Cada día mueren en Estados Unidos un centenar de personas por sobredosis de opioides, víctimas de la adicción a estos analgésicos tan potentes. Son más muertes que la suma de las causadas por accidentes de tráfico y tiroteos. En un país con una media de dos coches por casa y donde una de cada tres tiene un arma de fuego, la tasa de letalidad de los opioides tiene mucho mérito, digámoslo así. El principal causante de esta catástrofe es OxyContin, un opioide de difusión lenta promovido directamente entre los médicos con tácticas agresivas y falsa literatura científica que certificaba que era seguro. Hay otros. Morfina premium distribuida como aspirina. Narcóticos legales para tratar dolores físicos cotidianos. Llegaron a las farmacias a principios de 1996 gracias a la laxa regulación y a la tarea de los laboratorios para engrasar a los supervisores oficiales. Cuando se ha querido poner remedio y restringir su distribución, muchos adictos, desesperados, han ido a parar al mercado negro o a la heroína y el fentanilo. El resultado es más de medio millón de muertos y unos dos millones de adictos entre gente de toda raza, región y nivel de renta. Un éxito comercial. Una tragedia de salud pública.

OxyContin facturó 35.000 millones de dólares para Purdue Pharma, la farmacéutica propiedad de la familia Sackler. En El imperio del dolor (Reservoir Books), el periodista Patrick Radden Keefe (autor del magnífico No digas nada), biografía a tres generaciones de los Sackler —sobre todo a Arthur Sackler, el patriarca de la dinastía, médico y hombre de negocios—, su codicia, sus trampas y trapicheos, sus manías, su ascenso a la cumbre del olimpo económico y social de los Estados Unidos. También es un retrato de la trama de abogados, médicos, políticos y funcionarios que han ayudado a perpetuar esta mafia. Es Narcos o El Padrino con los nombres de las familias y los negocios cambiados.

Patrick Radden Keefe en el CCCB

Los tres hermanos Sackler, encabezados por Arthur, son hijos de inmigrantes europeos en el Brooklyn de los años 20 del siglo pasado, una familia que pierde todo en la Gran Depresión de 1929. En menos de 30 años, reaparece en lo alto de la buena sociedad como la saga de filántropos más rica del país, a la altura de los Carnegie, Rockefeller o Astor, los "barones ladrones" de la Época Dorada. Llegaron a caballo de un negocio que arranca con una agencia de publicidad y marketing de medicinas (Arthur advirtió que los prescriptores de medicinas no son los pacientes sino los médicos) y acaba con ellos y sus aliados como dominadores del negocio farmacéutico, desde el laboratorio hasta la distribución, pasando por las publicaciones científicas y las agencias reguladoras. Con su secreto contribuyó, entre otros, al éxito del Valium. Con Purdue Pharma, la siguiente generación del clan, comandada por Richard Sackler, lanzó OxyContin.

Radden presentó El imperio del dolor este martes en el CCCB. La idea del libro surgió de su inquietud por el aumento de los envíos de heroína del cartel de Sinaloa a EE.UU. a principios de esta década. Se debía, descubrió, a que el consumo de opioides como OxyContin había preparado a millones de personas para el consumo de otros opioides, como el fentanilo y la heroína. "Empecé en el mundo del Chapo Guzmán y acabé en el núcleo de la élite norteamericana", ironizó el autor en el CCCB.

"[Los Sackler] construyeron un imperio que provocó una inmensa cantidad de sufrimiento. El imperio del dolor acusa a todo un sistema que ha descarrilado por el afán de dinero y de poder"

Radden sabe bien que el libro no es sólo el perfil de una saga o de una industria, sino un juicio a las peores consecuencias del sueño americano, del capitalismo sin más traba ni conciencia que los beneficios. "Yo nací en los EE.UU., es mi país, y soy tan susceptible como cualquiera al poder de los mitos americanos. [...] La primera parte de El imperio del dolor quizá encaja mejor con esa idea del sueño americano. Los hijos de unos inmigrantes en Brooklyn, unos padres sin dinero que no hablan inglés, son capaces de cambiar su fortuna y el mundo. Es una idea muy americana. A ver, la movilidad social es real y existe. Lo que me preocupa es la amenaza de amoralidad. [Los Sackler] construyeron un imperio que provocó una inmensa cantidad de dolor y sufrimiento. O sea, me siento cómodo si los lectores consideran que El imperio del dolor acusa a todo un sistema que ha descarrilado por el afán de dinero y de poder, el capitalismo de libre mercado, que se ha vuelto tóxico, con consecuencias devastadoras. La crisis de los opiáceos ha comportado la muerte de medio millón de personas. ¿Cómo es posible que hasta ahora no se haya ni hablado de ello? La respuesta es esta: el mismo sistema", explicó.

