es una mezcla de Sex Education y Normal People, con menos sexo que estas dos—, lo que Heartstopper pone en el centro es una relación homosexual. Y sí, de este tipo de relaciones también hemos visto unas cuantas, pero la tónica general es relegarlas a tramas secundarias. En cambio, aquí es la trama principalísima. Toda la serie es ver cómo Charlie, el gay pringado del instituto, se enamora de Nick, el chico popular del equipo de rugby, y la relación, primero de amistad y después romántica, que se establece entre los dos. Casi no hay nada más. Porque cuando la cosa funciona, no hay que añadir nada.
Todo es amor
Y si Heartstopper funciona tan bien es gracias a sus personajes. Charlie y Nick, interpretados por Joe Locke y Kit Connor, son dos amores de personas; imperfectos, sí, pero perfectos el unopara el otro, y con un grandísimo corazón que hace que el espectador empatice enseguida con ellos. Además, Charlie tiene su grupito de amigos, donde encontramos a Tao (William Gao) y Elle (Yasmin Finney), un personaje trans que no convierte su condición en su trama, paso importantísimo para la normalización de la diversidad. De hecho, su trama es la relación con Tao, la única de secundaria que hay fuera de Nick y Charlie. Y también es una relación de amor. Porque en Heartstopper todo es amor.
Y el amor es el tema que mejor trata. Aquella chispa que nace cuando conectas con una persona, aquellas mariposas en el estómago, aquella magia tan especial del primer beso... La serie transmite todo eso de maravilla gracias al uso de pequeños detalles de animación (corso, estrellas, hojas...), que surgen de la novela gráfica en que se basa la serie, obra de una Alice Oseman que es también quien se ha encargado de adaptar su propia historia en la pantalla. También ayuda Euros Lyn desde la dirección, transportándonos a través de las imágenes a aquellas sensaciones de vivir el primer amor en el instituto.
Porque si por alguna cosa la serie ha robado los corazones de todos los espectadores, si por alguna cosa es ya un fenómeno cultural, es porque nos representa de manera impecable: todos nos hemos enamorado perdidamente cuando éramos adolescentes igual que Charlie y Nick. Pero a quien más representa es a las personas homosexuales, muchas de las cuales exclaman ahora, ya más mayores: "Ojalá haber tenido Heartstopper cuando tenía esta edad". Porque una serie así hace un trabajo increíble para ver representadas las propias dudas sobre la sexualidad, sobre salir del armario, sobre el qué dirán; y, sobre todo, sirve para sentirse visto para muchas personas que no lo suelen tener fácil durante aquellos años, que se sienten incomprendidas o, incluso, rechazadas. Heartstopper las abraza y las impulsa a seguir. Pocas series son tan útiles. Más Heartstoppers, por favor.