El 1 de marzo de 1951 Barcelona se levantó con una imagen insólita: Los tranvías vacíos y los trabajadores yendo al trabajo a pie. Personas mayores y gente joven, hombres y mujeres, absteniéndose de utilizar los medios de transporte público estrella, el tranvía, que aquel día de hace setenta años que sólo transportaba el conductor, el cobrador y una pareja de policías. Los que no obedecían la consigna eran arrancados del trole y los estudiantes apedreaban, rompían los cristales y hacían descarrilar los convoyes.
Los sabotajes eran celebrados por la ciudadanía, que cumplía a rajatabla la consigna que hacía días que circulaba por la ciudad: "BARCELONÉS: Si eras un buen CIUDADANO, acuérdate y a partir del día 1 de Marzo y hasta que igualan laso tarifas de la Cía. de tranvías, cono la Capital de España (0'40 ptas. según puedes leer en LA VANGUARDIA del día 28/1/51 pag. 3ª Crónica de Madrid) TRASLADATE EN PIE U OTROS MEDIOS QUE NO SEAN EL TRANVIA a tus habituales ocupaciones". Se trataba de la primera protesta popular y masiva desde el final de la Guerra Civil, una huelga de usuarios de tranvías que marcó un antes y un después en la vida de la ciudad.
Precisamente, La huelga de los tranvías, de Francesc Vilanova y Villa de Abadengo es uno de los primeros volúmenes de la nueva colección Dies que han fet història, dirigida por Agustí Alcoberro y publicada por Rosa dels Vents, que llega en las librerías para añadirse a la celebración de los 70 años de este primero gran desafío al régimen, que convirtió el ir a pie en un acto de oposición al franquismo.
El tranvía, el peor servicio de una ciudad miserable
Racionamiento restricciones, estraperlo y mercado negro, miseria, barracas y unos servicios públicos deficientes eran la realidad de la Barcelona de principios de los cincuenta, aunque los representantes del régimen en la ciudad, el gobernador civil Baeza Alegría y el alcalde Barón de Terradas, hicieran ver que todo iba bien. El periodista Nèstor Luján, desde Destino –semanario fundado por los catalanes de Burgos-, se había convertido en el azote de la incompetencia y la corrupción municipales, simbolizada en la Compañía de Tranvias de Barcelona, empresa privada con presencia del Ayuntamiento en sus órganos directivos. Luján escribía pocos días de los hechos que la ciudad "ha llegada a un estado en que es imposible circular por ella, y produce bochorno y pena ver como paulatinamente se va arruinando", con un párrafo entero dedicado a atacar la compañía de tranvías: "La obra de la Compañía de Tranvías es una obra de obstrucción, de pasividad, de intereses mezquinos y particulares. Si alguna vez hubiera de hacerse un resumen de los principales impedimentos que ha tenido Barcelona para ponerse a la altura de las primeras ciudades europeas, los balances de la Compañía de Tranvías jugarán un papel importante en dicho resumen; añadiendo a su peso el de varios consistorios débiles ante las imposicines de la CTB".
Al desastre en que se habían convertido los tranvías de la ciudad –mal servicio, mala educación de sus trabajadores, falta de seguridad– se sumó el agravio comparativo que el Ayuntamiento de Madrid consiguiera paralizar el aumento de precio, y todo hizo tirar el vaso de la paciencia hacia unas estructuras y grupos de poder de la dictadura que sostenían una política económica autárquica y fascista fracasada y profundamente injusta. No se sabe quién escribió la octavilla que se invitaba a reproducir y repartir desde principios de febrero hasta el día previsto para la huelga, que llegó con disturbios desde los primeros días, ni de donde saliera la idea.
La protesta, sin embargo, se mantuvo durante días y tuvo su prueba de fuego el domingo 4 de marzo, cuando los espectadores del FC Barcelona - Racing de Santander celebrado en las Corts prefirieron irse a casa a pie aunque llovía a cántaros que no tomas alguno de los tranvías que el gobernador había hecho llevar a la puerta del estadio, esperando que la lluvia agrietara la solidaridad ciudadana. Se dice que el mismo Dr. Baeza vio impotente desde un coche como la gente no claudicaba.
En aquella protesta sin líderes se sabe que tuvieron un papel los estudiantes, militantes del sindicalismo católico agrupados en torno a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Católica (JUEGO) y enlaces del sindicato vertical vinculados a un pasado anarcosindicalista o rebotados contra la situación. También se la miraron de cerca los núcleos de la resistencia vinculados a proyectos culturales catalanistas y entidades religiosas. Un joven estudiante que hacía milicias universitarias, Ernest Raguer, vinculado en grupos catalanista y católicos como el Torres y Bages sería detenido y tenido por uno de los máximos organizadores de los hechos. La experiencia en Montjuïc donde sería encarcelado sería clave en la decisión de tomar los hábitos. Vilanova dedica precisamente el libro a la memoria del historiador y religioso Hilari Raguer, desaparecido recientemente.
Una protesta inédita
El éxito de la huelga sería tan sorprendente que y todo parto del falangismo local se sumó como forma de hacer caer al Gobernador Civil, contra lo que se usó un supuesto lío con la vedet Carmen del Lírio. Una tormenta perfecta que acabó con una huelga general el día 12 de marzo, la anulación del aumento de precios y la caída del alcalde y el gobernador civil, que sería sustituido por el general Felipe Acedo Colunga. El mismo Acedo escribiría en un informe: "La huelga del año 51, concretamente la de tranvías, fue la expresión de un clima de insatisfacción general general. Con una disciplina laboral continua y difusa; con un régimen caótico de Abastos, no sólo de escasez sino de falta de ordenamiento, con restricciones eléctricas, cin inmoralidad en muchos puestos directivos, con atonía en el Ayuntamiento y en todas las entidades locales; con un sentido de cómoda inhibición en el Gobierno Civil, las tarifas de tranvías fueron un pretexto que aprovecharon los especuladores incluso sin organización ni alcalde de lo que podrían obtener. Fueron separatistas, fueron rojos, fueron estudiantes y fueron falangistas. Después, fue toda la población la que se sumó hasta que, aterrorizada, comprendió a donde le llevaba su protesta triunfante por falta absoluta de autoridad".
Aquella protesta popular inédita desde 1939, como asegura Vilanova, no tumbó el régimen. Pero, de todos modos, como deja claros el historiador y profesor de la UAB, la huelga de tranvías de marzo de 1951 significó un encrucijada fundamental para el antifranquismo: "Atrás quedaban los años más duros de la posguerra, los años de la pura supervivencia, y ahora, en el final de la década, se empezaban a organizar nuevas formas de batallar contra la dictadura, en todos los campos de la vida colectiva". Cuando el año 1957 se volvió a gritar al boicot contra los tranvías, la huelga de seis años antes era un precedente inexcusable.