Tres rasgos sobresalen en este libro. Uno es su extensa y precisa documentación. Son 59 páginas de notas. Incluso hay primicias, desenterradas en los archivos del Congreso, oscuras revistas universitarias o una autobiografía privada de una Sackler comprada por Radden en una subasta en eBay. Las fuentes son un río, que incluye al portero de la finca de Muriel Sackler o los amigos del instituto de su cuñado Arthur.

Patrick Radden Keefe, autor de El imperio del dolor

Otro factor es la maña con que el autor usa los perfiles personales y la vida privada de los protagonistas para explorar y explicar a los personajes públicos. Es todo un debate: ¿vicios privados, vicios públicos? En uno de los capítulos, El pulpo, Radden describe cómo aparece y crece el afán de Arthur por coleccionar arte chino y se despierta en él una pasión casi enfermiza en la que gastará centenares de millones. Todo para situar el nombre Sackler en los frontispicios más valorados del mundo: el Metropolitan y el Guggenheim de Nueva York, el Louvre de París, la Universidad de Harvard, las galerías Serpentine de Londres... Parece una manía privada que no tiene que ver con los negocios públicos pero en los capítulos siguientes se revela cómo esa filantropía es tan negocio como cualquier otro, que las pasiones en casa no son diferentes que en la oficina.

El tercer rasgo es la técnica, digamos, de biografía por capas. En algunos capítulos, Radden, apartándose de la secuencia cronológica, se concentra en un rasgo personal, una característica de un personaje o de una institución, o una cuestión concreta, como quien se detiene o se desvía de la carretera principal para ver mejor el panorama o se acercar a un lugar para observarlo de cerca. Radden lo encaja en el relato general —cronológico, claro— sin sujetarlo al momento histórico del que hablaba antes de volver a la línea del tiempo. Combina pinceladas largas y cortas. Así, el libro no aparece como una línea rutinaria de hechos ordenados por fechas ni abandona al lector en medio de un rompecabezas. Los protagonistas se retratan cuando convienen al relato, no a la cronología.

Como en No digas nada, estos tres rasgos permiten al autor construir un relato de no ficción con el repertorio de recursos de la ficción: subidas, bajadas, curvas, cliffhangers y toda la pesca. El libro es un auténtico pasapáginas. Adictivo y trepidante.

"Durante un siglo, esta familia se ha preocupado muchísimo por su nombre. No es justicia, pero es alguna cosa que el legado familiar se haya perdido"

¿Cómo ha acabado la cosa? Pues bah. "Los Sackler ha salido libres, Purdue Pharma se ha declarado en concurso de acreedores. Delante de los millares de denuncias contra la empresa, la familia retiró poco a poco el dinero de Purdue, que fue a la quiebra porque no podía hacer frente a tantas querellas. La cuestión se ha resuelto a principios de septiembre en un tribunal concursal. La empresa se disolverá y la familia pagará unos 4.500 millones de dólares en diez años para paliar la crisis del opioides. Al final de este periodo, su fortuna —se calcula en 11.000 millones de dólares— será todavía mayor sólo por los intereses. No admiten haber cometido ningún acto ilegal y no se los podrá volver a juzgar por esta cuestión. Por lo tanto, no tendrán ningún tipo de responsabilidad civil en el futuro. Han salido bastante airosos", explicó Radden con un deje de tristeza.

O quizás no. Radden explica muy al inicio del libro que el padre de los tres Sackler, Isaac Sackler, el inmigrante original llegado de Europa, lo perdió todo durante la Gran Depresión. Reunió a los tres hermanos y los dijo: "No os puedo dar nada, porque lo he perdido todo. Tendréis que pagaros los estudios. Pero hay una cosa que os quedaréis. Os he dado un buen nombre y tenéis que conservarlo". Para Radden, "eso es lo más importante que le puedes decir a un hijo: Si pierdes una fortuna, tranquilo; al día siguiente puedes volver a ganarla. Pero el nombre no se puede recuperar. Los Sackler se han pasado la vida luciendo este nombre, haciendo de él marca de nobleza por todas partes. Ahora este nombre está a la baja. Es el único precio  que pagará la familia. No quiero darle más importancia de la que tiene, porque he hablado con demasiadas madres que han perdido a sus hijos por sobredosis [de opioides] y si les dices que retirarán el nombre de los Sackler del Metropolitan pues tampoco las animará mucho. Sin embargo, durante un siglo, esta familia se ha preocupado muchísimo de su nombre. No es justicia, pero es algo que el legado familiar se haya perdido". Amén.