"Ramblista de honor 2021... ¡Bufff, qué alegría"!, exclama con una sonrisa donde aparece aquel niño que no tenemos que dejar perder nunca Xavier Escrivà, alma y motor del cine Maldà. "Somos el único cine del barrio que perdura y que se nos reconozca este trabajo... No puedo ser más feliz, sobre todo después de estos dos años de pandemia en que nos ha costado tanto subsistir. Más todavía siendo un cine con una propuesta tan diferente, que elude las películas más comerciales".
Bud Spencer contra Pasolini
El Maldà, sí, es un cine diferente, una sala, que este año celebra su 75 aniversario, en el corazón de Barcelona, que conserva la esencia de aquellos entrañables cines de barrio donde la gente iba a ver películas, pero sobre todo iba a vivir. Una sala que recuerda aquel Cine Paradiso que Giuseppe Tornatore retrató en su película homónima de 1988, una de las mejores cartas de amor al séptimo arte nunca rodadas. "Cinema Paradiso me gusta mucho, muchísimo. Pero para mí, la película que mejor refleja la pasión por el cine es Spelndor, un filme de 1989 de Ettore Scola. Una película no tan conocida pero mucho más representativa del espíritu del Maldà".
Mis amigos eran de ir a las películas de Bud Spencer, yo no. Yo, anhelaba que llegara el viernes y entrar al Maldà a ver las pelis de Pasolini, Visconti, Bergman...
El amor de Xavier Escrivà por el cine viene de cuna. De muy pequeño ya iba con la familia a ver películas los fines de semana. "Soy del Raval, entonces era el barrio Chino. Nací en la calle Riereta, muy cerca tenía el Cine Padró. Entonces vivías en la calle y aquello era un continuo aprendizaje. Era como vivir en una película neorrealista italiana". Pero la verdadera pasión por el séptimo arte surgió cuando Escrivà entró a trabajar como chico para todo en Muebles Maldà. "Las Maldà eran entonces, finales de los 70, principios de los 80, unas galerías muy familiares y de barrio. Recuerdo que había una mercería, una tienda de ropa para niños y niñas... La tienda de muebles ocupaba cinco o seis locales. En el sector de los muebles, muy probablemente era la tienda más importante de Barcelona". Y junto a todos estos locales y tiendas, el cine. "Mis amigos eran de ir a las películas de Bud Spencer, yo no. Yo, anhelaba que llegara el viernes y entrar al Maldà a ver las pelis de Pasolini, Visconti, Bergman... Alucinaba".
La película que salvó el Maldà
Pasó cuando el responsable de la puerta del cine dejó su lugar de trabajo. El encargado de la sala le preguntó a su cliente más fiel si se quería sumar a la plantilla ocupando la plaza vacante. "Me ofreció el trabajo y no me lo pensé. Ni pregunté el sueldo que tendría, acepté inmediatamente. Lo único en que podía pensar era que vería las películas gratis. Pero no una, sino dos, tres o cuatro veces. Tiempo después se marchó el operador y, aunque tenía que hacer un cursillo y sacarme un carné, cosa que hice, me ofrecí". Y de eso ya hace 35 años.
Ni pregunté el sueldo que tendría, acepté inmediatamente. Lo único en que podía pensar era que vería las películas gratis
Era 1986, un año más tarde se estrenó Cielo sobre Berlín, uno de los largometrajes más celebrados de Wim Wenders. Una película que se convertiría en uno de los títulos más importantes en la historia del Maldà. "Siempre que la poníamos se formaban unas colas terribles. La trilogía de los colores de Krzysztof Kieślowski es otro de estos hitos relevantes en nuestra historia. Underground de Kusturica, Estación Central de Brasil de Walter Salles... son otras de las cintas que han marcado nuestra trayectoria". Hay una película, sin embargo, que salvó el Maldà: Akira. "Fue una revolución. Sólo la hacíamos nosotros y fue una locura: colas interminables, gente que empalmaba una sesión tras la otra... Fue así la primera semana, pero también la segunda, la tercera, la cuarta... Pasábamos por un momento muy delicado y aquello nos salvó. Eran los años 90 y que se abrieran cines como los Verdi o el Renoir, que apostaban por un cine de autor similar a nuestra propuesta, nos benefició. Una época en que el cine independiente en versión original tenía mucha demanda entre el público".
Un hombre de negocios hindú adquirió la propiedad de la sala. Quería convertir el Maldà en una sala de cine de Bollywood
El año 2003 cerraron el cine por no cumplir con las medidas de seguridad. Hacía más de medio siglo que el Maldà había abierto y desde entonces no se había hecho ningún tipo de obra de reformas. Los cuatro trabajadores de la sala, entre ellos Xavi, se asociaron y se propusieron reabrir cumpliendo la normativa. "Pero nos encontramos con muchos problemas de burocracia. Nos arruinamos. Mis compañeros dejaron el proyecto, pero yo seguí adelante". Escrivà encontró a su aliado en un hombre de negocios hindú que adquirió la propiedad de la sala. Juntos iniciaron una aventura insólita. "Quería convertir el Maldà en una sala de cine de Bollywood. La idea no triunfó. Eso no es la India y aquí aquel cine de fantasía no gusta. El público hindú tampoco venía. Era la época más dura de la piratería y las películas ya estaban en la red incluso antes de que se estrenaran".
Una familia
En las puertas de la quiebra, el nuevo propietario pidió consejo a Escrivà para salvar el Maldà. Su propuesta fue volver al cine de autor, reduciendo la proyección de películas de Bollywood a un día a la semana. "Pero el hombre se cansó y lo dejó. Gracias a la familia Vilallonga, propietaria de las galerías, pasé a encargarme de la sala. Desde entonces que estoy aquí, llevando el cine". El Maldà es, incuestionablemente, Xavi Escrivà. "He impregnado la sala de mi estilo. Ya antes del 2003, cuando cerramos, era el proyector pero también programador. No he abandonado nunca mi criterio". El viernes Escrivà se hace una lista con todas las películas que se estrenan. De estas elimina las más comerciales, porque no las programa, y si lo quisiera hacer tampoco podría porque los porcentajes que piden las distribuidoras multinacionales son inviables para un cine como el Maldà. "El resto, las miro todas, y elijo a partir de sí me gustan o no. Cada año debo ver más 300 películas. Siempre he sido un integrista del buen cine. Me gusta que la gente venga al Maldà a descubrir, a pesar de ser un cine de reestreno, otro de nuestros rasgos distintivos. Hemos acabado creando una familia. Una familia muy grande y bien avenida".
Siempre he sido un integrista del buen cine. Me gusta que la gente venga al Maldà a descubrir
El Maldà ha sobrevivido a todo: la crisis económica, la pandemia, dos grandes robos, el pirateo de películas, las plataformas ("y que conste que no estoy en contra de ellas porque es una manera que la gente descubra el cine")... Pero sólo ha habido un momento en que a Escrivà le haya pasado por la cabeza cerrar la sala: justo cuando pudieron abrir después del confinamiento. "Durante el confinamiento no teníamos grandes gastos porque estábamos cerrados. Cuando abrimos sólo podían entrar cinco personas, pero los gastos eran los mismos que si la sala estuviera llena. Ahora lo que nos está matando es el precio de la luz. Este mes de septiembre he pagado 800 euros más de lo que pagué en septiembre del año pasado. Pero hemos sobrevivido a todo y seguiremos sobreviviendo. Tengo 55 años y, aunque venden momentos complicados, pienso estar llevando el Maldà hasta que muera".