Normalmente recordamos a las personas en base a las fotografías. Las de los que aún están presentes y, con más fuerza si cabe, las imágenes de esos seres que por un motivo u otro nos han dejado. A Jane Birkin la asociamos a Serge Gainsbourg, cómplice en la pareja sentimental y también, como consecuencia, en la vertiente artística que los unía. De hecho, desde hace años, hay un sueño que me persigue; Serge persiguiendo a Jane por los pasillos de un hotel jugando al escondite. El edificio en cuestión lo han reservado en exclusividad, lo único que tienen a mano son albornoces nuevos y botellas frías de champagne. Son años, sobre todo durante los setenta, en que lo que apremia es el erotismo, la provocación y la conquista del arte.
Jane Birkin nació en Marylebone (Reino Unido) en 1946, y aunque nunca perdió el acento inglés, a los veinte años se instaló en Francia. Desde entonces su vida ha transcurrido allí tras cruzar el Canal de la Mancha para hacer un casting. De hecho, ha fallecido en París, el lugar en el que materializó gran parte de sus sueños y deseos. A Jane Birkin, como sucede ahora con Patti Smith, estos últimos años le han servido para reivindicar su obra y disfrutar esos postreros suspiros de vida, ya fuese un concierto, una confesión o filmando un documental muy íntimo junto a su hija Charlotte. Pero el gesto que la definía era cantar alzando el cuello con la mirada entre perdida y nostálgica. Esa postal la vimos en un Primavera Sound de 2018. Todavía era pronto, diría que sobre las ocho de la tarde, con mucha luz y acompañada de una orquesta. En un evento como aquel con tanta oferta, aquello era un bálsamo, un remanso de paz.
El gesto que la definía era cantar alzando el cuello con la mirada entre perdida y nostálgica
Con la elegancia que la caracterizaba, pantalón negro, camisa blanca y americana, repasaba el cancionero de Gainsbourg (justo había publicado el disco Birkin/Gainsbourg: Le Symphonique) con esa voz frágil pero sugerente, y el añadido de la sabiduría de alguien que ha vivido tantas vidas tan distintas y tan dispares (el episodio más doloroso fue el suicidio de su hija Kate Barry fruto de su relación con el compositor John Barry). A más de un espectador le saltaron las lágrimas. No era para menos. Lo mismo daba que sonase Baby in Babylone, Valse de Melody o La Javanaise, la emoción era incontrolable. Mientras canta ella mira al cielo; le ve a él con esa sonrisa pícara, el hombre con el que pasó los doce mejores años de su vida, hasta que el caos superó al amor (después vivió una vida más tranquila junto al director de cine Jacques Doillon, con quien tuvo otra hija, la polifacética Lou Doillon).
Curiosamente, en esa edición del festival también participó Charlotte Gainsbourg. Aprovechando la coyuntura, convocan una rueda de prensa conjunta solo para unos elegidos. El foco las alumbra con diferentes tonos. Recuerdo perfectamente el momento en que procedo a preguntarle, la mirada (sí, otra vez la mirada) de Jane es tierna, está atenta a mis pesquisas y responde, con ese porte que solo tienen las más grandes. Como Marianne Faithfull en sus años de madurez. O su homónima Françoise Hardy. La realidad dicta es que hay muchas Birkin, tantas que es imposible enumerarlas a todas. Está la que se apropió de la canción Je t´aime moi non plus, arrebatándole a Brigitte Bardot el protagonismo y la leyenda de ese coito narrado en primera persona. También está la que se desnudó con escándalo incluido en la película Blow-Up de Antonioni que ganó la Palma de Oro en Cannes o la que compartió escenas con Alain Delon en La piscina provocando los celos de Serge Gainsbourg.
Con una discografía extensa pero irregular, fue ya en el siglo XXI, con discos como el experimental Arabesque, Fictions (con colaboraciones de Rufus Wainwright y Beth Gibbons) u Oh! Pardon tu dormais… en 2020 bajo el manto musical exquisito de Etienne Idaho, el que a la postre fue la melancólica y sofisticada despedida de Jane Birkin. Sin embargo, y volviendo a las imágenes, hay una que es impagable: la portada de Histoire of Melody Nelson de Serge Gainsbourg en 1971. Ataviada con unos pantalones de campana propios de la época y un muñeco de trapo que tapa sus pechos sobre fondo azul, Jane Birkin copaba la portada del disco que según una lista de la revista Inrockuptibles es el más importante de la historia de la música francesa. Esto son palabras mayores. Ahora solo faltará comprobar si, como ella pidió, en su funeral suena Je t´aime moi non plus. Sería todo un detalle. Para quien quiera saber más, recientemente se publicó la primera tanda de sus diarios. Otra opción es deleitarse con el libro de fotografías firmadas por su hermano Andrew Jane & Serge: A Family Album que editó Taschen. Ahí sí reside toda su verdad.