Empezaré diciendo que no hay que hablar a los niños como si fueran idiotas. Y puestos a pedir, a las personas mayores, tampoco y todavía menos. El primer caso sería la idiotización del lenguaje. El segundo caso, de infantilización del lenguaje. Quiero aclarar que utilizo el término 'idiotización' sin ningún tipo de base lingüística científica, es decir, no es un término científico ni tampoco se utiliza (que yo sepa) en el campo del estudio de las lenguas. Me parece que refleja mejor lo que quiero explicar y ya de paso quita hierro al asunto, ya que "simplificación del lenguaje" me parece demasiado eufemístico y demasiado simple para describir este hecho, valga la redundancia de la simplificación en cuestión.

La infantilización del lenguaje en adultos se da cuando hablamos con adultos mayores y presuponemos que estos necesitan que les hablemos de manera más simplificada e incluso de que repitamos y digamos más poco a poco nuestro discurso para que "nos entiendan mejor"

Dejad que haga un apunte sobre esta segunda cuestión antes de entrar en el tema principal del artículo. La infantilización del lenguaje en adultos se da cuando hablamos con adultos mayores y presuponemos que estos necesitan que les hablemos de manera más simplificada e incluso de que repitamos y digamos más poco a poco nuestro discurso para que "nos entiendan mejor". También hacemos preguntas retóricas y las decimos claramente, esperando una respuesta que en realidad esconde un "a ver si me ha entendido". Por ejemplo, mi yaya tiene noventa y un años. Lee el diario cada día y, no es por nada, pero está más informada y tiene más vocabulario que todos nosotros juntos. Cuando va al médico o a hacer algún encargo, va acompañada porque su cuerpo a veces no la sigue, no porque no pueda entender todo lo que se le dice. Hablarle poco a poco o repetirle la información tampoco sirve de nada, ya que los problemas que tiene son de movilidad y no tienen nada que ver con la sordera o la demencia. Generalizamos siempre y nos equivocamos. Evidentemente que hay gente que agradecerá el hecho de que le hablen más poco a poco, por ejemplo, pero presuponer que todas las personas mayores lo necesitan es invalidarla y menospreciarla fuertemente.

Una esponja léxica

Dicho y aclarado eso, ahora hace falta que hablemos de la idiotización (o simplificación, sí) del lenguaje. A menudo sustituimos onomatopeyas por palabras. ¡Onomatopeyas en castellano, además! "¿Tienes 'non-non'?" Que quiere decir 'hambre' o 'sueño', supongo... ¿Te has dado un 'pumba'? Un 'pumba'... No podemos preguntarle si se ha dado un golpe...? O un corte, un golpetazo, un porrazo, una castaña, una nata, un coscorrón o un rasguño... Y ahora alguien dirá: "¿qué, no podemos utilizar onomatopeyas?". Hombre, sí, pero las podemos utilizar correctamente y para lo que sirven: para reproducir sonidos y no como nombres para designar cosas (que, además, no existen). Por ejemplo. "¡Arnau, mira qué 'miau'!". No hace falta. Podemos decir: "¿Arnau, mira qué gato (o gatito, o micho, minino, micifuz, etc.), qué hace el gato? ¡Hace 'miauuu'!". Y, ale, solucionado, hemos dicho la onomatopeya y no hemos tratado al niño de idiota.

Creo que no somos conscientes de la importancia de la estimulación del lenguaje durante la etapa infantil

Mientras hago esta reflexión pienso en cómo me dirijo a los niños. Y es que creo que no somos conscientes de la importancia de la estimulación del lenguaje durante la etapa infantil. Hace años, la Cèlia, una niña del Ripollès, me dijo que su animal preferido era el 'corzo'. Esperamos respuestas simples con palabras básicas como "el perro, el gato, etc". Y el hijo de un restaurante de toda la vida, Marc, que con cinco años nos dijo que le encantaba "arrebañar huesos del tocino". Y no nos tendría que sorprender que los niños tuvieran vocabulario y se expresaran así, porque los niños son una esponja léxica que hay que exprimir y enriquecer. Sin demasiada prisa ni presión, pero sin pausa y diariamente. Los infravaloramos constantemente pensando que esta palabra y aquella son demasiado difíciles y les hablamos con hiperónimos: "eso es una fruta, eso es un animal"... Sí, claro que es una fruta, pero también es una 'ciruela' y el animalillo es un 'gamo' y el niño de dos años puede absorber y utilizar perfectamente estos términos. Hablarlos con respeto y como iguales es una muestra de respeto hacia su potencial y evitar la idiotización del lenguaje es una muestra que confiamos en su inteligencia y en una comunicación más rica y significativa.

Hay que recordar que el lenguaje es una herramienta poderosa que, si se utiliza adecuadamente, puede potenciar la capacidad de comprensión y expresión de los niños

Hay que recordar que el lenguaje es una herramienta poderosa que, si se utiliza adecuadamente, puede potenciar la capacidad de comprensión y expresión de los niños. No se trata de llenarlos de palabras complicadas sin sentido, sino de reconocer su capacidad de aprendizaje y ofrecerles un vocabulario rico y variado que les permita explorar el mundo con precisión y curiosidad. Simplificar el lenguaje o infantilizarlo no solo limita su desarrollo, sino que también reduce sus oportunidades de aprender a expresarse con matices y de comprender la complejidad de las situaciones y del mundo en que vivimos. De la misma manera, tenemos que procurar también no infantilizar a las personas mayores, reconociendo sus capacidades y tratándolos con la dignidad que merecen. En definitiva, un mundo en el que la palabra sea una herramienta de conexión y no de limitación y donde todas las generaciones puedan compartir un lenguaje que los enriquezca y les haga crecer. ¿Tampoco pido tanto, verdad?