El 13 de junio de 2005, Mari Carmen estaba esperando el bus en la parada cuando un hombre se bajó de un coche rojo que había frenado cerca de ella. El Pincelito se le puso delante y le preguntó por su hija. El malnacido que años atrás había violado a Verónica, su pequeña de 13 años, había salido de la cárcel. La mujer perdió la noción del tiempo y del espacio, dejó de ser dueña de sus cabales. En la gasolinera no pudieron darle esa botella que pidió a gritos. No tenían ninguna, así que volvió a casa a por una. Salió de nuevo a la calle, pisó otra vez sus propias pisadas, y se fue para el bar con una botella llena de combustible. Allí estaba Antonio Cosme sentado en una mesa, diciéndole que no tenía nada de lo que hablar con ella. Y para que no la olvidara jamás, Mari Carmen le derramó el líquido por el cuerpo, prendió una cerilla y le dejó arder. Diez días después, el Pincelito murió en el hospital y Mari Carmen abrió el debate sobre los límites de la justicia. Gema Peñalosa cubrió todo aquello para El Mundo sin saber nada de la violación de Verónica. A ella, casos como este o como el de las niñas de Alcàsser la han marcado en su trabajo y han hecho que huya de lo llamativo, de los clics, para dar información que respete a las víctimas de este tipo de delitos. A todas ellas les dedica ahora Fuego (Libros del K.O.), una crónica de 100 páginas sobre la evolución del estigma social, moral y judicial que encierra la violencia sexual. Porque la historia de la mujer que buscó justicia en un bidón de gasolina marcó un antes y un después en la forma de tratar públicamente las violaciones.
Según Peñalosa, el arco temporal de la radiografía literaria que ha firmado es de una veintena de años, desde la violación de Verónica en 1998 hasta la sentencia de La Manada, que se produjo casi en paralelo a la petición de indulto por parte de la defensa de Mari Carmen García. Para la autora, hay un cambio sustancial en el tratamiento mediático de este tipo de casos, aunque también en el tratamiento social, de la calle: mientras el país entero se sensibilizó con el dolor de la víctima de La Manada al grito de Yo sí te creo, a finales de los 90 Verónica fue sistemáticamente maltratada e incomprendida por el entorno. Entonces la trataron de mentirosa, de promiscua y de buscona, como a otras que sufrieron lo mismo, pese a que se encontraron restos de semen en su cuerpo y la justicia condenó a Cosme a 10 años de prisión. "No hubo ni la publicidad ni la sensibilidad de lo que sucedía, y también se daba a entender que ellas iban de discoteca”, explica la periodista, que a día de hoy sigue en el periódico El Mundo cubriendo sucesos y tribunales. Dice que Mari Carmen tampoco no tuvo ni esa atención ni esa protección, pese a que llevaba en tratamiento psicológico desde la violación de su hija, pesaba apenas cuarenta quilos y necesitaba pastillas para poder dormir. “Les faltó respaldo legal, moral, social y económico”, asegura.
Si ahora son naturales las protestas masivas de apoyo a las víctimas de violencia sexual, en aquel momento se estilaba más manifestarse para defender al violador. En Benejúzar, el pueblo alicantino de Mari Carmen y Verónica, los vecinos se posicionaron claramente a favor del violador y repudiaron la versión de la niña, que tuvo que marcharse de la zona para poder huir de las burlas y de los insultos de "violada" en su colegio. Tampoco, años después, comprendieron a una madre desesperada que había protagonizado un epitafio desesperado. Cuenta la autora de Fuego que “ellas no fueron tratadas en ningún momento como víctimas, si no como dos mujeres poco más que histéricas que se lo habían inventado todo”. Fueron las feministas las que recogieron su dolor y promovieron que el estado indultara a la mujer, que acabó cumpliendo 3 años de condena. Su caso removió conciencias y estableció un debate nacional sobre los límites de la justicia. “Ahí los jueces tuvieron que pensarse mucho en qué parámetros se iba a basar esa sentencia, porque no se podía crear un efecto llamada y dar a entender que el ojo por ojo y el diente por diente estaba bien. Se creó un debate sobre los límites de la justicia y sobre el tratamiento que se les ha dado a las víctimas de violencia sexual a lo largo de la historia”, explica Peñalosa.
Gema Peñalosa: "Verónica y Mari Carmen no fueron tratadas en ningún momento como víctimas, si no como dos mujeres poco más que histéricas que se lo habían inventado todo"
Cuestionar a las víctimas y sus versiones es el ataque histórico, sistemático, estructural y crónico que han sufrido, y que siguen sufriendo, las mujeres, aunque las estadísticas del mismo Consejo General del Poder Judicial concluyen año tras año que las denuncias falsas son ínfimas. “El problema es de tal dimensión que fue necesario crear una ley de violencia contra la mujer”, dice Gema. Sin embargo, sigue sin haber repercusiones para quienes no protegen la salud y la integridad de la víctima. Tampoco nadie les ha pedido perdón a Verónica y Mari Carmen, o eso cree la periodista, que para escribir el libro ha tenido que hablar con sus protagonistas. “Después de todo lo que les tocó vivir, rememorarlo todo no ha sido agradable para ellas, pero lo han hecho de una manera muy generosa”, recuerda. “En ese momento, aun sin ser muy conscientes, ellas sintieron que no tuvieron apoyos”.
Pese a todo lo investigado, divulgado y plasmado sobre papel, Gema Peñalosa no pierde la esperanza. Cree que se ha avanzado un montón y que ahora ya nada es como la telebasura que comenzó con Desirée, Toñi y Míriam y que siguió con Marta del Castillo, que hacer eso ahora es ya impensable, que somos una sociedad mejor y con más sensibilidad. Pero también sabe que la violencia contra las mujeres sigue siendo un problema profundo en la sociedad española, que queda todavía mucho por hacer, que aún no es suficiente. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2021 la violencia de género en el conjunto del estado español aumentó un 3,2% llegando a las 30.141, sin contar las que no denuncian. Y desde que hay datos ya son 1.171 las mujeres asesinadas.