En nuestros días de perplejidad y de internet, hay quien dice por el tele que Catalunya no. Que ni es ni nunca hemos sido nada, que se nos adoctrina no sólo para que no veamos la realidad, además, se ve que tenemos mal la historia, equivocada, falsificada, como una colosal tortilla soñada. Nos han estafado mucho pero, dicen conciliadores, que si deponemos el corazón limpio a sus pies y homologamos los conocimientos, siempre podemos adherirnos sumisos a otras naciones vecinas, que sí son milenarias de verdad y de categoría, muy chulas, incluso algunas se hacen fechar anteriores a Roma, contemporáneas de los hombres —y mujeres— de Cromagnon y más atrás aún, hasta el principio del mismísimo tiempo. Como el pasado ya no es cómo era —de hecho nunca lo fue, cómo era antes— es bueno recordar que la lengua catalana tiene algo más que opiniones ardientes y buena voluntad. Tiene datos. Conserva testimonios lingüísticos muy antiguos, que se confunden con el latín popular y que, de forma fragmentaria, han llegado hasta nuestros días de lidia y redes. Pensemos que algunas de estas pruebas documentales del nacimiento del catalán son anteriores —por pura casualidad y mira por dónde— en las Glosas Emilianenses del romance castellano o futuro español.

 

Es bueno recordar que la lengua catalana tiene algo más que opiniones ardientes y buena voluntad

Los estudiosos de la historia de la lengua catalana hace años que van diciendo que lo de las conocidas Homilíes d’Organyà (finales del siglo XII o principios del XIII) no son el primer texto original en lengua catalana, ni mucho menos, que podemos presentar ante los incrédulos y maldicientes otros testigos más antiguos, otros documentos más esclarecedores. Hay documentos legales como testamentos, ventas o actas notariales anteriores al siglo IX donde aparece una palabra, dos o una colección de palabras, o de construcciones sintácticas catalanas en medio de textos latinos, pifias catalanas intercaladas en un latín deficiente que nos demuestran qué lengua viva era la propia de nuestro país. De finales del siglo XI es el texto original redactado en catalán más antiguo que se ha localizado hasta ahora: los Greuges de Guitard Isarn, senyor de Caboet, un documento de denuncia del señor sobre el vasallo, escrito entre 1080 y 1095. Por fortuna para mí, esta reclamación procede también de la villa de Organyà, en el obispado de Urgell, por lo que los del ayuntamiento de esa temible y honorabilísima localidad ya no tienen ninguna razón para declararme ningún odio eterno ni quemar mis libros. Gloria a Organyà.

 

Hay documentos legales como testamentos, ventas o actas notariales anteriores al siglo IX donde aparece una palabra, dos o una colección de palabras, o de construcciones sintácticas catalanas en medio de textos latinos

El texto más antiguo de todos, más antiguo, como decíamos, que las primeras muestras del castellano y una de las primerísimas pruebas de las lenguas neolatinas es una preciosa, divertida frase anotada en el margen de un libro. Es un libro medieval que hoy se ha perdido pero que en el siglo XIX fue perfectamente localizado, identificado y estudiado por Jaume Villanueva en su libro Viage literario á las iglesias de España (1803). En este estudio se nos notifica la existencia de un manuscrito del siglo VIII, procedente del monasterio de Ripoll, donde podía leerse una frase anotada en un margen —una frase posterior, datable a finales del siglo X o principios del XI— que decía: “Magister ms. novol q; me miras novel”. O dicho de otro modo: “Magister meus no vol que me mires, novell”, o aún más claro, en lenguaje de hoy: “Mi maestro no quiere que me mires, pardillo”. Lamentablemente ésta es la primera frase que sabemos que se conservó en catalán, la primera frase documentada en lengua catalana. ¿Acaso advertía a los lectores nuevos de la seriedad del texto, tal vez indicaba que era un libro que no podía leerse sin el permiso el maestro? Ésta es la juiciosa interpretación, sensata, que realizó mi profesor Josep Moran. Personalmente no creo que una prohibición hubiera sido escrita en otra lengua que en latín escolar. Y un libro, en cualquier caso, no se mira: se lee. Me inclino más a pensar que la primera frase en catalán es una simple nota personal, que un joven novicio le dirige a otro a través del libro, no tiene en ningún otro lugar donde dejarle escrito el aviso. Entre ellos se hacen pelean pero también se quieren. Le exige que deje de mirarle, que el maestro ya ha sido advertido y que no quiere que ese chico nuevo, ese recién llegado al monasterio, siga intimidándole con la mirada. ¿Pero por qué no deja de mirarlo tan profundamente, tan atento?