Carles Porta (Vilasana, Lleida, 1963) tiene un deje de tío simpático, de cotilla de balcón metomentodo. Y menos mal que se ha dedicado a meter el hocico en lo más escabroso de la calle: sin su curiosidad persistente seguiríamos confiando en el tipo de los caramelos que se esconde en la puerta de los colegios y olvidando echarle el pestillo a la puerta. Debe tener brazos de salvador y caparazón de hierro —¿cómo sobrevivir a ese acercamiento vertiginoso hacia la muerte, si no?—, y digo yo que esos deben ser los motivos por los que ha parido las mejores crónicas negras del país. Y por eso mismo también nos hemos dejado mecer por su vocecita entrañable de director de campamento, como si quisiéramos mitigar nuestros instintos animales a costa de conocer la perturbación de los malos más malos. El resumen es tan subjetivo como probable: quizás lo que se explica en Crims dice más de nosotros que de ellos.

Se podría decir que el fenómeno que lidera el periodista empezó en media hora y mucho curro: fue el tiempo que necesitó para dar a conocer su particular Making a murderer en ese 30 minuts de TV3 que dirigió en 1997. Allí explicaba la trágica historia de Sansa y Palanca en la montaña maldita de Tor, un caso que recuperó en forma de publicación literaria en 2005 y que le consagró entonces como uno de los máximos referentes periodísticos del true crime en Catalunya. Ya jamás dejó de interesarse por lo más macabro de la sociedad, pero en ese momento no se podía imaginar que con otro proyecto del mismo género acabaría consiguiendo una audiencia acumulada de casi un millón y medio de espectadores, ni que con el esfuerzo de todo el equipo empujaría a algunos casos sin resolver hasta la reapertura, como el del asesinato de Helena Jubany, que salió del anonimato y volvió a los juzgados semanas después de que se emitiera un doble episodio en la tele pública.

Carles Porta / Guillem Roset - ACN

El periodista acaba de publicar Crims: Llum a la foscor (La Campana). / Guillem Roset (ACN)

¿Pero qué tiene Carles Porta y cómo ha conseguido fidelizar un fenómeno tan transversal como Crims? Pienso en aquella frase de Truman Capote que tan bien definía la personalidad del americano: “Soy hombre de obsesiones más que de pasiones”. Me viene a la mente no solo porque Capote sentara las bases de la literatura de no ficción de las que bebe Carles Porta, sino porque el trabajo incansable del periodista catalán deja intuir unas dinámicas obsesivas por contar la verdad con una rigurosidad enfermiza, síntoma de la auténtica lealtad que siente con oficio y la convicción por lo que hace. Ya lo ha matizado varias veces el propio Carles con su teoría de las 3R: rigor, respeto y ritmo. “Rigor porque partimos del periodismo y todo tiene que estar absolutamente contrastado; respeto, por todas las personas de las que hablamos, especialmente por las víctimas; y ritmo narrativo, porque explicamos una historia de la mejor manera posible”, explicaba hace unos días en una entrevista con El Periódico.

Dan ganas de invitarle a unas cervezas para que acabe con la camisa azul desbotonada, criticando lo incriticable sin responsabilidades éticas, ver por fin al hombre detrás del héroe; y tener la oportunidad de hablar de la vida igual que él siempre habla de la muerte

Es impepinable que el éxito de Crims es fruto de un trabajo bien hecho que atiende a unas prácticas periodísticas meticulosas, pero sería desleal no destacar que el 50% de la fama del programa la consigue la marca personal de su líder. No parece poseer una personalidad arrolladora ni un carisma excesivamente enérgico; sin embargo, su expresión calmada y comedida atrae como un imán, como consigue la típica seducción del amante silencioso, del tío misterioso que no permite que nadie entre en su universo particular. ¿Qué pensará sobre Juan Carlos I? ¿Y sobre la crisis climática? ¿La comida rápida, las drogas de uso recreativo, Amancio Ortega, la psicología inversa, el aborto? ¿Qué opinará del mundo una de las personas que narra más verdades incómodas en público y menos opina sobre ellas?

Reduciendo su persona a un retrato nada objetivo y puramente relativo —idolatrarlo por su trabajo no es sinónimo de adorarlo en sus elecciones personales—, siempre pienso que el director de Crims tiene pinta de ser el amigo responsable que te acompaña a casa después de una borrachera, con su moral ejemplar y su dicción perfecta. Y precisamente por eso dan ganas de invitarle a unas cervezas para que se desate en privado y acabe con la camisa azul desbotonada, criticando lo incriticable sin responsabilidades éticas, ver por fin al hombre detrás del héroe. Y tener la oportunidad de hablar de la vida igual que él siempre habla de la muerte. Dejar de hacer elucubraciones de espectadora observadora, y poner luz a la oscuridad que vive en el Carles Porta más desconocido, del que parece que sepamos mucho, pero en realidad no sabemos nada.