La semana pasada, el youtuber Ibai Llanos explicó en su canal de Twitch que le había pagado el alquiler de todo un año a una de las trabajadoras domésticas que limpia en la mansión que comparte con otros streamers. Fue aplaudido por todos sus seguidores, y los titulares de digitales y cabeceras coincidieron en regar con bellas palabras el “precioso gesto” o el “regalo inolvidable” que había tenido el vasco con Karen, hondureña que en 3 años no había visto a sus hijos y que, por fin, había conseguido traerlos a España. Ibai, des del box privado e insonorizado que tiene en el sótano, matizó que sus tres empleadas del hogar tienen “un buen sueldo, que ronda los 2.000 euros”. Una paga insuficiente para viajar a casa, sin embargo; demasiado poco para poder abrazar a tus niños.
Puede que el guiño en sí no tenga nada de reprochable y que la que escribe solo esté rizando el rizo. Incluso es altamente probable que lo que hizo Ibai sea un ejemplo para mucha gente. Pero, como poco, me genera controversia pensar si el bilbaíno hubiera actuado igual de ser un trabajador de clase media, pongámosle con un sueldo algo alejado de lo precario y algún que otro ahorrillo en el banco. Porque ¿dónde está el límite entre la solidaridad y la caridad, entre la generosidad y la limosna? ¿Hasta qué punto dormir bajo un fardo de billetes te da el poder para influir en la vida de los demás, aunque sea con un acto de buena fe? Vivir es fácil con los ojos cerrados, que decían los Beatles. Pagar es fácil con los bolsillos llenos.
Es un poco como cuando las eléctricas hacen una campaña para plantar árboles en el Amazonas pese a ser los sujetos que más contaminan. Nos la cuelan con eslóganes verdes mientras pudren la tierra. ¿Es mejor que no lo hagan y que sean asquerosamente consecuentes con su desfachatez? Si les preguntamos a los lugareños del bosque reforestado, seguramente preferirán los árboles. Y Karen, tengámoslo claro, nos diría que nos fuéramos al cuerno con nuestra dignidad, que ella solo quiere estar con sus hijos.
Nada nuevo bajo el sol, Ibai
Se calcula que Ibai Llanos gana más de 1 millón de euros al año solo con su canal de Twitch, siendo el tercer streamer del mundo que más dinero ingresa. A ello, se le debe sumar el sueldo extra que recibe por sus colaboraciones publicitarias. Pero a Ibai nadie le ha regalado nada. Durante la crisis de 2008, su madre se quedó sin curro y a su padre le redujeron los turnos. Después, empezó a jugar vía pantalla, a retransmitir partidos, a ganar un pastizal haciendo lo que le gusta, lo que se le da bien, aquello para lo que vale. ¿Qué hay de malo en eso? No toca aquí cuestionar qué clase de trabajo forra a esta gente o lo desproporcionado de las cuantías que reciben, y que se me libre de toda culpa en este sentido. Pero es de recibo que esta panda de influencers come aparte. Su realidad no es la nuestra. Ya no, al menos.
Porque uno se acostumbra rápido a las sábanas de satén y al olor de café que preparan otras manos. Todo se ve diferente a través de un Macallan del 26. En la mansión que Ibai comparte en Cerdanyola del Vallès, hay pista de pádel, cancha de baloncesto, discoteca privada, dos saunas, un jacuzzi, piscina, un cine con capacidad para 12 personas, un gimnasio equipado y hasta una bodega repleta de botellas criando polvo y malvas. Por el inmenso caserón donde vivió Samuel Eto’o en sus tiempos en el Barça, estos youtubers (subvencionados por sponsors) pagan mensualmente unos 15.000 euros de alquiler, aproximadamente el 62% del “buen sueldo” anual que cobran las kellys que limpian su mierda.
Yo veo a un tío forrado que ha cometido un acto de misericordia porque puede
“Trabajamos con tres chicas en casa que son increíbles, son las personas que más nos ayudan en casa. Parte del equipo de limpieza y parte de cocina”, explicaba ante sus fans en directo. A la pregunta retórica de por qué tienen equipo de limpieza, Ibai respondía lo siguiente: “Nos evita muchos conflictos entre nosotros y hay muchas zonas comunes que limpiar”. No, Ibai; lo que evita es que vuestro ego de macho ibérico coja el mocho. Condescendencia y subterfugio. Nada nuevo bajo el sol.
Pero a mí el de Bilbao me cae bien, y no porque yo tenga un natural fetiche innato con los camaradas Pachis del norte. Me resulta simpática la manera que tiene de hablar, siempre dicharachero, un tío sin serrín en la cabeza y nada engreído que conoce el poder de su micrófono y que suele aprovecharlo bastante bien. Alguien capaz de despertar el rugido incandescente de los dinosaurios que pican teletipos en diarios en blanco y negro tiene muchos números de estar en mi equipo. Y hasta entiendo que se gaste el dinero en lo que quiera, incluso que lo regale, si le da la gana, que se lo trague o lo bañe en el vino ese tan añejo de su sótano. Porque es suyo. Porque quién es esta pobre diabla para decirle lo que tiene que hacer.
"No me hace ni mejor ni peor persona", dijo. No sé si Ibai es buena persona o no. Yo lo que veo es a un tío forrado que ha cometido un acto de misericordia porque puede. A un mortal de 26 años que tiene contradicciones. Que tanto te paga el alquiler de casa como se gasta en el suyo lo que cobro yo al año. Que no ostenta de buena vida pero que tampoco gradúa sus privilegios. Y que, pudiendo ser el Robin Hood de la era post moderna, alimenta el mismo sistema que impide que Karen viva con sus hijos. ¿Por qué? Quien crea que lo haría mejor con sus mismos recursos y posibilidades, que hable ahora o reflexione para siempre.