Adelante, no tengas vergüenza. Supongo que si tú también estabas haciendo autostop en el arcén de la carretera es porque tienes ganas de huir, pero te alerto de que este viaje no lleva a ningún lugar en concreto, ya que el destino es el propìo trayecto. Primero de todo conviene presentarnos: este es Ramon, el conductor, pero le puedes decir "el Casas". Supongo que te sonará. Hace años que vive a caballo entre el MNAC y centenares de otros museos del mundo. Dice que le gusta conducir con el brazo peinando el viento y que ya le gustaba hacerlo mucho antes de que BMW lo pusiera de moda. Ella es Rigoberta, aunque en realidad se llama Paula. Le puedes decir "la Bandini", también. Aquí nadie juzga por "qué pone en ti DNI", ya lo verás. La debes haber oído bastante últimamente. Hace ocho años te enseñó a reciclar con una canción que agradecerías no haber escuchado nunca y ahora, gracias a ella, medio país tiene fe en el futuro y dice "a ver qué pasa" allí donde antes decíamos "ai que patirem". Pues adelante, alza, ponte el cinturón y a ver qué pasa.
Ramon, sube un poco el volumen, por favor. Mira, eso que suena es de Wilco y es la banda sonora del viaje. Suena como un loop, indefinidamente, una vez tras otra. Yo desde que subí al coche que la oigo, pero me gusta. Nos gusta. Habla de un hijo que recuerda los consejos de su padre, ya muerto, y habla del domingo como el día del Señor. Del padre. El día más importante de la semana, vaya. A Eugeni d'Ors no le gustaba, por eso se ha bajado hace un rato. Lo hemos dejado en La Garriga, donde dice que quiere abrazar el tedio y que quiere hacerlo sin canciones. Él siempre tan tiquismiquis con todo. Tú, si estás aquí, entiendo que es porque quieres vivir como nosotros: hacer que cada día sea domingo, como en la canción. Y hacerlo a pesar de no tener vacaciones, a pesar de no tener compañía o a pesar de no tener dinero. Estar aquí con nosotros es vivir permanentemente de vacaciones, ya verás.
Eso es lo que me ha llevado a mí a estar sentado aquí, también. Soy Pep, por cierto. No me había presentado, bobo de mí. Escribo en ElNacional.cat sobre cosas que vale la pena descubrir. Sea literatura o sea cine. Sean paisajes o sean buenos vinos. Sean exposiciones de arte o sean restaurantes escondidos. Este es mi viaje: disfrutar de pequeños placeres, pero no lo puedo llamar así porque ya hay una colección de libros de mi amiga Blanca Pujals que trae este título. De hecho, desde que he subido al coche que la única cosa en la cual pienso es en cómo llamar mi trabajo durante este verano. Sí, no te lo he explicado, pero cada día escribiré un artículo haciendo una crónica de este viaje. En el de hoy hablaré de esta conversación, por lo tanto será como si hablara contigo, pero transcrito. El problema es que no sé de qué hablaré mañana. Quizás del placer de comer pollo asado con las manos, o quizás del placer de ver una peli del Wes Anderson en el cine a la fresca de Montjuïc, estirado en el césped del cementerio del castillo donde pelaron al president Companys. Digo que es el problema, pero entre tú y yo: también es la gracia.
Estamos a punto de llegar. Haremos una parada para comer en un lugar muy especial. Yo es la segunda vez que voy, ya. Rigoberta creo que es el primero. Quizás tú ya has estado, quién sabe. ¿Tienes el Pasaporte Hedonista? Bien, no sufras, si no lo tienes, ahora te lo harás. No es necesario para entrar, pero es necesario para disfrutar de lo que hay dentro, por eso Jaime lo hace en la entrada con un plis-plas a todos los huéspedes que llegan sin él. Digo el Gil de Biedma, sí. Es el anfitrión. Ser hedonista no quiere decir ser rico, ni ser opulento, ni ser remilgado. Quiere decir tener sensibilidad para las cosas y saberlas disfrutar, y sentir que cualquier objeto, sea una obra de arte, un producto comercial o un recuerdo, puede provocar no sólo un placer catártico, sino que también puede despertar un placer paralelo. De eso quiero hablar yo en mi columna de verano: de cómo ciertas cosas que tienen un precio nos permiten disfrutar de otras cosas que, en realidad, son intangibles. Mi única norma es que todo aquello sobre lo que escriba tiene que valer menos de 15€. ¿Qué te parece?
Hoy, de momento, no pasemos de aquí. Oír Wilco, con Youtube, podríamos decir que es gratuito. Ir al MNAC a observar La mandra vale menos de 10€, y comprar una antología completa del Gil de Biedma en cualquier librería de viejo vale menos de 5€. Fue Jaime quien me dijo que titulara esta columna "De vita beata", como su célebre poema. Ramon me proponía "Apología de la pereza", pero no lo veía claro. Rigoberta dice que es mejor "La buena vida", pero me parece cargadito. Todos definen bien cómo será este viaje, eh, no te creas, pero me he decidido por "Hedonismo low cost", ya que fíjate, llegar aquí, en esta casa delante del mar, en este hotel bautizado como la República de los Placeres Sencillos, que te reciba Jaime Gil de Biedma con chancletas y olor de fritura –está haciendo calamares a la romana- y saber que hoy nos quedaremos aquí sin hacer nada, sin leer, sin sufrir, sin escribir y sin pagar ninguna cuenta es una cosa que, realmente, como dice el poema, no tiene precio. La Bandini lleva la mochila llena de cervezas Damm, evidentemente. Ramon dice que lleva un borgoña que le ha regalado un amigo suyo. Yo traigo un ancestral de la Bodega Frisach, de Corbera d'Ebre, que es una delicia. Y tú no sufras, que ahora Jaime te hará el pasaporte y entenderás que viviendo como un noble arruinado es posible vivir un verano de fantasía. Mañana no sé dónde iremos, pero sé que volverá a sonar la canción de Wilco, que encontraremos a alguien nueve haciendo autostop y que seguiremos disfrutando de la vida, ya que el verano no es una estación, sino un estado de ánimo. Un estado de ánimo donde es domingo cada día.