El Born Centre de Cultura i Memòria presenta, hasta el 8 de enero, la exposición "A mi això em va passar. De tortures i d'impunitats (1960-1978)". Se trata de una muestra de pequeño formato que trata de dejar claro que el franquismo fue un régimen que usó la tortura de forma sistemática; además, quiere recordar que los autores de estos hechos gozaron de inmunidad, y que se ha olvidado por completo a las víctimas. Javier Tébar, comisario de la exposición, afirma que escogió este título porque cuando explicaba las torturas a sus alumnos universitarios, muchos le preguntaban, extrañados: "¿Pero eso pasó?". Por eso consideró esencial recoger los testimonios de la gente que había sufrido las torturas, para que pudieran explicar en primera persona "aquello que nadie les había preguntado nunca".
Contra la distorsión
Según Tébar, la exposición quiere combatir ciertas visiones de la historia que presentan el tardofranquismo como un régimen suave; con esta exposición se quiere probar que la tortura era un elemento estructural del sistema. Por otra parte, se quiere dejar claro que el franquismo no es un sistema que evolucionó simplemente por el paso del tiempo, sino que quiere recordar el papel de los que lucharon contra el franquismo y que con su lucha permitieron que se afirmara la democracia.
En primera persona
La exposición presenta algunos casos muy conocidos de torturas, como el del estudiante Rafael Guijarro, muerto al ser lanzado por una ventana, que dio pie a la canción "Què volen aquesta gent, que truquen de matinada", de Maria del Mar Bonet y Lluís Serrahima. Pero intenta, también, reflejar el caso de muchos torturados anónimos, a través de los archivos sindicales, de los mismos documentos oficiales y de la recogida de memorias orales. Los comisarios de la exposición han recogido las declaraciones de personas que fueron torturadas por ir a manifestaciones, por repartir folletos de la oposición, por organizar huelgas, o incluso por ser parientes de militantes de grupos opositores. A algunos les arrancaron las uñas, a otros les obligaron a aguantar horas y horas en posiciones inverosímiles, otros pasaron días sin dormir, a algunos les provocaban asfixia metiéndoles la cabeza en un cubo lleno de agua, a muchos los golpeaban con porras, algunos explicaron que les quemaban repetidamente con cigarrillos encendidos, en ciertos casos se tapaba la cabeza del detenido con un cubo metálico y se lo golpeaba con porras hasta ensordecerlo... Y fueron muchos, también, los que sufrieron torturas psicológicas: los torturadores les decían que serían violados, o que encarcelarían a sus familias, o que los matarían... Y, además, muchos de los torturados después sufrían represalias adicionales: podían ser despedidos de sus trabajos, o enviados al servicio militar en destinos de castigo, como el Sahara... Algunos torturados no superarían nunca el trauma: quedarían personalmente aniquilados, necesitarían tratamientos psicológicos o incluso se suicidarían...
Cifras aterradoras
El 24 de marzo de 1969 había 735 personas detenidas por motivos políticos. La exposición recuerda que de 1960 a 1978, 55.000 personas fueron detenidas, interrogadas o procesadas por cuestiones políticas. De estas, 6.748 fueron encarceladas. 113 personas murieron como consecuencia de actuaciones policiales y 21 fueron asesinadas por grupos de ultraderecha. 9 personas fueron ejecutadas y 12 murieron como consecuencia de las torturas que se les aplicaron. Lo que nunca nadie podrá saber, ya, es cuántas de estas personas fueron torturadas. Muchas de ellas murieron sin poder denunciar lo que habían sufrido. Los comisarios de la exposición dejan claro que tras la tortura se encontraba la dictadura franquista, y que no se trataba no una acción aislada de funcionarios que se extralimitaban. Y destacan que los jueces, los cuerpos de seguridad y la prensa se negaban a aceptar ninguna denuncia de maltratos.
Un mapa
En la misma ciudad de Barcelona se practicaron torturas en muchos lugares, pero los sitios más frecuentes eran las comisarías de policía y los cuartelillos de la Guardia Civil. Por eso al inicio de la exposición hay una fotografía de época de uno de los lugares más emblemáticos de la práctica de tortura: la "Jefatura de policía" de la Vía Laietana. Una instalación que hoy en día no tiene ninguna indicación de los padecimientos que sufrieron allí los demócratas detenidos durante la dictadura.
No se acaba
La exposición hace énfasis, en su parte final, en que la transición, con su ley de amnistía, garantizó la impunidad de los torturadores. Expone diferentes casos de encuentros entre torturados y sus torturadores. Y destaca que los autores de torturas, y los jueces que los protegieron, no fueron depurados, y que las estructuras del Estado quedaron absolutamente viciadas por la presencia de estos individuos. La exposición se cierra, justamente, con un corte de un reportaje en que Martín Villa, gobernador civil franquista y ministro de la transición, se niega a justificar por qué había condecorado a un reconocido torturador. El periodo analizado se cierra el 1978, con la aprobación de la Constitución. A pesar de todo, los comisarios quieren recordar que la tortura no se acabó en 1978 y que las denuncias siguieron durando mucho tiempo más se denunció su práctica.
¿Dónde estamos?
Javier Tébar asegura que en España el olvido de las víctimas ha sido total. Es más, indica que las víctimas no pueden ni siquiera explicar lo que les sucedió libremente. Y explica el caso de José Ortega Ortega, un albañil jubilado de Algeciras que fue denunciado en abril de 2016 por "injurias y calumnias". Su "delito" era haber explicado que el policía Ángel Lozano lo había torturado en 1975, en la comisaría de La Línea de la Concepción. Lozano y seis compañeros más de organizaciones izquierdistas fueron torturados durante tres días, durante los cuales no les dejaron dormir. Uno de los compañeros de Lozano acabó teniendo problemas mentales y fue internado en una clínica psiquiátrica durante dos años. Ortega decidió denunciar al policía cuándo este fue declarado hijo predilecto por el Ayuntamiento de La Línea de la Concepción, y éste interpuso una denuncia contra el torturado, alegando que tenía un expediente impecable. Finalmente, tras muchas protestas de las organizaciones de defensa de la memoria histórica, la denuncia fue archivada.
Evocaciones de la ruina
Esta exposición se enmarca dentro de un programa más amplio, Evocaciones de la ruina, en que se establecen paralelismos entre el franquismo y otras situaciones de violencia política. Dentro de este programa se incluyen varias proyecciones de documentales, y también diversas sesiones sobre las vulneraciones de los derechos humanos. Y el Ayuntamiento está planteando también la posibilidad de realizar otras acciones, como la señalización de la antigua prisión de mujeres de Les Corts como centro de tortura. Un colectivo de antiguas presas políticas está reivindicando que no se borre el recuerdo de las torturas infligidas en este recinto.
Hacer visible lo invisible
Esta no es una exposición de grandes dimensiones y no cuenta con piezas de gran valor museístico. Dispone de un par de proyecciones y de una serie de paneles explicativos. Y tiene una dificultad obvia: es muy difícil visibilizar la tortura, porque esta intenta ocultarse: se hace en privado, intenta no dejar marcas y, durante el franquismo, fue ocultada incluso por las autoridades judiciales. Hasta ahora, algunas de las víctimas de las torturas tienen problemas para recordar los abusos que sufrieron. A pesar de todo, dentro de estas limitaciones, A mi això em va passar es una exposición que consigue dejar constancia de las partes más oscuras de la transición española y abre las vías para un debate sobre la impunidad y sobre la continuidad de las estructuras franquistas.