Sin preámbulos y yendo al grano, reunidos y negociando, así empieza la nueva película de Doug Liman, el director de El caso Bourne o Al filo del mañanaPara qué perder más tiempo en explicaciones y detalles. Eso sí, para llegar a ese punto hay una pregunta: “Rory, ¿seguro que lo has intentado todo?”, le pregunta la psicóloga al personaje de Matt Damon. “Todo no”, responde él, que debe conseguir un botín de 32.480 dólares, que es el total de las deudas que suma con la hipoteca, atrasos en el pago de la pensión de su hijo… Por lo legal, visto está, es imposible lograrlo. Si bien, hay otras maneras: entre ellas, robarle al alcalde (con Ron Perlman como caricaturesco rey de la ciudad) en su fiesta electoral. Pero para que eso suceda, primero tiene que ser reelegido. Para hilar la estrategia, un Damon que en su currículum figura como marine se compincha con un expresidiario alcohólico (Casey Afleck); entramado disparatado en el que cuentan con la complicidad del rapero Jack Harlow cerrando un imposible triángulo de atracadores, Michael Stuhlbarg como ideólogo sobreexcitado y el carismático Alfred Molina, quien utiliza su pastelería como tapadera. De hecho, el listado de secundarios ilustres quita el hipo: Ving Rhames, Paul Walter Hauser, Toby Jones o Hong Chau.

Casey Afleck y Matt Damon con el director Doug Liman, durante el rodaje de Los instigadores / Foto: Archivo Apple TV

De enredo en enredo

Buddy movie de manual (en algún tramo de metraje parecen los Blues Brothers en Granujas a todo ritmo), lo que sobre el papel parece estar chupado, se complica desde el primer fotograma. Y cuando más se complica, más inseparables se hacen Matt Damon y Casey Afleck. Van de enredo en enredo e improvisando sobre la marcha. Damon, al que Liman ya había dirigido en El caso Bourne, demuestra, una vez más, lo buen actor que es: cada mirada, cada mueca, cada movimiento, por leve que sea, tiene su razón de ser. Nada es gratuito, incluso cuando sonríe. Y Casey Afleck (que también es coguionista), quien nos tenía acostumbrados a papeles más serios o introspectivos, casi depresivos (cómo olvidarle en Manchester frente al mar); aquí también anda perdido por la vida, pero tiene otro talante: es jocoso, divertido, irónico... Del resto de personajes, el que mejor funciona como desengrasante en medio del caos es el de Hong Chau: primero psicóloga, después rehén, luego como médico para extraer una bala y, finalmente, actuando como intermediaria para negociar entre ellos y la policía. En una de las persecuciones le dice a Damon que conduce de manera temeraria (¿qué otra manera había de escapar?) mientras le hace terapia, con un Casey que asiste asombrado a esa sesión improvisada en el coche que acaban de robar. No en vano, el policía que les persigue todo el rato (sí, es el Marsellus Wallace de Pulp Fiction) le suelta: “Está mal pagada”.

Los instigadores, una película de colegas / Foto: Archivo Apple TV

Un desbarre que a veces desconcierta, pero ahí está la gracia, pues la película circula a su aire logrando su propósito: diversión sin necesidad de pensar mucho

Y como esta, más escenas hilarantes (a veces recursos comunes del género que nunca fallan): airbags que saltan cuando no conviene, la canción Downtown de Petula Clark sonando en bucle provocando el desquicio general, la idea absurda que surge en el autobús de irse a Canadá... Y es que siendo una película de acción (siendo el director que es, lógicamente hay fuego y explosiones), tiene mucho humor. Dos factores que no son antagónicos, todo lo contrario, pero aquí la comedia bordea en muchos instantes el delirio. Un desbarre que a veces desconcierta, pero ahí está la gracia, pues la película circula a su aire logrando su propósito: diversión sin necesidad de pensar mucho, sin que haya una explosión o un tiroteo cada dos minutos. Siendo una cinta que por género y modelo funcionaría muy bien en cines (en Estados Unidos solo ha estado una semana en salas, y aquí ni eso), tienes que estar abonado a Apple TV para verla. Son las nuevas reglas del juego. El mismo que te promete 32.480 dólares, cuando en realidad no hay nada.