La compañía Las Bestias, integrada por el dramaturgo Gerard Guix, la directora Àgata Casanovas y el actor Sergi Espina, ha reestrenado su espectáculo Dirrrty Boys en La Villarroel, donde se podrá ver hasta el 26 de mayo. La obra parte de un escalofriante caso real de violencia. El 12 de febrero de 1993 dos niños de diez años, Jon Venables y Robert Thompson, secuestraron a otro de 2, James Bulger, en un centro comercial de Liverpool; se lo llevaron paseando hasta las afueras, y allí lo sometieron a terribles vejaciones y torturas hasta asesinarlo. En noviembre de aquel mismo año fueron sentenciados a pena de prisión; salieron en libertad el año 2001 con identidades nuevas y destinos separados. Thompson consiguió, de alguna manera, rehacer su vida; Venables, en cambio, fue condenado años más tarde, por posesión y distribución de pornografía infantil.
Por la truculencia del crimen y también por la edad de Thompson y Venables ‒los asesinos convictos más jóvenes de la historia del siglo XX‒, el caso se volvió enormemente mediático: además de abrir todas las cabeceras e informativos de la época, fue objeto de numerosas adaptaciones: en clave ensayística ‒The Sleep of Reason (1994), de David James Smith‒, novelada ‒Boy A (2004), de Jonathan Trigell‒, cinematográfica ‒John Crowley llevó la novela a la gran pantalla el 2007‒ e, incluso, musical ‒la canción Spark (2010), de Amy Macdonald‒. Todas ellas están mencionadas en la obra de Guix, que pone el énfasis en la más reciente: Detainment (2018), un cortometraje que quedó finalista a los premios Óscar. Sergi Espina interpreta al Chico A (Thompson), y Martí Cordero, el Chico B (Venables); primero, sin embargo, pasan respectivamente por las identidades de Darren Mahon, productor de Detainment, y Vincent Lambe, el director y guionista del corto; además, durante toda la pieza, entran y salen de personaje para cumplir funciones narrativas y contextuales, o bien de alcance metateatral: "Nosotros también jugamos a ser asesinos".
¿Qué es la verdad?
"¿Tú sabes lo que es la verdad?". Esta es una de las preguntas que le hizo un policía a Venables, después del crimen. La verdad, en esta pieza de Gerard Guix, es una construcción, a pesar de partir de hechos reales sobradamente conocidos. Al autor no le interesa tanto redundar en los interrogatorios policiales ni en el juicio como jugar con las potencialidades que el teatro ofrece para explicar una historia de condenas, redención ‒¿imposible?‒ y segundas oportunidades. A lo largo de la pieza se promueve la identificación con los personajes, retratados en situaciones de sufrimiento y vulnerabilidad ‒el viacrucis carcelario, la caducidad de las sucesivas identidades, las dificultades para construir una vida social y sexoafectiva‒, para finalmente verternos con todo detalle la cruda relación del hecho criminal, en horario escolar y a plena luz del día.
No interesa tanto redundar en los interrogatorios policiales o en el juicio como jugar con las potencialidades a que el teatro ofrece para explicar una historia de condenas, redención ‒impossible?‒ y segundas oportunidades
La estructura, tripartida, focaliza primero en uno de los chicos y después en el otro. En la tercera parte se superponen las vivencias, y asistimos a la rememoración de una infancia herida y salvaje, sin supervisión, donde el único refugio posible era un vínculo extremo. A manera de separadores, transiciones o "interludios", los dos intérpretes nos proporcionan "avances informativos", es decir, recopilaciones de noticias del momento. Aparecen menciones a titulares concretos sobre la falta de empatía y arrepentimiento de los dos niños; a la cantidad de recursos destinados por el gobierno británico a su reinserción; al boicot que la madre de James Bulger hizo al cortometraje de Lambe; a las declaraciones de este en Good Morning Britain, etc.
¿Es posible reinventarse del todo?
Lo más relevante, dramatúrgicamente, es que asistimos a la peripecia de cada uno de los dos hombres en retrospectiva ‒des de los treinta y cinco años hasta la infancia‒, en un viaje sin retorno que hace pensar en la película Irreversible (2002) de Gaspar Noé, aunque hay también pequeños saltos adelante que aclaran o hacen más efectistas algunas de las situaciones escenificadas. Poco a poco iremos entendiendo que, mientras el uno no consiguió salir adelante y fue nuevamente encarcelado; el otro supo refugiarse en una rutina laboral y un perfil bajo. ¿Ahora bien, es posible reinventarse del todo? La vida continúa, pero estos personajes han quedado atrapados en un punto muy concreto de su biografía.
Los personajes, brutalizados, transitan violentamente por la culpa, la vergüenza y el desamparo, pero también por la euforia o el enamoramiento
Se trata de un espectáculo muy físico, donde los cuerpos tienen un protagonismo decisivo. Cordero y Espina, espléndidamente dirigidos por Àgata Casanovas y coreografiados por Davo Marín, hacen toda una exhibición actoral, con una energía y una precisión que trastornan. Sus personajes, brutalizados, transitan violentamente por la culpa, la vergüenza y el desamparo, pero también por la euforia o el enamoramiento. El único utillaje de que disponen, en el espacio diseñado por Anna Tantull, son ocho colchones sucios y gastados ‒imagen de la pura provisionalidad que implica pasarse la vida en centros de alta seguridad, prisiones y residencias temporales‒, utilizados a conciencia como amortiguadores, propulsores o trincheras. En las partes más oníricas y danzadas ‒exceso, plenitud, distorsión‒, la banda sonora ‒Pet Shop Boys, The Turtles, etc.‒ tiene un papel fundamental, como también las inmersiones cromáticas a cargo de Paula Costas, que contribuye al transporte emocional desde el diseño de iluminación. Estamos ante un grandísimo trabajo dramatúrgico, actoral y de dirección. ¡Bravo, compañía!