La noche del 9 de agosto de 2013, después de acabar su recital en el Auditorio Castell de Peralada, Paco de Lucía pidió conocer personalmente a Yago Hortal, el jovencísimo pintor que se había encargado de crear el cartel del Festival de Peralada de aquel verano. ¿Qué tenían en común un maestro sexagenario del flamenco y un barcelonés de 30 años con pinta de skater y autor de cuadros que habrían gustado a alguien después de un buen viaje psicotrópico provocado por LSD? Que entre los dos, a pesar de existir una distancia de treinta y cinco años y dos mundos artísticos diferentes, existía una afinidad idéntica a la hora de comprender la creación artística: si para Paco de Lucía la guitarra -como él confesó- era el instrumento que le permitía expresarse con el mundo sin utilizar la palabra, para Hortal, que en aquel momento no hacía ni cinco años que había expuesto por primera vez sus cuadros, la pintura no sólo era la manera de comunicarse con el mundo, sino de permitir que la misma pintura hablara.
El efecto placebo del arte
Ocho años después de aquella noche en Peralada, la Fundación Vila Casas, bajo el comisariado de Enrique Juncosa, reúne en el Museu Can Framis de Barcelona treinta y seis obras de Yago Hortal en la primera gran retrospectiva dedicada a aquel joven pintor que cautivó a Paco de Lucía. En todos estos años, la obra de Hortal se ha convertido de forma progresiva en una de las trayectorias más valoradas a escala mundial en el terreno de la abstracción y el expresionismo contemporáneo, convirtiendo sus cuadros enérgicos y alegres en fenómenos capaces no sólo de convencer la crítica especializada o referentes del arte contemporáneo como Peter Halley, sino también de cautivar al gran público y convertirse en uno de los pintores más "instagrameables" del panorama artístico millennial.
Sin ir más lejos, la web del artista, nacido en Barcelona el año 1983 y licenciado en Bellas Artes por la UB, se colgó después de que el cantante y actor Justin Timberlake publicara cuadros del pintor en su blog; la popularidad de la obra de Hortal fuera de nuestras fronteras, sin embargo, también ha provocado algún disgusto, como cuando el artista se vio obligado a acusar de plagio y demandar por violación de los derechos de autor a la firma de moda Preen después de que la empresa londinense presentara los diseños de una colección claramente hortalianos.
¿Qué tienen los cuadros de Hortal para crear este magnetismo silencioso pero tremendamente expresivo, sin embargo? Una cosa tan sencilla como la capacidad de transformar el estado de ánimo de quien los observa. De la misma manera que un sábado soleado se puede convertir en un día todavía más bonito si cuando se sale a pasear nos enchufamos Entre dos aguas de Paco de Lucía en los auriculares del móvil, zambullirse en cualquiera de los cuadros que forman la muestra provoca un efecto casi idéntico: las obras no tienen títulos, ya que están numeradas de forma alfanumérica como si fueran ficheros en un disco duro informático, pero a pesar de esta aparente falta de contexto, la explosión de colores de cada cuadro provoca un efecto placebo en nuestros ojos.
Son piezas que transmiten vitalidad y energía porque no beben de ningún referente externo y están creadas desde el presente más visceral, con un solo gesto y un solo movimiento, es decir, plasmadas sobre el lienzo a partir de un solo trazo o una salpicadura y, por lo tanto, sin corrección posible. Por eso estos cuadros casi fluorescentes, que más de una vez parecen iluminados interiormente con una luz escondida tras la tela, tienen el poder de sugerirnos muchísimas cosas a pesar de decir, aparentemente, muy poca cosa. No hacen falta palabras, ya que quien habla es la pintura, y lo hace sin ningún tipo de represión: con libertad, Hortal habla del azar como proceso de aprendizaje e investigación, algunas veces aliado del éxito y muchas otras del error.
La purificación de los colores
Si en la cultura hindú o sij la fiesta del Holi sirve para que cada individuo se pueda liberar de los errores del pasado y olvidar, en la pintura de Hortal existe un juego muy parecido, pero en este caso la explosión de colores no busca redención, sino aprobación, ya que en la obra del barcelonés no hay espacio para el error por un motivo muy simple: ella misma es intrínsecamente una aceptación del error. Los cuadros de Yago Hortal, a diferencia de esta festividad primaveral tan popular en la India, Nepal o Sri Lanka y que se ha hecho mundialmente conocida en las últimas décadas en Occidente, no nos pintan la cara de colores llamativos ni nos dejan la ropa hecha un cristo, pero nos salpican el alma, ya que no hablan explícitamente de paisajes que podamos reconocer, escenas urbanas del mundo en el cual vivimos o retratos figurativos que podamos comprender, sino de una cosa más abstracta, pero primaria: nos purifican hablando de nuestro ahora y aquí gracias a una pintura eléctrica que no se ve dónde acaba y dónde empieza, es decir, que nos habla del presente mimetizando sobre la tela el caos y la imprevisibilidad inherente en el nuestro propio presente de ahora, que como dijo Joan Brossa, ahora ya es pasado.
Tal como indica el título de la retrospectiva, "Aquello era antes, esto es ahora", las piezas de Hortal están creadas con el propósito de nacer y morir en ellas mismas, sin hacer referencia a nada que no esté dentro de la misma obra y haciendo, por lo tanto, que la única cosa que importa sea aquello que pasa dentro del cuadro. Mirándolo bien, cerrando el círculo, es lo mismo que decía Paco de Lucía cuándo afirmaba que el envoltorio podía ser importante, pero la cosa realmente importante tenía que ser el interior de las cosas, por eso cualquiera puede visitar y disfrutar de esta expo sin necesidad de saber previamente ni siquiera quién es Yago Hortal o, incluso, sin que haga falta saber nada de arte contemporáneo.
Lo único que hace falta, eso sí, es ir hasta la Fundación Vila Casas y dejarse llevarse, motivo por el cual es una lástima que en Can Framis no se hayan preparado unos cojines o colchones, dispuestos a tierra, por tal que quien quiera sumergirse en el universo sensorial y hedonista de Hortal, al entrar en el museo, pueda mimetizarse con el entorno, nutrirse de la libertad que plasman las paredes, estirarse, ponerse cómodo y dejarse sepultar por la fuerza sensorial de las obras de tamaño XXL, ya que quizás los cuadros no son ningún fármaco que ayude a paliar algún dolor ni son ninguna festividad hindú, pero permiten dejar atrás el pasado, olvidarse de todo, entrar a vivir en cada obra y disfrutar, ni que sea durante la fugacidad del presente, de una realidad más viva, placentera y llamativa que la gris rutina de nuestro día a día.