Crecer con hermanos a veces puede resultar conflictivo, especialmente en una sociedad con una natalidad muy baja, donde a veces el hijo único parece ser la norma. Rocio Bonilla explica, en Germans (Ànima Llibres; en castellano Hermanos, Algar Editorial) la conflictiva relación entre un niño pequeño y su hermana mayor. Una relación que no parece muy fácil, especialmente porque el niño es un pequeño demonio absolutamente alocado y su hermana una niña tranquila y muy responsable. Pero todo el mundo sabe que entre hermanos nunca faltan las tensiones, incluso cuando entre ellos domina el amor.
Cara y cruz
La gracia de la historia es que se puede leer abriéndo el libro por la portada o por la contraportada (en realidad, no tiene contraportada: tiene dos portadas). Si lo iniciamos por una parte leeremos la historia de los dos hermanos explicada por el pequeño irresponsable que cree que su hermana es aburrida como un rinoceronte, y si la empezamos por el otro lado, nos encontramos con la historia explicada por la hermana mayor, que cree que su hermano está desquiciado, como un mono. Y las dos historias acabarán confluyendo en la parte central con un elemento inesperado.
Bonilla, valor seguro
El año pasado, por Sant Jordi, un cuento bien original de Rocio Bonilla, De quin color és un petó? ( ¿De qué color es un beso?), se situaba en segunda plaza a la lista de los libros de literatura infantil y juvenil más vendidos. Pero además, Bonilla (Barcelona, 1970) conseguía colocar otra de sus obras a la misma lista: La montaña de libros más alta del mundo. Pero Bonilla ha sacado muchos otros libros que han tenido gran éxito, como Max i els superherois o Los fantasmas no llaman a la puerta.
Jordi que no se llamaba Jordi
Ànima Llibres ha publicado, también, un libro que parece idóneo para el día del libro y la rosa: En Jordi i el drac, del joven ilustrador holandés Aron Dijkstra. Una historia centrada en la peculiar relación entre un niño, Jordi, y el dragón Banyatrencat, que contiene todos los elementos de un éxito de Sant Jordi: unos dibujos magníficos, llenos de color, dos personajes entrañables, una historia mítica, y un final feliz con dosis de moralina. El único problema es que Jordi, en la versión original, no se llamaba Jordi. En el libro holandés, el niño se llamaba Roel. Pero el cambio de título era tentador, porque cuadraba perfectamente. Y, ciertamente, ha valido la pena.