Chester se fue. Dijo adiós al mundo y su luz se apagó. A partir de entonces los recintos de conciertos guardarían su eco infinito, las radios pasarían horas programando sus canciones, siempre con el beneplácito del oyente medio. Siguen sonando poderosas y ya hace 5 años desde que los noticiarios abrieron con la noticia de la muerte de Chester Bennington, la voz de Linkin Park, el protagonista de las canciones que los de mi generación nos bajábamos en formato pirata mientras vestíamos pantalones anchos y Converse y le dábamos un calo al piti por primera vez. Lo encontraron al amanecer. Tenía 41 años.
En su último vídeo aparece riendo junto a su hijo. Lo publicó en Twitter su mujer, Talinda Bennington, un par de meses después del fatal desenlace. Fue grabado solo 36 horas antes de ahorcarse. "Mi próximo tuit es el más personal que he hecho. Muestro esto para que sepas que la depresión no tiene cara o forma", escribió Talinda. Lo que pensó Chester ese 20 de julio de 2017 no lo sabemos pero de saberlo tampoco lo entenderíamos: el corazón tiene razones que la razón ignora, que decía Blaise Pascal.
En su último vídeo aparece riendo junto a su hijo. Lo publicó en Twitter su mujer, Talinda Bennington, un par de meses después del fatal desenlace. Fue grabado solo 36 horas antes de ahorcarse
Chester se despidió sin decidir irse. Este es el diagnóstico: muerte por suicidio. Suicidio como efecto y no como causa. La causa fue la depresión, el déficit de salud mental, los estragos derivados de unos años de excesos y drogas y adicciones, los daños irreparables de un niño que sufrió abusos sexuales encerrado en un cuerpo de adulto. Él mismo confirmó haber pensado en quitarse de en medio por eso. Chester Bennington se despidió pero no lo decidió. Esta es la BSO de un suicidio, de una muerte por suicidio más bien, o quizás solo es la lista de reproducción de un hombre desesperado que quiso ser escuchar y ser escuchado, servir de apoyo moral en la sombra, porque el límite entre creación, arte y realidad a menudo es demasiado fino.
One step closer to the edge. Un paso más cerca del límite. Esto cantaba Chester Bennington en esta canción incluida en Hybrid Theory, el primer álbum de la banda mezcla de nu metal y rock alternativo. Este tema es un alegato a la ansiedad. La jovencísima voz de Linkin Park le grita a las cosas que no entiende y a la necesidad de comprender para poder avanzar, instalándose en la ignorancia cuando las transparencia no es una opción. En un claro ejemplo de buscar respuestas sin encontrarlas, sujeto a un pasado que le sigue condenando —just like before, justo igual que antes—, el protagonista de la canción no oculta sus ganas de desaparecer porque ya no lo puede soportar más —I cannot take this anymore—. Hay desesperación en los versos y los tonos de este tema (¿premonitorio?) de rock duro que supura ira y rabia a destajo.
Quizás la joya de la corona del grupo, su canción más escuchada y reproducida —más de un billón de reproducciones en Spotify—, y probablemente uno de los dardos más punzantes de Chester. El señalamiento, el enfado permanente hacia el otro, el intento de superar el mal que alguien le ha hecho, la indignación suprema de verse en un pozo del que él no es responsable. Transcribo directamente en castellano: Creé esta rima / para recordarme a mí mismo / cómo de duro lo intenté. / A pesar de cómo te estuviste burlando de mí, / yo actuaba como si fuera parte de tu propiedad. / Recordando todas las veces que peleaste conmigo, / me sorprende / que llegases tan lejos. Pero, como dice la canción, al final nada importa: para esa voz que canta, cualquier esfuerzo por tirar adelante es en vano.
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¿Qué pasa en la cabecita de una persona que debe lidiar con cualquier enfermedad de salud mental? ¿Cómo funciona su mecanismo interno? From the inside habla de la confianza: es un viaje musicado hacia las entrañas de alguien que no confía en nadie, ni siquiera en sí mismo. Una consecuencia trágica que enfermedades como la depresión acentúan y que aislan al sujeto hasta mandarlo al ostracismo de sus propios pensamientos, de su propia realidad. Entre líneas, se puede leer la necesidad de tejer una red de soporte fuerte y las consecuencias nefastas que puede tener no sentirla cerca. Tension is building inside, steadily / everyone feels so far away from me (la tensión se está construyendo en el interior, constantemente / todo el mundo se siente tan lejos de mí).
Y después de la tormenta, llega la culpa. Un sentimiento que todas las personas que padecen algún tipo de enfermedad de salud mental experimentan en algún momento: la culpabilidad por no poder hacer más, la inutilidad que sienten hacia los suyos, la incapacidad por gestionarse a sí mismos y ser dueños de lo que les pasa. Somewhere I belong hace un retrato paralizador y explícito de ese sentimiento de culpabilidad —and the fault is my own, and the fault is my own (la culpa es mía, la culpa es mía)—, y lo hace intentando explicarlo desde dentro, apelando a su intención sincera de hacer que las cosas mejoren —I wanna seal, I wanna feal (quiero sanar, quiero sentir)—, de ir siempre hacia arriba y de justificar una inacción a la práctica que lleva mucha fuerza en su interior. Incluso confunde al protagonista hablando de negatividad, que se impone injustamente la responsabilidad de su destino, en lugar de hablar explícitamente de un problema de salud mental: algo que, lejos de naturalizar sus posibles patologías, continúa estigmatizando.
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Quizás una de las canciones en las que Chester invoca más veces a Dios y una en las que puede entreverse un atisbo de esperanza. La bendición del supremo aparece aquí como la salvación para todos aquellos ("toda la gente rota") que están bajo el yugo de una "pistola cargada". El cantante enumera las penurias de un mundo cruel, pero dibuja el contrapunto en una divinidad que puede paliar sus consecuencias nefastas. The Catalyst es un acto de fe entre el dolor y la incomprensión de un mundo que no le gusta, la búsqueda de la calma en medio de la tormenta. Viene a decir que, aunque todo se venga abajo, siempre habrá un punto de luz en el que apoyarse.
Who cares if one more light goes out? Well I do, Well I do —¿A quién le importa si se apaga una luz más? Bueno, pues a mí. Bueno, pues a mí—. Es una de las canciones del último disco que sacó con Linkin Park solo unos meses antes de morir, y cuyo videoclip es un homenaje precioso al cantante por parte de los demás miembros de la banda. El Chester más íntimo, el que recuerda los detalles cotidianos del día a día y los venera y que, a la vez, relativiza la propia existencia para acabar reconociendo su importancia; canta con calma dándole sentido a la vida que podemos tener. Es una balada sentida y rasgada, como esa nana que le cantas al crío agotado que quiere cerrar los ojos y descansar para afrontar un nuevo día. Un tema que rezuma empatía, ternura, nostalgia, melancolía y una gran dosis de amor.